viernes, 23 de septiembre de 2011

Aprende *Espiritualidad y sexualidad (Primera parte)por Juan Stam


Espiritualidad y sexualidad (Primera parte)por Juan Stam

Algunas enseñanzas sobre sexualidad deben corregirse a la luz de los enfoques hebreo y cristiano, los cuales pueden moldear nuestra espiritualidad desde nuestra sexualidad.
Espiritualidad y sexualidad (Primera parte) La teología bíblica del cuerpo físico (1)

Desde su primera página, la Biblia insiste en el valor positivo de toda la creación material.  Según el primer relato de la creación (Génesis 1:1-2:4a), mientras Dios lo va creando, siete veces declara «bueno» el mundo material (la luz 1.3; tierra y mar 1.10; vegetación 1.12; astros 1.18; peces y aves 1.21; animales 1.25; humanidad 1.31).  La última de ellas, después de la creación del ser humano, el Señor califica «todo lo que había hecho» como «bueno en gran manera».  Frente a mitologías contemporáneas que atribuían el origen del mundo a pleitos y caprichos de los dioses o filosofías antiguas que despreciaban la materia y el cuerpo, la tradición hebrea afirmaba enfáticamente lo bueno de la realidad creada.

Esta concepción de la materia y del cuerpo se refleja a través de las escrituras hebreas en la franqueza y la naturalidad con que tratan los temas biológicos y las funciones fisiológicas, tanto que nuestros modernos traductores a veces lo encubren con eufemismos menos chocantes a la sensibilidad occidental.  Se expresa, también, en una muy simpática anécdota del Talmud:  Cierto día el Rabí Hilel enseñaba a sus discípulos y lo sorprendió la necesidad urgente de ir al baño.  Cuando pidió permiso para ausentarse, sus discípulos, un poco picarescos, le preguntaron, «¿y a dónde te diriges?»  Su respuesta los sorprendió: «Voy a cumplir un precepto divino».«¿Eso es un precepto divino?”» —le preguntaron.  Y contestó: «Sí, el de cuidar el cuerpo, porque Dios lo creó y lo declaró bueno». (2)
Mucho de la actividad del Mesías consistía en sanar los cuerpos, alimentarlos y dignificarlos.Es importante recordar que el pensamiento hebreo no admitía ninguna dicotomía dentro de la persona humana.  El dualismo de cuerpo y alma, o la tricotomía de cuerpo, alma y espíritu, no proceden de la enseñanza bíblica sino de filosofías griegas.  Al traducir los términos hebreos de Ruach (viento, aliento) y Nefesh (vida) por pneuma y psujé, respectivamente, en las escrituras cristianas, el dualismo extra-bíblico invadió al cristianismo por la tendencia de entender los términos en su sentido griego en lugar de su original sentido bíblico. (3)  Esa infiltración condujo a una exaltación del espíritu o del alma racional y un desprecio al cuerpo. En la antropología hebrea, cuerpo y espíritu son inseparables y merecen igual respeto.

Un cántico a la vida del cuerpo es el libro de Cantares, en contraste con los constantes esfuerzos de espiritualizar su mensaje.  Describe detalladamente el cuerpo femenino (4.1–5) y masculino (5.10–16) con gran realismo y erotismo.  El libro respira «el placer de saberse cuerpo digno de ser cantado». (4)  Bien comenta Elsa Támez que sería imposible imaginar Cantares «sin cuerpos, caricias y besos, pero tampoco se puede deleitar la lectura del texto pasando por alto la fertilidad de la tierra, la frescura de las frutas y la belleza de los animales». (5)  En las Escrituras, la teología de la creación es de una sola pieza.

El cuerpo recibe central importancia también en las escrituras cristianas.  El anuncio de Juan el Bautista y de Jesús de Nazaret era que el Reino de Dios se había acercado.  Los discípulos llegaron a percibir que Dios mismo estaba presente en este extraordinario galileo, presente de manera única en una vida humana y en un cuerpo físico.  El autor del cuarto evangelio lo describió como una encarnación («El Verbo era Dios...y el Verbo fue hecho carne», Jn 1.1,14).  Mucho de la actividad del Mesías consistía en sanar los cuerpos, alimentarlos y dignificarlos.  En su cuerpo de carne y hueso, según el evangelio cristiano, nos redimió por la entrega de ese cuerpo en la Cruz (cf. Romanos 8.3–4).  Y con su cuerpo resucitó, se presentó a sus discípulos, caminaba con ellos y comía con ellos. San Pablo describe el cuerpo de los fieles como «templo del Espíritu Santo» (1 Corintios 3.16–17; 6.19–20).  Y todo el Nuevo Testamento promete también la resurrección final del cuerpo como triunfo definitivo de la vida sobre la muerte.  Después el libro de Apocalipsis termina con la promesa de una nueva creación, de cielo y tierra (Ap 21–22).  Todas esas enseñanzas pueden ser muy discutibles, pero dejan más allá de toda duda la importancia decisiva del cuerpo en las escrituras cristianas.

Especialmente significativo al respecto es el prólogo del cuarto evangelio (Juan 1.1–ß18).  El autor comienza con una terminología muy familiar y querida por los círculos filosóficos de la época en Asia Menor: la doctrina del Lógos.6  El Logos era la primera emanación de dios (theós), junto con sabiduría (sofía), virtud (areté) y otras.  Pero ni dios ni ninguno de ellos tenían la menor relación con la materia, mucho menos eran sus creadores.  La materia la creó una emanación muy inferior, mal nacida, llamada «el Demiurgo».  Por eso, en esas filosofías (sobre todo neoplatonismo y después gnosticismo), el Logos servía precisamente para aislar a dios de todo lo material y físico.

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