'Las Tragedias de cada día' |
*Un niño atropellado. Un pueblo destruido por un diluvio. Miles de muertos por un terremoto. La vida de un papá terminada por el cáncer. ¿Por qué? Si Dios existe, ¿por qué no hace nada para evitar estas tragedias? Si Dios es amor, ¿cómo puede dejar que sucedan tales cosas? Quizás es Dios el autor de estos eventos y representan misterios que no nos toca a nosotros entender en esta vida.
¿Es Dios Responsable Por Las Tragedias?
¿Existe una respuesta?
Aún para los cristianos estas preguntas provocan
dudas e incertidumbre. Muchas veces la única respuesta que
podemos ofrecer es que, “Dios está en control.” Pero, ¿es
cierto? ¿Las tragedias y los desastres representan la
voluntad de Dios? Gracias al Señor, sí existen respuestas. Dios
no nos ha dejado en ignorancia y oscuridad. El ha revelado
plenamente por qué suceden las tragedias, y nos ha capacitado para
enfrentarlas y salir en victoria.
Antes de todo, es importante que entendamos el plan
original de Dios para su creación. En el principio Dios creó
el mundo y todo lo que en él hay. Al terminar su obra de
creación la Biblia dice, “Y vio Dios
todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en
gran manera” (Génesis 1:31).
En aquel momento, no existía ninguna enfermedad, ningún
tipo de violencia, ningún desastre natural, ni nada que
pudiera destruir la vida del hombre ni la creación misma.
Todo era bueno en gran manera.
El propósito de Dios era que el hombre llenara la
tierra y que tuviera comunión con él. El fue creado a
la imagen de Dios, y así, tenía el potencial para vivir
una vida abundante y sin temor de ningún mal.
Sin embargo, el hombre desobedeció a Dios
(Génesis 3). Su rebelión provocó
tres consecuencias graves:
1) Desató una maldición
sobre la tierra;
2) Dejó al hombre cortado de la vida de Dios
y sin propósito; y
3) Dejó al enemigo, satanás,
como el dios de este mundo. Estos tres resultados del pecado han
provocado todo
el mal que vemos en el mundo hoy.
Veamos cada una en más detalle.
El
Planeta Trastornado
El mundo que conocemos hoy no es el mundo que Dios creó.
Antes del diluvio de Noé, el planeta no sufría del
frío ni el calor, la lluvia ni la sequía, los tornados
ni los terremotos, etc. El planeta había sido formado en
perfección. “En el tiempo antiguo
fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la
tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste”
(2 Pedro 3:5). Dios había establecido el
planeta sobre una base de agua y había hecho una capa de agua
sobre el cielo que protegía al hombre de los rayos dañinos
del sol (Génesis 1:6-8). El planeta no
experimentaba ni siquiera la lluvia porque, “Dios
aún no había hecho llover sobre la tierra... sino que
subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la
tierra” (Génesis 2:5-6).
Los científicos nos dicen que hace mucho tiempo el Polo Norte
y la Antártida no existían como hoy, y de hecho han
descubierto plantas congeladas en la profundidad del hielo de
Antártica. Es probable que el mundo entero gozara de un clima
perfecto y agradable.
Por el pecado de los hombres que cada vez se
multiplicaba, Dios decidió destruir al mundo y a casi todos
los hombres. El salvó la vida de Noé y su familia a
través del arca para mantener la raza humana con vida y
esperanza, pero el diluvio cambió para siempre al planeta que El había creado.
“Dijo, pues,
Dios a Noé: ‘He decidido el fin de todo ser, porque la
tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí
que yo los destruiré con la
tierra’ ”
(Génesis 6:13).
Después de que Noé
hubiera hecho el arca, Dios comenzó el diluvio.
“Aquel
día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las
cataratas de los cielos fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la
tierra cuarenta días y cuarenta noches”
(Génesis. 7:11-12). “Y
prevalecieron las aguas sobre la tierra ciento cincuenta días”
(Génesis 7:24).
Esta tremenda fuente de
agua que salió del gran abismo dejó al planeta
inestable y los continentes comenzaron a moverse y “fue
repartida la tierra” (Génesis
10:25). Por eso, suceden los terremotos. No es que
Dios esté juzgando al mundo, sino que el mundo sigue
experimentando los resultados de la catástrofe del diluvio.
A la vez, la capa del agua que protegía al
planeta del sol y que mantenía un clima equilibrado y
agradable, fue destruida y el agua derramada sobre la tierra.
“Por lo cual el mundo de entonces
pereció anegado en agua” (2
Pedro 3:6). Esta poderosa fuente transformó por
siempre al mundo que conocemos y dejó al clima en un estado
inestable y, a veces, caprichoso. El desequilibrio climático
produce los huracanes, los tornados, la sequía, etc. Los
desastres naturales no representan la obra de Dios sino el resultado
de un planeta trastornado por el pecado.
El
Hombre sin Dios
Cuando Dios creó al hombre, lo creó a su
imagen (Génesis 1:26). Esto significa
que el hombre tenía la capacidad de pensar los pensamientos de
Dios, sentir las emociones de Dios, hablar las palabras de Dios y
hacer las obras de Dios. Era un espíritu con Dios. El hombre
también poseía algo que conocemos como el libre
albedrío. No fue creado como un robot, ni un animal que
solamente vive por su instinto. El hombre es capaz de elegir entre
el bien y el mal, y es capaz de obedecer o rechazar las palabras de
Dios. Solo así fue posible que Dios tuviera una relación
íntima con su hombre. Si hubiera sido imposible para que el
hombre rechazara a Dios, la relación entre ellos habría
sido forzada y no genuina. Dios buscaba una relación basada
en el amor genuino y una obediencia voluntaria.
Lamentablemente, el hombre eligió la
desobediencia. Su pecado en el huerto de Edén es el evento
más triste en la historia del mundo. Hemos visto lo que pasó
en el planeta, pero, ¿qué pasó al mismo hombre?
Al perder su comunión con Dios, esto es, la
fuente de su vida, el hombre quedó sin propósito, y
Dios quedó sin el hombre. Lo que era una relación
íntima se transformó en una relación de temor,
superstición y ritos religiosos. Porque Dios es santo y puro,
y el hombre había perdido su pureza, Dios permaneció
limitado en su relación con el hombre y solamente podía
mantener contacto con él a través de sacrificios,
pactos y leyes. El vínculo de la vida quedó roto.
“Pero vuestras iniquidades han hecho
división entre vosotros y vuestro Dios...” (Isaías
59:2). El hombre quedó desenchufado de Dios y
libre para buscar su propio destino y tomar sus propias decisiones
sin tomarse en cuenta su creador. Por haber perdido el entendimiento
de Dios, le fue cada vez más fácil equivocarse en las
decisiones que tomaba. Ahora, le es posible pensar sus propios
pensamientos, desatar sus propias emociones, hablar sus propias
palabras y hacer las obras que se le ocurran, sin tomar en cuenta las
palabras ni la voluntad de Dios. Si no quiere obedecer las leyes de
tránsito, no lo hace. Si no quiere honrar su pacto de
matrimonio, tampoco lo hace. Si quiere buscar su propia venganza en
contra de su enemigo, lo puede hacer. Si decide odiar, pelear,
matar, fornicar, abusar o maldecir, la opción es suya. Pero,
el resultado de estos hechos no solo afecta al mismo hombre, sino
también a aquellos que están a su alrededor. Lo que
hace el uno puede afectar al otro, sea positivo o negativo.
El libre albedrío del hombre separado de Dios nos
deja todos susceptibles a las decisiones de los demás. Los
gobiernos hacen la guerra y los ciudadanos se mueren. Un hombre se
emborracha y después atropella a alguien con su auto. Un
delincuente decide asaltar a un negocio y mata a disparos al dueño.
¿Es la voluntad de Dios? No. ¿Dios lo permite?
Solamente en el sentido en que cada hombre, incluidos tu y yo, tiene
un libre albedrío dado por Dios desde la creación. Si
Dios acabara con el libre albedrío del hombre, tendría
que acabar con el tuyo también. No te sería posible
pensar tus propios pensamientos, ni hablar tus propias palabras ni
hacer lo que tu quieres. Serías un robot. ¿Eso es lo
que quieres? Creo que no. Dios tampoco quiere eso. Lo que Dios
quiere es que el hombre escoja el bien, una relación con él
a través de Jesucristo. Sin el libre albedrío,
esto no sería posible.
Estas tragedias motivadas por la desobediencia en el
hombre no representan la voluntad de Dios. Dios no es responsable
por la maldad. Es responsable es el hombre, que es el que rechaza a Dios y a su Hijo.
“Y manifiestas son las obras
de la carne, que son: adulterio,
fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría,
hechicerías enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas,
disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras,
orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os
amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales
cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas
5:19-21).
Todas estas maldades, y el sufrimiento que
desatan, no representan la voluntad de Dios sino los resultados de
las decisiones del hombre carnal.
El
Diablo en Control
La tercera consecuencia del pecado del hombre fue un
cambio en el gobierno espiritual del mundo. Como resultado de la
rebelión del hombre, él perdió su capacidad y
autoridad para gobernar sobre la creación de Dios. Un
enemigo, satanás, un ángel que también cayó
por su propia rebelión, asumió el gobierno del planeta.
Dios había entregado el mundo al hombre, y el hombre lo
entregó al diablo.
“Los cielos son
los cielos de Jehová; y ha dado la tierra a los hijos de los
hombres” (Salmo 115:16).
Cuando Jesús fue tentado por el diablo en el desierto, el
mismo satanás le mostró en un momento todos los reinos
de la tierra.
“Y le dijo el diablo: A ti te
daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque
a mí me ha sido entregada, y a
quien quiero la doy” (Lucas 4:5-6).
Desde el momento que Adán y Eva pecaron, el diablo, esto es Satanás, ha tenido el señorío sobre el planeta.
Jesús nombró al diablo como “el príncipe
de este mundo” (Juan 12:31) y “el ladrón”
(Juan 10:10); Pablo le llamó “el dios de
este siglo” (2 Corintios 4:4), y “el príncipe
de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los
hijos de desobediencia” (Efesios 2:2); y Juan
declaró que “el mundo entero está bajo el maligno”
(1 Juan 5:19).
¿Cómo es el carácter de este “dios”
o “príncipe” que opera en los hijos de desobediencia (la
raza humana)? Jesús, en una de sus declaraciones más
importantes, reveló el carácter del maligno, y así
nos aclaró por qué existe tanta maldad en el mundo.
“El ladrón no viene sino para hurtar
y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la
tengan en abundancia” (Juan 10:10).
El propósito de Dios siempre ha sido la vida, la
paz y la prosperidad. Dios nunca ha cambiado de carácter.
Podemos ver su perfecta voluntad en la creación, en la vida de
Jesús, y en el cielo. Las tragedias, la violencia, la
destrucción y la muerte jamás han representado la
voluntad de Dios. Muchas de estas cosas representan la obra del
ladrón, el diablo, cuyo único propósito es la
destrucción de la humanidad. El está para robar, matar
y destruir.
Cuando vemos algún tipo de maldad o enfermedad,
solamente tenemos que hacernos la pregunta, ¿es vida, o es
destrucción y muerte? Instantáneamente podemos saber
si proviene de Dios o no.
“Cómo Dios
ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús
de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y
sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque
Dios estaba con él” (Hechos
10:38).
“Toda buena dádiva
y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en
el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”
(Santiago 1:17).
Dios jamás ha cambiado
su carácter. El es eterno y su carácter es eterno. Su
propósito para con el hombre es vida.
El resultado del gobierno de satanás sobre los
hombres desobedientes fue la ignorancia espiritual.
“El
dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos,
para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de
Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2
Corintios 4:4).
El hombre que no anda en la luz del
evangelio acepta todo lo que pasa en la vida como la voluntad de
Dios. Su excusa por cada tragedia, enfermedad y fracaso es, “Dios
lo permitió.” Pero no es así.
“Mi
pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento”
(Oseas 4:6).
Cuando entendemos que vivimos en un
planeta sacudido y debilitado por el pecado, que el mismo hombre es
capaz de desatar mucha destrucción por sus hechos, y que el
gobierno espiritual del planeta se encuentra en las manos de un ser
cuyo propósito es la destrucción de la raza humana, no
es tan difícil entender por que suceden las tragedias. En
nuestra ignorancia hemos culpado a Dios y aceptado todo como si fuera
su voluntad. Hemos sido engañados por el dios de este siglo.
“Porque el corazón de este pueblo se ha
engrosado, y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado
sus ojos; para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos,
y con el corazón entiendan, y se conviertan, y
yo los sane”
(Mat.3:15).
Una
Vida sobre la Roca
En el evangelio de Mateo, capítulo 7, versículos
24-27, Jesús nos habla de dos hombres y como enfrentaron la
vida. Ambos hombres escucharon la Palabra de Dios. Ambos estaban
construyendo sus casas (sus vidas). Uno de ellos era prudente porque
era un hacedor de las palabras de Jesús. Era obediente a los
principios revelados en el Nuevo Testamento. Cuando le tocaron las
tormentas de la vida, que podrían ser cosas naturales,
espirituales o carnales, él se mantuvo firme y sobrevivió
“las tragedias” que le tocaron. El otro hombre no era un hacedor
de la Palabra. No prestó atención a los principios de
vida y, como resultado, cuando le tocaron las mismas circunstancias,
su vida se arruinó.
El punto importante en este relato es que no fueron las
circunstancias (las tragedias) las que derrumbaron la vida del hombre
insensato, sino la falta de un cimiento firme.
La voluntad de Dios era que él se quedara firme y victorioso.
La tempestad no fue la voluntad de Dios.
Tampoco el fracaso.
¿Qué
haremos?
Ahora, hemos visto que las tragedias en el mundo no
provienen de Dios ni representan su voluntad. Pero, ¿es
posible vivir la vida abundante, libre de estas tragedias?
Para contestar la pregunta solamente es necesario ver la
vida de Jesucristo. Su vida es nuestro ejemplo de lo que es posible
por fe.
“Porque todo lo que es nacido de
Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo,
nuestra fe”
(1 Juan 5:4).
Cuando Jesús tenía
que enfrentar el peligro de la naturaleza, él simplemente
reprendió la tormenta y hubo paz (Marcos 4:36-40).
Cuando fue tentado por el diablo, él proclamó la
Palabra de Dios y el diablo tenía que rendirse (Lucas
4:1-13). El sanó a todos los oprimidos por el
diablo porque Dios estaba con él (Hechos 10:38).
Cuando le tocó la escasez, él tuvo la fe para
multiplicar los panes y peces y alimentar a miles de personas con
hambre (Mateo 14:16-21). Jesús dominaba
las circunstancias de la vida por fe, y así quedó libre
de las tragedias. El nos ha dado la oportunidad para vivir de la
misma manera.
“De cierto, de cierto os
digo: el que en mí cree, las obras que yo hago, él las
hará también; y aún mayores hará, porque
yo voy al Padre” (Juan 14:12).
La voluntad de Dios no es que sus hijos sean destruidos
por una naturaleza fuera de control, ni por las malas decisiones de
los hombres que no conocen a Dios, ni por las trampas y tentaciones
del enemigo.
“Estas cosas os he hablado
para que en mi tengáis paz. En el mundo tendréis
aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”
(Juan 16:33).
Es cierto que todos vamos a
enfrentar momentos difíciles en la vida, pero, no es cierto
que tengamos que ser vencidos por ellos. Si caminamos en la verdad
de Jesucristo, aplicando los principios de vida que él nos
enseña en su Palabra, es posible evitar muchas tragedias y
salir victoriosos de otras.
“Hijitos,
vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es
el que está en vosotros, que el que está en el mundo”
(1 Juan 4:4). “¿Quién
es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el
Hijo de Dios?” (1 Juan 5:5).
¿Has creído en Jesús, el Hijo de
Dios? No hablo de una religión muerta, sino de una relación
viva con el Dios Todopoderoso, la fuente de vida y victoria, a través
del Señor Jesucristo. La vida victoriosa no está tan
lejos. Simplemente tienes que creer en tu corazón y confesar
con tu boca que Jesús es el Señor. Puedes comenzar una
vida transformada ahora mismo si quieres. Dios te espera.
“Cerca de ti está la palabra, en tu boca y
en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que
si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y
creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los
muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree
para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”
(Romanos 10:9-10)
Padre,
vengo a ti en el nombre de Jesucristo.
Tu
Palabra declara, “todo aquel que invocare
el
nombre del Señor será salvo.” (Hechos2:21)
Yo
te invoco. Pido que Jesús venga a mi vida
para
ser mi Señor, mi Salvador, mi Sanador,
mi
Proveedor, mi Fuerza y mi Paz.
Recibo
el perdón de mis pecados
y
según tu Palabra, me declaro una
nueva
criatura en Cristo.
Soy
salvo por fe y te alabo.
Creo
que recibo el poder transformador del
Espíritu
Santo, para vivir en Tu Palabra
y
dar testimonio de Ti, con todo poder
y
autoridad, en el nombre de Jesús.
Amén.
Claro que Dios es real pero Claro que los ama, y estoy segura que lloro cuando paso esto. Pero todos tenemos un dia para nacer y otro para morir o acaso tu crees que Dios no estaba con sus apostoles fueron vilmente sacrificados? El estubo ahi. Dios esta mas preocupado por nuestro espiritu mas que nuestro cuerpo..nadie nacio para quedar de familia..no se la forma que vallas a morir tu cuando tu cita con la muerte llegue...solo Dios, por mas bueno que seas esta establecido que el hombre muera una sola vez y despues el juicio por mas bueno o malo que seas..para un cristiano la muerte es solo el principio de la vida eterna al lado de Jesus..pobres los que se mueren sin Cristo y se van al infierno...los que nunca se arrepintieron, y pidieron perdon a Dios...
ResponderEliminarEntonces, ¿cómo es posible que gente buena sufra cosas malas? La pasión de Cristo arroja alguna luz para responder a esta pregunta.
ResponderEliminarLos discípulos abandonaron el Calvario confundidos y abrumados. El hombre más bueno que jamás habían conocido había sido clavado sobre una cruz. El infierno había mostrado sus peores frutos. Y entonces, cuando la noche parecía más sombría y oscura. Dios quebró las tinieblas con la luz esplendente de la resurrección de su Hijo. Este poderoso hecho de Dios tiene consecuencias tremendas para resolver el problema del sufrimiento en los creyentes.
Primero, la resurrección significa que Dios es el Señor soberano del sufrimiento. Considere esta verdad. Dios, el Padre, utilizó el sufrimiento de su propio Hijo como la hebra con la que tejió el tapiz de la redención. De lo peor, El produjo lo mejor. Quizás El esté usando el dolor de tu sufrimiento para obrar algún milagro de gracia. ¡Cuántas veces el Señor se valió de la aflicción de una enfermedad para salvar a otros y ayudar al creyente a conocerlo mejor!
Segundo, el hecho poderoso de Dios en el Calvario y en la tumba vacía significa que nuestro Dios es un Señor Sufriente. Esto también es sorprendente. Cuando clamamos a El desde el medio de nuestro dolor, no estamos invocando a un Buda que tiene los brazos cruzados y cuyos ojos están cerrados en una eterna contemplación. ¡Dios no nos da las espaldas! Su rostro está vuelto hacia nosotros, ¡y sabe lo que es sufrir! El está de nuestro lado. En la persona de su Hijo experimentó el hambre, la ignorancia, la soledad, el cansancio, el dolor y el rechazo. No tuvo una casa propia. Lloró. Sufrió. Murió. Es por eso que en nuestras aflicciones podemos encontrar consuelo y esperanza en El. Nuestro Señor sabe qué es lo que estamos pasando porque El lo pasó primero. ¡Esta es una buena noticia!
Finalmente, el Calvario y la tumba vacía significan que nuestro Dios es el gran vencedor de la muerte. Un conjunto de rock cristiano norteamericano, Petra, tiene una canción en la que cantan de "El ladrón de tumbas". ¡Cristo es el gran resucitador de muertos! En consecuencia, el sufrimiento en esta vida no tiene la última palabra ni es el acto final de nuestra vida. Todavía nos aguarda algo mucho mejor: un Cielo nuevo y una Tierra nueva donde ya no habrá más dolor. Así como Cristo se levantó de los muertos, dejando a la muerte con su frustración de no poder retenerlo en su tumba, de igual modo quienes reconocemos su señorío seremos resucitados a una vida nueva. ¡Esto también es una buena noticia!
Entonces, ¿por qué sufren los seres humanos? Algunos sufren como consecuencia del pecado. Y es nuestro deber como creyentes ir por todo el mundo procurando aliviar el sufrimiento y dolor que el pecado produce.
Otros sufren a pesar de ser buenos hijos de Dios. En estos casos, el sufrimiento sigue siendo un misterio no fácil de explicar. Sin embargo, tenemos esta confianza: que nuestro Dios, el Señor soberano, también lo es del sufrimiento. Tenemos este consuelo: que nuestro Dios es un Señor Sufriente. Y, finalmente, tenemos esta esperanza: que nuestro Dios es el gran vencedor de la muerte. Todo esto nos pertenece gracias al milagro de la tumba vacía, que siguió al milagro de la cruz vacía.