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Por supuesto, que a cualquiera que se la haga esta pregunta, responderá
inmediatamente con un rotundo ¡NO!... Y sin embargo, aun corriendo el
riesgo de que se me considere un masoquista, diré ¡SI!... Desde luego
que mi cuerpo se rebela, frente a mi alma, porque sea materialmente o
inmaterialmente, es el cuerpo el que soporta el sufrimiento y el alma
sale de rositas y se lleva los beneficios del sufrimiento.
Hace unos días cayó en mis pecadoras manos, una historia que me hizo reflexionar y que a continuación la cuento:
"Un día, en una pequeña abertura apareció una oruga; un hombre se sentó a observar a la mariposa durante varias horas, viendo cómo se esforzaba para hacer que su cuerpo saliera a través de aquel pequeño agujero. Llegó un momento en que pareció
que la oruga, a pesar de su esfuerzo, no avanzaba nada. Parecía que
había llegado a un punto en que ya no podía avanzar más...
Entonces
el hombre decidió ayudar a la oruga y agrandó el agujero. La mariposa
salió sin dificultad. Pero su cuerpo estaba débil, las alas no estaban
desarrolladas y las patitas no la sostenían. Entonces el hombre decidió
ayudar a la oruga y agrandó el agujero. La mariposa salió sin
dificultad.
Pero su cuerpo estaba débil, las alas no estaban desarrolladas y las patitas no la sostenían.
El
hombre continuó observándola esperando que en cualquier momento se
lanzara a caminar y emprendería el vuelo a través de las flores. Pero
nada sucedió. La verdad es que la mariposa pasó toda la vida
arrastrándose por el suelo. Fue incapaz de elevar el vuelo.
Lo
que el hombre que con toda su buena voluntad quiso ayudar a la
mariposa, no entendía es que, al hacer un gran esfuerzo para atravesar
el pequeño agujero, los jugos vitales se iban distribuyendo y
extendiendo por las partes del cuerpo que requerían fortaleza para
volar. Al pasar el agujero sin ese esfuerzo, las alas no recibieron la
sustancia necesaria.
Algunas
veces necesitamos el esfuerzo y la dificultad en nuestra vida… Si Dios
nos permitiera pasar por nuestras vidas sin obstáculos, quedaríamos
débiles. No llegaríamos a ser tan fuertes como deberíamos de ser. Nunca
podríamos llegar a volar.
Yo pedí fuerza... Y Dios me dio las dificultades para hacerme fuerte.
Yo pedí sabiduría y Dios me dio problemas por resolver.
Yo pedí prosperidad y Dios me dio inteligencia y músculos para trabajar.
Yo pedí coraje...Y Dios me dio obstáculos para supera.
Yo pedí amor...Y Dios me dio personas con problemas a quienes ayuda.
Yo pedí favores... Y Dios me dio oportunidades
Yo no recibí nada de lo que pedí...Pero he recibido todo lo que necesitaba
Por
supuesto que nuestras mentes son muchas veces incapaces de comprender a
Dios y sobre todo en este tema de la razón del sufrimiento. Tenemos
pegado a nuestro oído la voz del demonio que nos dice: Dios no te
quiere, si te quisiera como Él te dice que te quiere, no te haría
sufrir. ¿En qué le aprovecha a Él, tu sufrimiento? Acaso, ¿no es Él
omnipotente? Y si lo es no lo demuestra, porque permite que sufras
continuamente. ¿Acaso tú pudiendo evitarlo harías sufrir a un hijo tuyo?
Desengáñate, Él no te quiere, te odia como a mí también me odia.
Desde luego, no es fácil para nosotros, desentrañar el extraño nexo de unión que media entre el sufrimiento y la felicidad. Ya en la Roma pagana, se unía estos dos conceptos antitéticos entre sí y en sus legiones había un lema que decía: per aspera ad astram, es
decir por las dificultades se alcanzan las estrellas. También
actualmente la NASA ha escogido este lema invirtiéndolo y dice: ad astram, per aspera. Ya en la Roma cristiana, este lema creado por Séneca, se cristianizó, conservando el mismo sentido y decía: per cruce ad lucen. Es decir, por el sufrimiento en la cruz se alcanza el camino de la luz que es el Señor.
El P. Molinié escribía: “Es
cierto que a los ojos de Dios, el sufrimiento posee una seducción
absolutamente incomprensible para nosotros, sin la cual, ciertamente Él
no habría elegido la cruz para salvarnos”. Es un misterio, que además
como tenemos que soportarlo, siempre buscamos sobre él, razones para su
eliminación, más que para su justificación. Y si Él mismo eligió sufrir
en la cruz, para redimirnos, no
hay la menor duda de que el sufrimiento tiene un alto valor redimitorio
para nosotros, siempre que nuestros sufrimientos los soportemos por
razón de amor a Él, es decir, cuando los unimos a los suyos.
La
carmelita descalza Santa Teresa Benedicta de la Cruz, más conocida como
Edith Stein escribía: “Que los trabajos a penas abrazadas por Dios,
eran como preciosas perlas, que cuanto mayores, son más preciosos y
mayor amor causan en quien las recibe para con quien se las da; así las
penas dadas y recibidas de la criatura de Dios, cuanto mayores, eran
mejores y mayor amor causaban para con Él”.
Poco
más o menos, todos hemos visto grandes, transformaciones y conversiones
espectaculares, o al menos nos han hablado de ellas, generadas como
consecuencia de una gran tribulación o sufrimiento. El sufrimiento hace
madurar al hombre. Se oyen con frecuencia comentarios: ¡cómo ha cambiado
fulano!, ¡cuánto ha madurado!, ¡es que le ha tocado sufrir mucho! En
relación a nosotros mismos, si
hemos vivida ya lo suficiente y miramos para atrás, reflexionando sobre
nuestras propias vidas, veremos que, muchos sufrimientos pasados que en
su momento los estimábamos como desgracia, hoy pasados quince, diez años
o menos, vemos que fueron no desgracias, sino hechos providenciales de
la vida.
C.
S. Lewis, el autor irlandés del conocido libro “Cartas del demonio a su
sobrina”, escribe: “Si resulta que el sufrimiento es bueno, ¿no
deberíamos de perseguirlo en lugar de evitarlo? Mi respuesta a esta
pregunta es que el sufrimiento no es bueno en sí mismo. Lo
verdaderamente bueno para el afligido en cualquier situación dolorosa es
la sumisión a la voluntad de Dios, cuando acepta el sufrimiento”. Es
decir, esto es parecido a lo que pasa con la tentación, que en sí la
ofensa a Dios que nos propone, es mala y sin embargo la tentación
vencida es buena, porque las tentaciones son una escala para subir al
cielo. El sufrimiento en sí tampoco es bueno, pero su aceptación por
amor al Señor, es otra escala para subir al cielo. Por ello, la
conservación de las fuentes del dolor es un bien mayor que su supresión.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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