"De los gatos" se dice que
tienen siete vidas, en el sentido de que son supervivientes natos. Su
flexibilidad física, su agilidad y su capacidad para estar alertas están
entre esas características que interpretamos como parte de sus
atributos naturales para sobrevivir con ventaja.
Sin embargo, nos equivocamos, de todas todas. El verdadero arma para la
supervivencia del gato está oculta, no se ve, ni siquiera se adivina
porque no es evidente. Su arma está en su lengua. Hablamos del peculiar
olfato del gato, el llamado órgano de Jacobson, un sistema biológico
formado por receptores químicos que el gato mantiene en su lengua y con
el que literalmente huele, olfatea su entorno, y efectivamente obtiene
una ventaja sustancial fruto de su evolución como especie.
Es cierto que un tipo similar de ese órgano, dimensionado, lo tienen
ciervos y caballos, pero la forma en la que lo emplea el gato es
totalmente diferente y se relaciona con su comportamiento, con su
anatomía y como complemento de otros órganos sensoriales, como la vista.
Porque, aunque parezca difícil de creer, el gato no ve tan bien como
creemos, no tiene la vista de lince que le atribuimos. El gato ve en un
ángulo muy estrecho de visión, aunque puede detectar movimiento con muy
poca luz o con nada de luz.
Para que nos entendamos, ve formas verdosas con apenas un poco de luz,
pero no con la claridad con la que lo hacemos nosotros los humanos con
mejor iluminación. Sin luz, su vista mermada, siempre es mejor que la
nuestra. Precisamente, el desarrollo del órgano sensorial de Jacobson
cubre o completa esas lagunas de su sentido de la vista.
Y si es así, ¿cómo huele el gato? Los olores le llegan al gato por el
aire, formando moléculas que detecta con ese olfato particular. Pero no
es que huela a carne de pollo o pescado, lo que huele el gato son los
componentes químicos de los aminoácidos contenidos por esas carnes, la
química dominante, lo que le permite diferenciar a unas de otras.
El gato olfateará la proporción de fósforo, de hierro o de azufre de
esos aminoácidos y se hará una idea de qué tipo de carne es la que tiene
cerca. Todo, utilizando su memoria, sus recuerdos sobre la misma
experiencia.
Los prodigios del olfato del gato no acaban aquí. El animal percibe en
la lengua esos agentes químicos que ha de trasladar a la entrada del
órgano que los tiene que detectar, para ello ha de presionar la lengua
sobre la parte de atrás de la boca.
Ese gesto se conoce como efecto Flehmen y es ese extraño guiño que hacen
los gatos que sus cuidadores encuentran tan gracioso y que parece una
mueca o una sonrisa bastante rara. El gato sólo está oliendo la química
de su entorno, los guiños humanos son imaginación nuestra. El gato sólo
quiere comer y comer bien, y eso es algo muy serio.
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