Espiritualidad y sexualidad (Cuarta parte)
Desde su inicio, las Sagradas
Escrituras ofrecen una valoración muy positiva del sexo, dentro de
perspectivas humanizadoras de esta dimensión tan importante de la
existencia.
Encontramos en las Sagradas Escrituras una valiosa teología de la sexualidad
, y quizá aun más, una espiritualidad (o una mística) de la sexualidad humana. Desde el inicio ofrecen una valoración muy positiva del sexo,
dentro de perspectivas humanizadoras de esta dimensión tan importante
de la existencia. Podemos resumir esta visión de la sexualidad bajo los
tres propósitos del sexo que se encuentran en el recorrido por la Biblia:
Sin el amor genuino, la relación sexual se vuelve egoísta y frustrante, sin alcanzar su verdadero propósito y sentido.1. El fin primordial de la sexualidad humana es la unión y comunión de dos seres en amor (Génesis 2; Cantares).
Según Génesis 2 hemos sido creados para comunidad, con la tierra y con el reino animal pero sobre todo con el sexo opuesto. Génesis 1 distingue la creación de los animales y su reproducción de la creación y la sexualidad humana. Aunque los procesos fisiológicos son casi idénticos, el sentido existencial y teológico es cualitativamente distinto. Y es precisamente la profunda dimensión afectiva de la sexualidad humana, plasmada en una entrega total e incondicional, la que marca el carácter interpersonal de nuestra sexualidad como seres humanos. Sin el amor genuino, la relación sexual se vuelve egoísta y frustrante, sin alcanzar su verdadero propósito y sentido.
Muchos pasajes bíblicos insisten en esta realidad. Muy dramático es el relato de Amnón, hijo de David, que se enamoró locamente de su hermana Tamar (2 Samuel 13). Como ella no respondió a sus galanteos, Amnón la engañó con un truco y después la violó con toda su fuerza. Una vez logrado su vil propósito, comenta el texto, «el odio que sintió por ella después de violarla fue mayor que el amor que antes le había tenido» (13.15). Sexo sin amor termina en desprecio y odio; sexo con amor sincero y compromiso mutuo, es la voluntad de Dios y trae bendición y vida.
2. Un segundo propósito del sexo, que debe reconocerse y respetarse, es el placer erótico.
En su sabiduría Dios ha asociado dos funciones fisiológicas humanas, el comer y la reproducción, con grandes estímulos sensuales. El Creador no hubiera diseñado un sistema tan complejo de estímulos y respuestas, de anhelos y satisfacciones, si el placer que produce fuera contra su propia voluntad. Dentro del debido compromiso personal, este placer debe disfrutarse en su plenitud, con acción de gracias al Creador.
3. Un tercer propósito del sexo es, obviamente, la procreación.
Sin embargo, lejos de ser el definitivo «fin natural» que justificara los demás fines, es de hecho el menos importante. Un matrimonio que procrea cada año un niño, pero sus miembros no se aman ni disfrutan mutuamente del placer sexual, no está obrando la voluntad de Dios. En cambio, una pareja que, por alguna razón, no es capaz de engendrar hijos o, por razones justificadas, planifica su procreación, pero el amor entre ellos es sincero y profundo, no sufre ningún desmedro sólo por la falta de los hijos. Por otra parte, una pareja que se ama pero que se cierra al deleite mutuo que tanto engrandece y dignifica El Cantar de Cantares, procreen o no hijos, no vive su unión según la visión bíblica del sexo. Se les recomienda leer juntos el libro de Cantares, de noche en la cama, a la luz de una romántica candelita.
Sin el amor genuino, la relación sexual se vuelve egoísta y frustrante, sin alcanzar su verdadero propósito y sentido.1. El fin primordial de la sexualidad humana es la unión y comunión de dos seres en amor (Génesis 2; Cantares).
Según Génesis 2 hemos sido creados para comunidad, con la tierra y con el reino animal pero sobre todo con el sexo opuesto. Génesis 1 distingue la creación de los animales y su reproducción de la creación y la sexualidad humana. Aunque los procesos fisiológicos son casi idénticos, el sentido existencial y teológico es cualitativamente distinto. Y es precisamente la profunda dimensión afectiva de la sexualidad humana, plasmada en una entrega total e incondicional, la que marca el carácter interpersonal de nuestra sexualidad como seres humanos. Sin el amor genuino, la relación sexual se vuelve egoísta y frustrante, sin alcanzar su verdadero propósito y sentido.
Muchos pasajes bíblicos insisten en esta realidad. Muy dramático es el relato de Amnón, hijo de David, que se enamoró locamente de su hermana Tamar (2 Samuel 13). Como ella no respondió a sus galanteos, Amnón la engañó con un truco y después la violó con toda su fuerza. Una vez logrado su vil propósito, comenta el texto, «el odio que sintió por ella después de violarla fue mayor que el amor que antes le había tenido» (13.15). Sexo sin amor termina en desprecio y odio; sexo con amor sincero y compromiso mutuo, es la voluntad de Dios y trae bendición y vida.
2. Un segundo propósito del sexo, que debe reconocerse y respetarse, es el placer erótico.
En su sabiduría Dios ha asociado dos funciones fisiológicas humanas, el comer y la reproducción, con grandes estímulos sensuales. El Creador no hubiera diseñado un sistema tan complejo de estímulos y respuestas, de anhelos y satisfacciones, si el placer que produce fuera contra su propia voluntad. Dentro del debido compromiso personal, este placer debe disfrutarse en su plenitud, con acción de gracias al Creador.
3. Un tercer propósito del sexo es, obviamente, la procreación.
Sin embargo, lejos de ser el definitivo «fin natural» que justificara los demás fines, es de hecho el menos importante. Un matrimonio que procrea cada año un niño, pero sus miembros no se aman ni disfrutan mutuamente del placer sexual, no está obrando la voluntad de Dios. En cambio, una pareja que, por alguna razón, no es capaz de engendrar hijos o, por razones justificadas, planifica su procreación, pero el amor entre ellos es sincero y profundo, no sufre ningún desmedro sólo por la falta de los hijos. Por otra parte, una pareja que se ama pero que se cierra al deleite mutuo que tanto engrandece y dignifica El Cantar de Cantares, procreen o no hijos, no vive su unión según la visión bíblica del sexo. Se les recomienda leer juntos el libro de Cantares, de noche en la cama, a la luz de una romántica candelita.
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