lunes, 28 de noviembre de 2011

Que crees tu! Experiencia del infierno


*Experiencia del infierno*
DEL INFIERNO AL CIELO

PRIMERA PARTE.
En la época cuando asistía a la iglesia, pero no tomaba en serio los asuntos del Señor, fue cuando tuve la experiencia de ver los demonios y el infierno, donde ellos viven. Una noche llegué borracho a mi hogar, estaba tan ebrio que me quedé inconsciente y fue cuando los ángeles caídos me arrancaron el alma de mi cuerpo, observé mi cuerpo inerte de frente y también miraba a mi esposa dormida en la habitación; le gritaba y la llamaba, pero ella no podía oírme, porque el ser humano no puede escuchar la voz del alma. Luchaba contra los demonios, quienes eran más fuertes que yo, uno bajo y grueso y el otro más alto y finalmente me sacaron del apartamento por el techo. Era la una (1:00am) de la madrugada, la ciudad se veía iluminada, incluso pasamos rozando el edificio más alto de Bogotá, luego estos seres demoníacos, me sacaron de la tierra, yo miraba el globo terráqueo redondo y negro; luego ellos me soltaron al abismo y empecé a descender a una velocidad increíble, había mucha oscuridad y tinieblas densas, yo sabía que iba rumbo al infierno. A medida que iba bajando sentía mucho calor, sed y escuchaba muchos gritos y lamentos. En ese momento me acordé que yo estaba muy mal con Dios, pues iba borracho, sabía que el único que me podía salvar y sacar de ese lugar era El Señor Jesús Cristo. Luego con una voz fuerte, que estremeció el infierno, pronuncié la frase: “LA SANGRE DE CRISTO TIENE PODER” Apocalipsis 12:11. Inmediatamente mi alma se incorporó en mi cuerpo y volví de nuevo muy asustado; desesperado llamé a mi esposa para que me diera agua, luego nos pusimos a orar y empecé a pedirle perdón a Dios. Al otro día me fui a la Iglesia y me reconcilié con Jesús; sin embargo, durante seis (6) noches seguidas, los demonios siguieron llevándome al infierno, mostrándome sus terribles profundidades, miré en tormentos a personas de la iglesia, hijos de pastores, sacerdotes religiosos, brujos, hechiceros, pastores, familiares míos que ya habían muerto. El último día de visitar el infierno, me asombré cuando miré a Jesús allí en ese lugar acompañándome y me dijo: “Dame tu mano que yo quiero ser tu amigo” enseguida yo le di mi mano y salimos juntos, luego yo empecé a preguntarle por qué toda esa gente estaba allí en sufrimiento y el me contestó que ellos vivieron una vida tibia y no se quisieron arrepentir de corazón, enseguida me acordé lo que dice Apocalipsis 3:15 “Conozco tus obras, se que no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras lo uno o lo otro! Por tanto como no eres frío ni caliente, sino tibio, te vomitaré de mi boca” Después pasamos por unas celdas donde estaban dos (2) hijos de pastores que ministraban alabanzas en la iglesia y los miré allá encerrados y ellos me vieron y me reconocieron y me pidieron que les diera un vaso con agua fría; se veían terribles, ellos se estaban quemando. Cuando yo iba a darles el agua, los demonios no dejaron, pues los jalaron hacia adentro. Sentí mucho dolor en el corazón, porque en ese lugar no hay esperanza, pues nada se puede hacer. Me acordé donde la Biblia dice: “Jesús Cristo bajó a las profundidades del abismo y predicó la Palabra a los espíritus encarcelados” Pero esa época ya pasó, pues esa palabra era para los que murieron en el diluvio universal, pues ahora tenemos en la tierra al precioso Espíritu Santo de Dios, quien convence al pecador de su maldad.
SEGUNDA PARTE.
“Jesús me saca del infierno” El Señor me dijo: Te voy a sacar de este lugar para que vayas a la tierra y testifiques esta experiencia y para que también prediques mi Palabra. Yo te he apartado para que prediques con unción a muchas vidas, a pastores evangelistas y a varias iglesias. Predicarás mi Palabra por la televisión y por la radio.
Luego salimos de ese horrible lugar inmediatamente, mi alma volvió a mi cuerpo. Ya habían pasado seis (6) noches; me encontraba muy confundido, pero Jesús me había fortalecido. La siguiente noche, entró un ángel de Dios en la habitación con un resplandor muy hermoso. Todas las luces estaban apagadas, pero el ángel iluminó todo el lugar donde estábamos; yo le brindé reverencia, pensando que era Jesús, pero el me dijo que no era El Señor; que era un ángel enviado por Dios y que venía a traerme un mensaje o una noticia del cielo. Yo le invité a seguir adelante, pero él no quiso entrar, porque en mi corazón y en mi hogar había inmundicia, pues vivía sin casarme y estaba cometiendo fornicación. El me dijo: Tienes que limpiar tu casa, es decir, tu corazón, también tu vocabulario, pues en ese tiempo salían palabras groseras de mi boca y enseguida el ángel desapareció.
Ya me estaba acostumbrando a vivir esas experiencias. Empecé a cambiar internamente y a buscar de Dios en oración, ayuno y vigilias.
Nuevamente, en otra noche, a la hora de dormir, vinieron dos (2) ángeles a la alcoba y me llevaron al cielo, después al segundo cielo, lugar que no es agradable, pues ahí opera el trono de Satanás, junto con los astros. Luego miré que en el espacio se abrió un camino, que nos guío al tercer cielo. Ese lugar es absolutamente hermoso, hay una paz increíble, se siente mucha alegría y todo es feliz. En la puerta del cielo había un anciano, quien me recibió, pues los ángeles se habían ido. Posteriormente observé una fila muy larga de almas y miré un trono grande y el que estaba sentado en ese trono era Dios, pero no pude mirar su rostro, porque del trono salía una luz muy resplandeciente, más fuerte que el sol y yo le pregunté al anciano: Qué era eso? El me dijo: Esa es la majestad de Dios. Luego descubrí que esa gente estaba dando cuentas, según sus obras en la tierra.
Por nueve noches fui llevado al cielo por los ángeles y Jesús Cristo, porque El Señor fue el que me sacó personalmente del infierno y me dijo: “Te voy a llevar al cielo para que mires lo que tengo preparado para mi pueblo, los que me aman y guardan mi Palabra”. Vi una ciudad hermosa con calles de oro, mar de cristal, muchas casas, jardines y una mesa muy grande con un mantel blanco y unos utensilios; también miré unas sillas con nombres inscritos con letras de oro y Jesús me dijo: “Yo mismo, soy el que voy a servir en la mesa” Miré también en la ciudad, doce (12) puertas y doce (12) ventanas, en cada ventana había un ángel con una trompeta de oro y en cada puerta, un anciano, luego le pregunté a Jesús: Señor, que representan esos ancianos? Y el me respondió: “Las doce (12) tribus de Israel”. Vi muchos niños jugando en los jardines, muchos pastores, ministros y mucho cristiano, pueblo de Dios gozándose y él me dijo: “Donde te abran la puerta de las Iglesias en el mundo entero, debes testificar lo que vistes acá; que el cielo es real y que el infierno existe” también me dijo: “Pídeme lo que quiere” y lo le contesté: Dame unción, poder y sabiduría! Y luego él me dijo: “Te son dadas porque pongo gracia sobre ti y mi presencia irá contigo” Finalmente me dijo: “No venda la fe ni cobres cuando te inviten a predicar en los pueblos, en las aldeas y en las ciudades, porque soy yo el que te bendigo económicamente y sostengo tu ministerio, además pondré en el corazón de las personas, sin importar en que país vivan, deseo por bendecid tu ministerio. Y después de eso, fui devuelto a la tierra y efectivamente estoy predicando su palabra y compartiendo este testimonio a donde quiera que El Señor me lleva. Fin

sábado, 26 de noviembre de 2011

Consejo! ""El cristiano y las deudas""


""El cristiano y las deudas""

Usted pregunta: «¿Es lícito que un cristiano que está con deudas, done dinero con fines benéficos?» Muy seguramente que no. Debemos ser justos antes que generosos. Si estoy endeudado, no tengo derecho a dar dinero en caridad. Si lo hiciera, habría al menos, como otro lo ha dicho, una medida de honestidad si aclarara por escrito en cada donación que hiciese, estas palabras: «Tomado a préstamo de mis acreedores sin su consentimiento.» Pero, querido amigo, debemos ir mucho más lejos que esto. Creemos que, como regla general, los cristianos no deberíamos contraer deudas. El precepto bíblico es tan claro que nadie puede escapar a su fuerza: “No debáis a nadie nada” (Romanos 13:8). No consideramos aquí el asunto de cuán lejos pueden llevar a la práctica esta santa y bienaventurada regla aquellos que se dedican a los negocios, sobre todo al comercio. Hay ciertos términos en que el fabricante o el industrial  vende sus productos al proveedor y éste al comerciante minorista, como por ejemplo con plazos para el pago (a crédito) o en otras condiciones similares, y mientras estas condiciones se cumplan en los plazos establecidos, es cuestionable si uno puede estar realmente endeudado. No obstante, creemos que sería mejor y más seguro, de cualquier manera, que los creyentes dedicados al comercio realicen sus pagos al contado y se beneficien del descuento mediante esta forma de pago. E, incuestionablemente, un hombre está endeudado, si el capital de su negocio y las deudas debidas a él no son ampliamente suficientes para hacer frente a todas sus obligaciones de pago. Es una pobre cosa, algo insincero, indigno e inescrupuloso que un hombre realice transacciones comerciales con un capital ficticio, para vivir mediante un sistema de cheques o papeles negociables de valor dudoso o con fondos insuficientes, ostentando que tiene respaldo, a expensas de sus acreedores. Tememos que haya mucho de esta deplorable conducta aun entre aquellos que ocupan la más elevada plataforma de la profesión cristiana.

En cuanto a las personas que viven en la vida privada, no existe la menor excusa para meterse en deudas. ¿Qué derecho tengo yo, delante de Dios o de los hombres, de usar un abrigo o un sombrero que no he pagado? ¿Qué derecho tengo a ordenar la compra de una tonelada de carbón, de medio kilo de te o de diez kilos de carne, si no tengo el dinero para pagarlo? Puede que se diga: «¿Qué debemos hacer?» La respuesta es simple para una mente recta y una conciencia delicada: debemos hacer las cosas procurando ante todo no meternos en deudas. Es infinitamente mejor, más dichoso y más santo sentarse a comer un mendrugo de pan y a beber una copa de agua que hemos pagado, que comer una buena carne asada por la cual nos hemos endeudado. Lamentablemente, querido amigo, hay una triste falta de conciencia y de sanos principios respecto a este importante asunto. Los creyentes siguen, semana tras semana, sentándose a la Mesa del Señor, haciendo la más elevada profesión, hablando de principios santos y elevados, a la vez que están endeudados hasta las cejas, viviendo más allá de sus ingresos, tomando comida y vestido a crédito de todos aquellos que confiarán en ellos, y sabiendo en sus corazones que carecen de una perspectiva cierta de ser capaces de pagar lo que adquirieron. Seguramente esto es muy lamentable y deshonroso. No titubeamos en calificar a esto de injusticia práctica, y advertimos muy solemnemente a los lectores cristianos contra todas estas conductas relajadas e inconscientes. Hemos sido testigos de estas cosas últimamente, y sólo podemos considerar todo ello como uno de los amargos frutos del espíritu del antinomianismo tan común en el tiempo presente. ¡Que tengamos una conciencia delicada y una mente recta!

C. H. M., Things New and Old,