sábado, 26 de noviembre de 2011

Consejo! ""El cristiano y las deudas""


""El cristiano y las deudas""

Usted pregunta: «¿Es lícito que un cristiano que está con deudas, done dinero con fines benéficos?» Muy seguramente que no. Debemos ser justos antes que generosos. Si estoy endeudado, no tengo derecho a dar dinero en caridad. Si lo hiciera, habría al menos, como otro lo ha dicho, una medida de honestidad si aclarara por escrito en cada donación que hiciese, estas palabras: «Tomado a préstamo de mis acreedores sin su consentimiento.» Pero, querido amigo, debemos ir mucho más lejos que esto. Creemos que, como regla general, los cristianos no deberíamos contraer deudas. El precepto bíblico es tan claro que nadie puede escapar a su fuerza: “No debáis a nadie nada” (Romanos 13:8). No consideramos aquí el asunto de cuán lejos pueden llevar a la práctica esta santa y bienaventurada regla aquellos que se dedican a los negocios, sobre todo al comercio. Hay ciertos términos en que el fabricante o el industrial  vende sus productos al proveedor y éste al comerciante minorista, como por ejemplo con plazos para el pago (a crédito) o en otras condiciones similares, y mientras estas condiciones se cumplan en los plazos establecidos, es cuestionable si uno puede estar realmente endeudado. No obstante, creemos que sería mejor y más seguro, de cualquier manera, que los creyentes dedicados al comercio realicen sus pagos al contado y se beneficien del descuento mediante esta forma de pago. E, incuestionablemente, un hombre está endeudado, si el capital de su negocio y las deudas debidas a él no son ampliamente suficientes para hacer frente a todas sus obligaciones de pago. Es una pobre cosa, algo insincero, indigno e inescrupuloso que un hombre realice transacciones comerciales con un capital ficticio, para vivir mediante un sistema de cheques o papeles negociables de valor dudoso o con fondos insuficientes, ostentando que tiene respaldo, a expensas de sus acreedores. Tememos que haya mucho de esta deplorable conducta aun entre aquellos que ocupan la más elevada plataforma de la profesión cristiana.

En cuanto a las personas que viven en la vida privada, no existe la menor excusa para meterse en deudas. ¿Qué derecho tengo yo, delante de Dios o de los hombres, de usar un abrigo o un sombrero que no he pagado? ¿Qué derecho tengo a ordenar la compra de una tonelada de carbón, de medio kilo de te o de diez kilos de carne, si no tengo el dinero para pagarlo? Puede que se diga: «¿Qué debemos hacer?» La respuesta es simple para una mente recta y una conciencia delicada: debemos hacer las cosas procurando ante todo no meternos en deudas. Es infinitamente mejor, más dichoso y más santo sentarse a comer un mendrugo de pan y a beber una copa de agua que hemos pagado, que comer una buena carne asada por la cual nos hemos endeudado. Lamentablemente, querido amigo, hay una triste falta de conciencia y de sanos principios respecto a este importante asunto. Los creyentes siguen, semana tras semana, sentándose a la Mesa del Señor, haciendo la más elevada profesión, hablando de principios santos y elevados, a la vez que están endeudados hasta las cejas, viviendo más allá de sus ingresos, tomando comida y vestido a crédito de todos aquellos que confiarán en ellos, y sabiendo en sus corazones que carecen de una perspectiva cierta de ser capaces de pagar lo que adquirieron. Seguramente esto es muy lamentable y deshonroso. No titubeamos en calificar a esto de injusticia práctica, y advertimos muy solemnemente a los lectores cristianos contra todas estas conductas relajadas e inconscientes. Hemos sido testigos de estas cosas últimamente, y sólo podemos considerar todo ello como uno de los amargos frutos del espíritu del antinomianismo tan común en el tiempo presente. ¡Que tengamos una conciencia delicada y una mente recta!

C. H. M., Things New and Old,

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