jueves, 6 de septiembre de 2012

LEYENDAS DEL LLANO


 LEYENDAS DEL LLANO
 Isaías Medina López,
En la llanura la naturaleza es una entidad que marca sus propias leyes muy por encima de los hombres y su destino. Del término Ley y/o Lección proviene “leyenda”, signo múltiple de la cultura, de los pueblos y del hombre, a explicarse (y aplicarse) por medio la metáfora. Uno ve a la distancia la piramidal forma de una loma, un poco más acá se divisa entre los matorrales el ganado en su pastoreo, algo más cercano la sombra verde de un árbol protector y un camino estrecho. Todo se mira apacible, callado y tranquilo, pero de ese mismo escenario emanan los más pasmosos relatos legendarios que el llanero denomina "pasaje", según su vocabulario ancestral. El ojo se torna fotográfico, luego, lo visible es apenas un anuncio de fuerzas ocultas que reservan su hora de manifestarse, en medio del silencio sabanero con su sobrecogedor misterio.
La leyenda que vibra en la llanura satura el alma por ser literatura oral dialogizada. Surge del relato testimonial que se origina en hechos verídicos. Da sus primeros pasos entre familiares y amigos. Adquiere dimensiones insólitas al unirse a otros cuentos de camino; al enredarse con la copla sabanera, con las anécdotas contadas en los velorios; y al meterse honda en la simbología de los abuelos y los saberes del maestro comunitario. La leyenda es la quintaesencia del rumor, que se propaga en la habilidad comunicativa del hablante y alcanza el grado de literatura perdurable.
Las leyendas pertenecen a la época de los hombres de la prehistoria reunidos a la luz de los astros y al calor de una fogata. La tecnología moderna, lejos de acabarlas les magnifican, les convierten en fuente del entretenimiento. Leyendas, con varios siglos a cuestas, como Florentino y el Diablo, han sido pieza teatral, poema épico, ópera, drama cinematográfico, éxito de la discografía, escenificación oral, tesis de investigación, libro antológico, motivos de contrapunteo, festivales de canto: en suma; temática universal que identifica la llaneridad.
Muchos pueblos extintos del pasado son evocados por sus leyendas, tal es el caso de nuestras naciones aborígenes que aún palpitan en los relatos de sus soberbios caciques: Guaicaipuro, Tamanaco, Baruta, Chacao, Arichuna, Chapaiguana, Maracay, Manaure, Paramaconi, Coromoto, entre muchos, y por supuesto la infaltable reina María Lionza.
También existen leyendas que relatan el martirio de los pueblos indígenas: la más famosa es la Leyenda del Dorado, en su alusión al conquistador Nicolás de Federman (Barba Roja) en sus nefastas correrías por los Llanos de Cojedes y las de la Leyenda Negra de la Conquista del fraile Bartolomé de Las Casas.
Luego existe hoy un interesante conjunto de relatos que le confieren perfiles de leyendas milagrosas a diversas personas fallecidas identificadas como ánimas benditas: Pancha Duarte o Ánima de Taguapire, Rompellano, Picapica, el Negro Charly, La Yaguara y otras más, las cuales que llenan de fe y esperanza a los llaneros.
La leyenda es memoria de acontecimientos, cuya esencia, justamente, por ser tan vital se transforma como la existencia misma; se asocia, se contradice, sufre mudanzas, toma y otorga préstamos de componentes narrativos, se ata a los vendavales y vaivenes que la propagan, hasta tornarse en un texto sin un acabado o dueño definitivo. El mismo Alberto Arvelo Torrealba configuró cuatro versiones de Florentino y el Diablo, una en teatro y tres en poesía (1940, 1950 y 1957).
Los campesinos y la gente de los pueblos atesoran diferentes versiones de distintos hechos, y con el correr del tiempo, las leyendas adquieren nuevos matices y alcances en los cuales las personas, los seres del más allá, las ánimas, los santos y los demonios hacen las más curiosas jugarretas y siembran su huella de espejismo. Es un asunto serio y profundo, porque su perfil está en el ancestro, por ello cada quien goza de la libertad de recrearla a su manera, de enriquecerla con trazos de su espiritualidad, tal como ocurre con otros temas trascendentales: el amor, el destino y la muerte.
La narrativa de las leyendas reviven las voces de varias figuras del llanero de antaño. Uno es el peón de sabanas con las abrumadoras peripecias de su áspero oficio. Otro es el trashumante (el andariego) que de improviso llegaba a con su caudal de ocurrencias y tesoros narrativos para desaparecer luego con igual enigma. También las mujeres del fogón, las lavanderas del río, las parteras domésticas, las hierbateras del vecindario, las rezanderas de velorios, las señoras del budare, en fin, mujeres del Llano legendario, al mismo tiempo: presencia y fábula, narración y poesía. Seres, hoy casi mágicos, que gracias a las leyendas heredadas de ellos, adquieren la legitimidad vital que la gran historia patria les niega.
La profesora Ana Cecilia Valdez en su artículo Vigencia de la Llaneridad, apunta que en el Llano: “Sus pobladores nos narran sus experiencias sentidas y vividas, tal como la aparición de Las Candelitas del Leñador, de La Bola de Fuego, el renombrado Silbón, entre otros…Es menester enfatizar que la cultura llanera se hace permanente y cobra vigencia en estos espantos, leyendas y creencias vernáculas, particularidades socio-culturales que demandan un concepto amplio y preciso de la llaneridad”.
Las leyendas por ser creaciones populares no son bien vistas por la ciencia, pese a que las utilizó Herodoto, reconocido como el padre de la Historia y de toda la metodología científica-deductiva que desencadena posteriormente. El caso es una necedad de leyenda. Pedro Gómez Valderrama señaló: “La leyenda es la poesía de la historia”, pero muchos seudo-científicos carecen de sensibilidad literaria, lástima. Por el contrario, hombres que ya son leyenda de la ciencia las prefieren como base de su sabia condición: Albert Eistein, forjador de la Teoría de la relatividad, fue ávido lector de leyendas de fantasmas; Sigmund Freud, patriarca del Psicoanálisis, basó sus postulados en el legendario drama de Edipo Rey; Robert Oppenheimer, pionero de la Fisión Nuclear, devoraba todo saber de las leyendas Hindúes, y Charles Robert Darwin, teórico de la Evolución de las Especies, hacia lo propio con las leyendas de los marineros.
Arístides Rojas, publicó sus Leyendas Históricas de Venezuela, en 1888, cuando era ya un científico de jerarquía continental: Vicepresidente de la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales, y fundador de la Sociedad de Bibliografía Americana. El referido texto dedica especial atención a dos personajes muy polémicos de la historia popular del Llano: el General José Antonio Páez y el forajido José Nicolás Ochoa o Guardajumo, acuñada, inicialmente por el héroe independestita Gil Parparcén.
Además de los argumentos y virtudes narrativas de su trabajo, Daniel Ruiz Chataing (2006), comenta las técnicas literarias empleadas por el maestro Rojas: “Muestra gran preocupación por el sustento de sus narraciones, con testimonios directos. Libros, pasquines, periódicos, manuscritos, testimonios orales, así como obras históricas francesas, inglesas, holandesas, etc., nutren sus leyendas”.
Este aporte permite comentar que muchas de las leyendas a ubicarse en esta página son producto del esfuerzo estudioso de quienes las narran. Tal como lo hizo Rojas, las leyendas incluidas en esta página, son fruto del esfuerzo de investigación y la oportuna curiosidad de sus compiladores, en su mayoría muy jóvenes profesionales de la enseñanza de Castellano y Literatura. Oportuno es insistir en que las leyendas carecen de moldes absolutos; ellas obedecen a la inquietud y desconcierto del humano colectivo que brinda respuestas estéticas en las que el individuo se acomoda a su parecer.
Destacables es, entre las compilaciones de leyendas llaneras publicadas en libros, el trabajo de Carmen Pérez Montero en su obra Mitos y leyendas del estado Portuguesa (2002), texto que ofrece diez y ocho impactantes versiones, cuyos títulos nos enuncian lo grave de su contenido, por ejemplo: El Encadenado de Píritu; El Carretón; El Espíritu de Eugenio Báez; El Espanto del Bajío y El Ánima de Ño Silvestre. En ese orden de ideas encontraremos también Cuentos, Mitos y Leyendas del Llano de Getulio Vargas Barón (1996), disponible en http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/folclor/cuentos/indice.htm de la Biblioteca Luis Ángel Arango.
En la actualidad, el término leyenda se asume, además, como factor que enriquece el lenguaje. Se habla de leyenda urbana, de leyendas vivientes, de personaje legendario destacable -por muy bueno o por muy malo- en la sociedad: atletas, dictadores, reyes y villanos, a la par con batallas, descubrimientos, travesías y plagas compiten por un sitial en el conjunto de las leyendas y se abren senderos propios en los textos de las ciencias y de la cultura, sin detenerse en barreras creadas por la ideología, la religión, lo geográfico y lo temporal.
La leyenda es un reto a nuestra capacidad de imaginación y reclama nuestra ausencia de las rutinas agobiantes. Desde niños todos hemos soñado ser parte de una leyenda. Ella nos extrae del aquí y ahora, nos lleva hacia tiempos y lugares casi perdidos en el universo, pero que aguardan ocultos nuestro arribo. La leyenda cubre una necesidad del imaginario; es arte mayor de la narración popular con la misma jerarquía del mito. Es una realidad literaria que nos devela, ante nosotros y los demás, en todo aquello de pueblo, de comunidad, de nación, de americanos  que llevamos adentro.
 Isaías Medina López
Por muy humorística que luzca la leyenda se apega más al drama que a la comedia. Su narración en forma de texto popular sin artificios brindan una superficie muy amplia, pero ellas no son superficiales. Sus asuntos asumen lo grave, lo complejo, puede, inclusive, ser cruda y hasta causar miedo. Véase que en la mayoría de sus narradores evita ser personaje. Se narra desde la voz de alguien que dio la referencia mediante esta consabida advertencia: “Yo sé que usted no lo va creer, pero narraré un suceso tal cual me lo contaron, una  persona muy seria me contó que...”.
Los personajes de las leyendas obedecen a  una tipología especial. En Europa apuestan a “nobles” de cuna: el marqués de Roldán, al príncipe Drácula, al rey Arturo, al emperador Carlomagno, al divino Aquiles, a la reina Brunilda, a la faraona Cleopatra. El llanero prefiere el protagonismo de la gente común enfrentados a circunstancias extraordinarias, entre las leyendas más divulgadas bajo esa premisa citamos a: Cantaclaro, Paulino el Turpial y Custodio Quendo (de José Romero Bello); El Silbón (de Dámaso Delgado); La Sayona, Juan Machete, y Federico y Mandinga (de José Jiménez, el Pollo de Orichuna); La Muerta de las Galeras de El Pao y El Salvaje de La Sierra (de Dámaso Figueredo); El Hachador Perdido (de Hipólito Arrieta y Jenny Colmenares); El Cazador Novato y el Diablo (de Rafael Martínez Arteaga) y Leyenda del Poeta Coleador, Florentino y el Diablo (de Rodrigo Centella)…copleros, peones, mujeres del pueblo, hijos humildes de la sabana inmensa que de súbito se envuelven en torbellinos inauditos, para recrear historias que aún nos brindan gratos momentos de fantasía, de asombro y de identidad llanera.
Así, uno no puede extrañarse de los sobrecogedores sucesos de las leyendas nacidas en la llanura y de la llanura volcada en las leyendas: que en esa loma tan lejana se apreste el Salvaje de La Sierra o el Ánima de Tucuragua para sus temibles portentos; que la sabana donde pasta el ganado sea el asiento de antiguos fantasmas de un pueblo desaparecido; que la sombra generosa del árbol recubra al tigre carnicero o al penitente ahorcado cercano a su retorno; que ese camino pegado a la cerca nos lleve a encontrar al temible Jinete Sin Cabeza a la Mula Maniá de la Mata Carmelera...o quizá solo esté escuchando el silencio dejado por aquellos codiciosos que pactaron con el Diablo.
Recuerde que el Llano es un hábito de vida, es una tradición. La Llanura es territorio de los soñadores, de los hombres y mujeres trasnochantes que vuelcan en palabras los asombrosos espantos que asolan pueblos y campos, también, los ríos poblados de animales y peces increíbles, los montes donde las fieras conviven con las fábulas del jinete arreador de ganado.
En todo caso, usted ya está advertido y está solo...

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