![¿Ser pobre o ser rico?](https://lh3.googleusercontent.com/blogger_img_proxy/AEn0k_vdMJlgFMdP6hBv0FGpm-frU_PV8rRxNFhroSUepeEhV5e1bvkXKyawC357iXil96OkLstyFUE5PNaqB4d-DMNVy2SZuA51wovthceczThyN8XwL1OB0zmCJBO86RX7F_b1ZOV109Gvxj4y_gWK=s0-d) |
¿Ser pobre o ser rico? |
Un tema delicado, sin dudas. Contradictorio al menos en apariencia,
difícil de poner en palabras que conformen a todo el
mundo. Para algunos, vale aquello de que “mas fácil es
que pase un camello por el ojo de una cerradura,
de que entre un rico al Reino de los Cielos”.
Para otros vale aquello de que “la riqueza o pobreza
de un alma está en el aspecto espiritual del término,
no en el material”. De una forma u otra las
Sagradas Escrituras dan referencias que podrían alimentar variadas interpretaciones, especialmente
cuando el interesado tiene algún particular ángulo que desea priorizar.
De
tal modo, los que se consideran a si mismos como
“ricos” tratarán de encontrar en este escrito justificación a su
riqueza. Y los que se consideran “pobres” buscarán encontrar aquí
consuelo y promesa de “salvación automática”. Ni lo uno, ni
lo otro. No es ese el espíritu de las diversas
palabras que Jesús nos ha dejado sobre este delicado tema
en los Evangelios.
El primer paso es comprender si riqueza material
es sinónimo de casi segura condenación del alma. Recordamos el
caso del joven rico que quiere seguir al Señor, y
Jesús le pone como requisito el dejar atrás bienes y
honores, y él tristemente deja alejarse al Salvador, mientras se
queda atado a su riqueza. También el caso del rico
que no da ni los restos de su comida al
pobre que pide en la puerta de su casa. En
muchas oportunidades Jesús nos ha marcado el peligro espiritual que
acarrean los bienes materiales. Si, pareciera que es un hueco
muy estrecho como para que pase el camello famoso.
Pero meditando
sobre este asunto recordé a aquellos que fueron los mejores
amigos de Jesús en la tierra. Ellos fueron muy probablemente
tres hermanos: María Magdalena, Marta y Lázaro, hijos de Teofilo.
Quizás la familia más rica de la Palestina de aquella
época, en propiedades en Jerusalén, en Betania, y en muchos
otros lugares. La casa de Betania era el lugar de
descanso preferido de Jesús cuando subía a Jerusalén. A Lázaro
y sus hermanas pedía Jesús muchos favores materiales cuando llegaban
a El casos desesperantes de gente que necesitaba ayuda. Y
los hermanos siempre respondían, fieles al Mesías que ellos habían
reconocido en aquel Hombre de Galilea.
Si, los hijos de
Teofilo eran ricos, riquísimos, pero supieron merecer la amistad del
Señor. Jesús lloró cuando vio la tumba de Lázaro, y
de hecho hizo de su resurrección el más impresionante milagro,
en fecha ya cercana al Gólgota. Su hermana, María Magdalena,
tuvo el honor de ser la primera persona que lo
viera Resucitado. Vaya honor, ¿verdad? Nada está narrado por casualidad
en los Evangelios, de tal modo que tan particular amistad
entre la familia más rica del lugar, y Jesús, tiene
que tener un significado profundo.
Leyendo un hermoso libro titulado “La
Palabra continúa” encontré esta frase: “El rico que da con
amor y caridad verdadera, es el que se hace amar
y no envidiar del pobre”. De este modo, aceptar la
propia riqueza proveniente de un trabajo honesto de los padres,
o del propio digno esfuerzo, no es pecado si se
la acepta para hacer buen uso de ella. Por supuesto
que la riqueza basada en dinero logrado por malas artes
no tiene mucha cabida frente a Dios. Pero la riqueza
heredada o lograda con trabajo digno, es una manifestación de
la Voluntad de Dios sobre nosotros. El asunto es qué
espera Dios que hagamos con esos dones, porque sin dudas
que es mucho el bien que, como Lázaro y sus
hermanas, se puede hacer desde una buena posición económica y
social, adquirida legítimamente.
Vistas así las cosas, el camello puede
pasar por el ojo de la cerradura, pero con una
responsabilidad y un esfuerzo que hacen la tarea muy difícil.
La riqueza parece de esta forma asimilarse a una prueba
ciclópea para el alma, más allá de que configura un
gran don, una gracia que Dios concede. La gran pregunta
de vida que las personas ricas deben hacerse es qué
hacer con los bienes que Dios ha puesto en sus
manos.
Si la riqueza nos enfrenta a semejantes pruebas espirituales,
¿es acaso la pobreza un don de Dios? Realmente lo
es, es una ayuda muy grande que Dios da para
encontrar verdadera humildad y sencillez en el corazón, puertas fundamentales
para el camino a la santidad. ¿Es entonces pobreza sinónimo
de salvación? Sin dudas que no. Un sacerdote amigo me
decía que si bien es notable la soberbia de los
ricos, es también impactante la soberbia de los pobres.
Me
quedé mucho tiempo pensando en sus palabras, hasta que comprendí
que se refería al resentimiento y desprecio por aquellos que
tienen algo que uno no tiene, sea un bien material,
cultural, o incluso espiritual. Ser pobre y vivir amargado por
ello, es tan malo espiritualmente como ser rico y no
hacer uso de lo recibido para el bien de los
demás. En ambos casos se cae en una vida alejada
del amor que Dios espera de nosotros.
La pobreza debe ser
llevada con humildad también, al igual que la riqueza, haciendo
de las carencias un agradecimiento a que Dios no nos
somete a la prueba de la abundancia. Difícil tarea, ¿verdad?
Suena más difícil que la tarea del rico, de hacer
buen uso de lo recibido. Sin embargo, creo yo que,
espiritualmente hablando, la tiene más difícil el rico que el
pobre. Pero en cualquier caso queda en cada alma el
saber como hacer de la situación que nos toca vivir,
una oportunidad única de honrar a Dios con amor y
verdadera humildad de corazón.
Si ser pobre o si ser rico,
son cuestiones de este mundo material en que vivimos, cuestiones
muy alejadas del destino de verdadera realeza que nos espera.
Riquezas en este mundo, caminos que nos alejan de la
genuina riqueza, si no sabemos utilizarlas para beneficio de los
demás. Pobrezas y miserias en este mundo, un sufrimiento que
puede ayudarnos a encontrar la estrecha senda al Reino, si
las aceptamos con alegría de corazón y hacemos de ello
un motivo de unión a la Pobreza del Resucitado.
Jesús tuvo
una unión muy intensa con pobres, enfermos e indefensos, y
una amistad profunda con algunos ricos pero bondadosos. Pero, por
sobre todas las cosas, no olvidemos que los que lo
enviaron a la Cruz fueron los ricos del lugar que
no aceptaron que el Señor viniera a alterar su poder
y comodidad, sus riquezas materiales, su dominio sobre los pobres.
Y tú, rico o pobre, ¿qué haces con ello?
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