Espiritualidad y sexualidad (Segunda parte)
La sexualidad, en el estado de
inocencia descrito en Génesis, era pura y perfecta; el sexo en sí, en
todas sus dimensiones, es santo.
La teología bíblica de la sexualidad en Génesis
Los dos relatos de la creación al inicio del Génesis (1:1-2:4a; 2:4b-25) dan un lugar prominente a la sexualidad. Cuando el relato sacerdotal describe la creación humana a la imagen y semejanza de Dios, agrega que «hombre y mujer los creó» (Génesis 1.27). De esa declaración entendemos que la condición sexuada, tanto de la mujer como del hombre, pertenece a la esencia de la imagen de Dios en el ser humano.
En seguida el Creador pronuncia su bendición sobre esa sexualidad y da un mandamiento sexual: «Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla» (1.28). Es obvio en estos textos que la práctica sexual, única manera de procreación humana, pertenece al plan de Dios y su perfecta voluntad para la humanidad.
La sexualidad, en el estado de inocencia descrito en Génesis, era pura y perfecta; el sexo en sí, en todas sus dimensiones, es santo.Es importante insistir en que según este relato, la sexualidad existe antes del pecado y totalmente aparte del pecado. Es más bien la intención pura y original del Creador. Además, según la Biblia, el sexo no contribuyó en nada con el origen del pecado en la humanidad. El relato de Génesis refuta dos de los «mitos» en que creen muchas personas: la sexualidad comenzó con la caída en pecado y el trabajo se introdujo como castigo por la desobediencia. Al contrario, la bendición y mandamiento de Génesis 1.28 sitúa la procreación sexual dentro del mismo orden de la creación, además, el contexto (1.26–30) implica que el trabajo también antecedía al pecado. El segundo relato es explícito: Adán, aun antes de desobedecer, está llamado a labrar la tierra y a guardarla (2.15).
Ni el sexo ni el trabajo comenzaron con el pecado. La sexualidad, en el estado de inocencia descrito en Génesis, era pura y perfecta; el sexo en sí, en todas sus dimensiones, es santo. El pecado introdujo el desorden de lo creado (3.13, 16): el abuso del sexo, el usar a la otra persona en vez de amarla. En forma parecida, la esencia del trabajo humano en el plan de Dios era creatividad y libertad, a la imagen del mismo Creador. El pecado cambió el trabajo de creatividad a fatiga y carga pesada.
Mientras el primer relato de la creación relaciona la sexualidad con la procreación, el segundo lo enfoca en términos del amor, el compañerismo y la solidaridad de la pareja. En esta versión, muy diferente del primer capítulo, Yahvé crea primero a Adán de la tierra (hebreo Adamah) y le prepara un huerto (2.7–8). Pero por primera vez en la Biblia se advierte que algo de la obra no resultó bien: «No es bueno» —afirma Dios— «que el hombre esté solo» (218). El ser humano es por naturaleza un ente social, creado para el compañerismo con otros seres humanos. Entonces, con un simbolismo curioso, frente a la soledad de Adán Dios crea los animales. Dios los lleva a Adán, quien les da nombre (2.19). «Sin embargo, no se encontró entre ellos la ayuda adecuada para el hombre» (2.20). A continuación, Yahvé crea a la mujer del mismo ser del hombre. Igual que antes, Dios la lleva a Adán y Adán le da nombre (mujer, Ishá). Ahora ha aparecido la compañera para hacer completa la vida humana sobre la tierra y Adán la declara «hueso de mis huesos y carne de mi carne» (2.23). En el perfecto designio de Dios, «los dos se funden en un solo ser» (2.24) y ninguno sentía vergüenza de su desnudez (2.25). Llama la atención que todo este relato yahvista se concentra en la relación humana como realización y comunidad de la pareja, sin la menor referencia a la procreación de hijos e hijas.
Los dos relatos de la creación al inicio del Génesis (1:1-2:4a; 2:4b-25) dan un lugar prominente a la sexualidad. Cuando el relato sacerdotal describe la creación humana a la imagen y semejanza de Dios, agrega que «hombre y mujer los creó» (Génesis 1.27). De esa declaración entendemos que la condición sexuada, tanto de la mujer como del hombre, pertenece a la esencia de la imagen de Dios en el ser humano.
En seguida el Creador pronuncia su bendición sobre esa sexualidad y da un mandamiento sexual: «Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla» (1.28). Es obvio en estos textos que la práctica sexual, única manera de procreación humana, pertenece al plan de Dios y su perfecta voluntad para la humanidad.
La sexualidad, en el estado de inocencia descrito en Génesis, era pura y perfecta; el sexo en sí, en todas sus dimensiones, es santo.Es importante insistir en que según este relato, la sexualidad existe antes del pecado y totalmente aparte del pecado. Es más bien la intención pura y original del Creador. Además, según la Biblia, el sexo no contribuyó en nada con el origen del pecado en la humanidad. El relato de Génesis refuta dos de los «mitos» en que creen muchas personas: la sexualidad comenzó con la caída en pecado y el trabajo se introdujo como castigo por la desobediencia. Al contrario, la bendición y mandamiento de Génesis 1.28 sitúa la procreación sexual dentro del mismo orden de la creación, además, el contexto (1.26–30) implica que el trabajo también antecedía al pecado. El segundo relato es explícito: Adán, aun antes de desobedecer, está llamado a labrar la tierra y a guardarla (2.15).
Ni el sexo ni el trabajo comenzaron con el pecado. La sexualidad, en el estado de inocencia descrito en Génesis, era pura y perfecta; el sexo en sí, en todas sus dimensiones, es santo. El pecado introdujo el desorden de lo creado (3.13, 16): el abuso del sexo, el usar a la otra persona en vez de amarla. En forma parecida, la esencia del trabajo humano en el plan de Dios era creatividad y libertad, a la imagen del mismo Creador. El pecado cambió el trabajo de creatividad a fatiga y carga pesada.
Mientras el primer relato de la creación relaciona la sexualidad con la procreación, el segundo lo enfoca en términos del amor, el compañerismo y la solidaridad de la pareja. En esta versión, muy diferente del primer capítulo, Yahvé crea primero a Adán de la tierra (hebreo Adamah) y le prepara un huerto (2.7–8). Pero por primera vez en la Biblia se advierte que algo de la obra no resultó bien: «No es bueno» —afirma Dios— «que el hombre esté solo» (218). El ser humano es por naturaleza un ente social, creado para el compañerismo con otros seres humanos. Entonces, con un simbolismo curioso, frente a la soledad de Adán Dios crea los animales. Dios los lleva a Adán, quien les da nombre (2.19). «Sin embargo, no se encontró entre ellos la ayuda adecuada para el hombre» (2.20). A continuación, Yahvé crea a la mujer del mismo ser del hombre. Igual que antes, Dios la lleva a Adán y Adán le da nombre (mujer, Ishá). Ahora ha aparecido la compañera para hacer completa la vida humana sobre la tierra y Adán la declara «hueso de mis huesos y carne de mi carne» (2.23). En el perfecto designio de Dios, «los dos se funden en un solo ser» (2.24) y ninguno sentía vergüenza de su desnudez (2.25). Llama la atención que todo este relato yahvista se concentra en la relación humana como realización y comunidad de la pareja, sin la menor referencia a la procreación de hijos e hijas.
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