*Prepárate para conquistar tu tierra ! |
Por David Greco |
Esa tierra prometida es para todos aquellos que no se conforman con los beneficios y bendiciones fundamentales que obtenemos inicialmente a través del nuevo nacimiento.
La salvación es la puerta, la entrada a una vida de comunión con Dios gozo, paz y propósito.
Juan 10:9 dice: "Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos".
Juan 10:9 dice: "Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos".
Primero, Jesús dijo que Él es la puerta. La puerta no es
el destino final, es solamente la entrada. Ilustremos esta verdad:
digamos que alguien le invita a cenar a su casa. Usted se prepara y sale
hacia la casa de la persona que lo invitó. Al llegar, se detendrá ante
la puerta. Usted ya llegó a la dirección correcta. En la puerta de la
casa podrá ver el nombre de la familia que lo invitó, a las personas a
través de la ventana y hasta podrá llegar a oler el aroma de la comida
que se ha preparado. Todo eso lo puede recibir desde la puerta. Pero si
se queda ahí, no podrá entrar a la casa para disfrutar de la cena que se
preparó y del compañerismo con la familia que lo invitó.
Jesús es la puerta a la vida eterna. Jesús es también la puerta a una vida de comunión, de vida abundante y de triunfo.
Segundo, Jesús dijo que hay que entrar por esa puerta.
Por la puerta de la salvación se entra de una sola manera: por la fe en
Cristo. El evangelio es muy simple. Dios es sano y perfecto. El hombre
desobedeció al Señor y por eso está destituido de la gloria de Dios.
Pero Jesús, a través de su vida, muerte y resurrección pagó por nuestros
pecados y desobediencias. Todo aquel que cree y confiesa que Jesús
completó la obra de salvación, es salvo. Hasta ese momento usted ha
llegado a la puerta y ya entró. ¡Qué grande es nuestra salvación!
Tercero, Jesús dijo que entraríamos y saldríamos. ¿Qué
significa eso? Jesús estaba ilustrando que la persona que ha sido salva
no se detiene en su salvación. El creyente no se aísla de todos y cesa
de funcionar como un ser humano normal después que recibe la vida
eterna. El creyente entra al reino de Dios para salir a vivir una vida
pública en santidad en medio de un mundo pecaminoso y adversario.
Hay un secreto con los que entran y salen. El secreto
está en que cuando entran encuentran pastos delicados en la presencia de
Dios. En la relación íntima con Dios, los que entran se alimentan y se
fortalecen para luego salir y enfrentar la vida. Esta es la primera y
gran conquista de los hijos de Dios.
El pueblo de Israel pensaba que Dios tenía "una herencia
de tierra para ellos". Pero Dios tenía algo superior para sus hijos. El
Padre tenía un "descanso". Israel no creyó porque no conoció al Dios al
que servía de cerca, de corazón a corazón, por eso fueron gente bajo la
bendición de Dios, pero fuera del reposo de Él.
Israel caminó por cuarenta años con su mente en el
pasado, en las heridas de los cuatrocientos años de esclavitud y abuso a
manos de los egipcios. Se quejaron, murmuraron y no creyeron que Dios
les podía dar descanso a obras. No creyeron que Dios iba delante de
ellos preparando un lugar de reposo. ¡Porque hay un descanso! Hay un
reposo que Dios quiere darle.
Esta es la primera conquista de los hijos de Dios: Una
relación íntima delante del trono de la gracia, descansando en su
presencia.
De esta manera podemos entrar, alimentarnos con pastos
delicados delante de su trono y después salir, para vivir delante de
todo el mundo una vida de gozo y paz.
No estoy diciendo que vivan vidas sin problemas, sin
conflictos. Estoy diciendo que aquellos conquistadores que han recibido
la sanidad de las heridas del pasado, están disfrutando de una relación
de reposo, confiando en que el Padre cuidará de ellos.
Aquellos que tienen esa relación con el Padre, tienen fe
porque oyen las palabras del Padre y contemplan diariamente la grandeza y
el poderío de su trono. Saben que nada ni nadie, ni las dificultades,
ni tentaciones, ni pruebas ni hasta la misma muerte, nada, los separará
del amor de Dios.
No escuche las palabras de su corazón. ¡Su corazón es
engañador! ¡Su mente lo convencerá que para ser aceptado por Dios, para
tener una relación íntima con su Padre, debe comportarse de cierta
manera, debe esforzarse para merecer el amor de Dios!
Pero sí, escuche las palabras que el Padre le está hablando. Acérquese
porque en su presencia encontrará mucho más que una bendición, mucho más
que un milagro. En su presencia usted conquistará la intimidad,
conocerá su corazón y experimentará lo que no se puede describir con
palabras… ser uno con Él.
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