Las últimas palabras de los condenados a muerte
El 'corredor de la muerte' de la penitenciaria de Angola, en Lusiana.
- Un preso fue ejecutado, meses después se demostró su inocencia
- La mayoría rezan a Dios, pide perdón o defienden su inocencia
441 no es un número escogido al azar, es el número con el que han sido marcados los presos que desde 1982 han sido ejecutados
en las cárceles del Estado estadounidense de Texas tras ser condenados a
pena de muerte. Ahora, el Estado que más ejecuciones practica en todo
EEUU, ha decidido publicar las últimas voluntades de estos cuatrocientos
presos, sus últimos deseos, su redención, su culpa.
"Lo siento por todo el dolor que he causado durante todos estos años (...) No puedo cambiar el pasado. Lo siento, lo siento, pero no puedo cambiarlo".
David Martínez, el preso número 999265, asesinó a tiros a una mujer
hispana de 27 años, a sus dos hijos, de 3 y 6, y a un joven de 18 años.
Es de los pocos que antes de morir por inyección letal entona el 'mea
culpa' y reconoce sus delitos. La mayoría siguen insistiendo en su
inocencia.
Cameron Todd Willingham.
Uno de estos casos es el de Cameron Todd Willingham.
Condenado por provocar un incendio en su casa en el que fallecieron sus
dos hijas, Willingham defendió desde su detención en 1992 y hasta las
puertas de su muerte su inocencia. "La única declaración que quiero
hacer es que soy un hombre inocente. Fui perseguido durante 12 años por
un delito que no cometí. Ahora me tengo que ir", dijo en su declaración,
censurada en parte por las autoridades texanas por los insultos y las
blasfemias del reo.
Willingham fue ejecutado en febrero de 2004. Hoy, cinco años después
de su ejecución la investigación en la revista semanal estadounidense 'The New Yorker' demostró que al contrario de lo que afirmaba la investigación policial, no había pruebas suficientes para inculpar a Willigham. Nunca dejó de defender su inocencia.
Similar es el caso de William Chappell, ejecutado hace ahora siete
años, y que al igual que Willingham siempre defendió su inocencia. "A
vuestros ojos mi muerte os hace felices, pero voy a deciros algo hay dos
pruebas que demuestran que yo no lo hice (...) Yo no he matado a nadie en mi vida.
Tres personas confesaron el delito por el que hoy me ejecutan (...)
Todo lo que pedí fue una sola prueba de ADN y no lo conseguí. Ustedes me
van a asesinar y yo siento mucha lástima por ustedes".
Chappel fue condena a muerte por el asesinato de Martha Lindsay, de
50 años, y su hija Alexandra Heath en la localidad de Fort Worth. Ambas
fallecieron tras recibir un disparo en la cara. En el momento de su
asesinato había otras tres personas en la casa, la abuela de Alexandra,
un niño pequeño y el padre, quien fue el que identificó a Chappel como
el asesino de su familia. El reo siempre pidió pruebas de ADN que demostraran su implicación. Nunca se las concedieron.
"Papa, te quiero tanto. Eres el mejor. Todos vosotros sois los
mejores. Ahora, creo que vuelvo a casa. Lo siento y lo digo de corazón,
no son sólo palabras. Mi vida es todo lo que puedo dar. Oh, Jesus, llévame a casa... Llévame a casa, por favor".
La culpa, el miedo, la penitencia del que sabe que va a morir... James
Moreland asesinó a dos hombres, Clinton Corbet y John Royce Cravey.
Condenado a muerte en 1982, Moreland nunca negó los hechos. Su ultima
voluntad era morir.
William Chappell, ejecutado en 2002.
En lo que va de año, Texas ya ha ejecutado a 18 personas y permanecen
en el corredor de la muerte más de 300 presos a la espera de que se
cumpla su ejecución. La publicación de las 'últimas palabras' de los
condenados llega justo una semana después de la doble ejecución fallida de Romell Broom.
Los verdugos no pudieron encontrarle la vena apropiada. El reo
colaboró todo lo que pudo, pero ante la imposibilidad de inyectarle la
muerte el gobernador de Ohio tuvo que suspender su ejecución.
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