LEYENDAS DEL LLANO
Isaías Medina López,
Isaías Medina López,
En la llanura la naturaleza es una entidad que marca sus propias leyes muy por encima de los hombres y su destino. Del término Ley y/o Lección proviene “leyenda”,
signo múltiple de la cultura, de los pueblos y del hombre, a explicarse
(y aplicarse) por medio la metáfora. Uno ve a la distancia la piramidal
forma de una loma, un poco más acá se divisa entre los matorrales el
ganado en su pastoreo, algo más cercano la sombra verde de un árbol
protector y un camino estrecho. Todo se mira apacible, callado y
tranquilo, pero de ese mismo escenario emanan los más pasmosos relatos
legendarios que el llanero denomina "pasaje", según su vocabulario
ancestral. El ojo se torna fotográfico, luego, lo visible es apenas un
anuncio de fuerzas ocultas que reservan su hora de manifestarse, en
medio del silencio sabanero con su sobrecogedor misterio.
La
leyenda que vibra en la llanura satura el alma por ser literatura oral
dialogizada. Surge del relato testimonial que se origina en hechos
verídicos. Da sus primeros pasos entre familiares y amigos. Adquiere
dimensiones insólitas al unirse a otros cuentos de camino; al enredarse
con la copla sabanera, con las anécdotas contadas en los velorios; y al
meterse honda en la simbología de los abuelos y los saberes del maestro
comunitario. La leyenda es la quintaesencia del rumor, que se propaga en
la habilidad comunicativa del hablante y alcanza el grado de literatura
perdurable.
Las
leyendas pertenecen a la época de los hombres de la prehistoria
reunidos a la luz de los astros y al calor de una fogata. La tecnología
moderna, lejos de acabarlas les magnifican, les convierten en fuente del
entretenimiento. Leyendas, con varios siglos a cuestas, como Florentino
y el Diablo, han sido pieza teatral, poema épico, ópera, drama
cinematográfico, éxito de la discografía, escenificación oral, tesis de
investigación, libro antológico, motivos de contrapunteo, festivales de
canto: en suma; temática universal que identifica la llaneridad.
Muchos
pueblos extintos del pasado son evocados por sus leyendas, tal es el
caso de nuestras naciones aborígenes que aún palpitan en los relatos de
sus soberbios caciques: Guaicaipuro, Tamanaco, Baruta, Chacao, Arichuna,
Chapaiguana, Maracay, Manaure, Paramaconi, Coromoto, entre muchos, y
por supuesto la infaltable reina María Lionza.
También
existen leyendas que relatan el martirio de los pueblos indígenas: la
más famosa es la Leyenda del Dorado, en su alusión al conquistador
Nicolás de Federman (Barba Roja) en sus nefastas correrías por los
Llanos de Cojedes y las de la Leyenda Negra de la Conquista del fraile
Bartolomé de Las Casas.
Luego
existe hoy un interesante conjunto de relatos que le confieren perfiles
de leyendas milagrosas a diversas personas fallecidas identificadas
como ánimas benditas: Pancha Duarte o Ánima de Taguapire, Rompellano,
Picapica, el Negro Charly, La Yaguara y otras más, las cuales que llenan
de fe y esperanza a los llaneros.
La
leyenda es memoria de acontecimientos, cuya esencia, justamente, por
ser tan vital se transforma como la existencia misma; se asocia, se
contradice, sufre mudanzas, toma y otorga préstamos de componentes
narrativos, se ata a los vendavales y vaivenes que la propagan, hasta
tornarse en un texto sin un acabado o dueño definitivo. El mismo Alberto
Arvelo Torrealba configuró cuatro versiones de Florentino y el Diablo,
una en teatro y tres en poesía (1940, 1950 y 1957).
Los
campesinos y la gente de los pueblos atesoran diferentes versiones de
distintos hechos, y con el correr del tiempo, las leyendas adquieren
nuevos matices y alcances en los cuales las personas, los seres del más
allá, las ánimas, los santos y los demonios hacen las más curiosas
jugarretas y siembran su huella de espejismo. Es un asunto serio y
profundo, porque su perfil está en el ancestro, por ello cada quien goza
de la libertad de recrearla a su manera, de enriquecerla con trazos de
su espiritualidad, tal como ocurre con otros temas trascendentales: el
amor, el destino y la muerte.
La
narrativa de las leyendas reviven las voces de varias figuras del
llanero de antaño. Uno es el peón de sabanas con las abrumadoras
peripecias de su áspero oficio. Otro es el trashumante (el andariego)
que de improviso llegaba a con su caudal de ocurrencias y tesoros
narrativos para desaparecer luego con igual enigma. También las mujeres
del fogón, las lavanderas del río, las parteras domésticas, las
hierbateras del vecindario, las rezanderas de velorios, las señoras del
budare, en fin, mujeres del Llano legendario, al mismo tiempo: presencia
y fábula, narración y poesía. Seres, hoy casi mágicos, que gracias a
las leyendas heredadas de ellos, adquieren la legitimidad vital que la gran historia patria les niega.
La profesora Ana Cecilia Valdez en su artículo Vigencia de la Llaneridad,
apunta que en el Llano: “Sus pobladores nos narran sus experiencias
sentidas y vividas, tal como la aparición de Las Candelitas del Leñador,
de La Bola de Fuego, el renombrado Silbón, entre otros…Es menester
enfatizar que la cultura llanera se hace permanente y cobra vigencia en
estos espantos, leyendas y creencias vernáculas, particularidades
socio-culturales que demandan un concepto amplio y preciso de la
llaneridad”.
Las
leyendas por ser creaciones populares no son bien vistas por la
ciencia, pese a que las utilizó Herodoto, reconocido como el padre de la
Historia y de toda la metodología científica-deductiva que desencadena
posteriormente. El caso es una necedad de leyenda. Pedro Gómez
Valderrama señaló: “La leyenda es la poesía de la historia”, pero muchos
seudo-científicos carecen de sensibilidad literaria, lástima. Por el
contrario, hombres que ya son leyenda de la ciencia las prefieren como
base de su sabia condición: Albert Eistein, forjador de la Teoría de la
relatividad, fue ávido lector de leyendas de fantasmas; Sigmund Freud,
patriarca del Psicoanálisis, basó sus postulados en el legendario drama
de Edipo Rey; Robert Oppenheimer, pionero de la Fisión Nuclear, devoraba
todo saber de las leyendas Hindúes, y Charles Robert Darwin, teórico de
la Evolución de las Especies, hacia lo propio con las leyendas de los
marineros.
Arístides Rojas, publicó sus Leyendas Históricas de Venezuela,
en 1888, cuando era ya un científico de jerarquía continental:
Vicepresidente de la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales, y
fundador de la Sociedad de Bibliografía Americana. El referido texto
dedica especial atención a dos personajes muy polémicos de la historia
popular del Llano: el General José Antonio Páez y el forajido José
Nicolás Ochoa o Guardajumo, acuñada, inicialmente por el héroe
independestita Gil Parparcén.
Además
de los argumentos y virtudes narrativas de su trabajo, Daniel Ruiz
Chataing (2006), comenta las técnicas literarias empleadas por el
maestro Rojas: “Muestra gran preocupación por el sustento de sus
narraciones, con testimonios directos. Libros, pasquines, periódicos,
manuscritos, testimonios orales, así como obras históricas francesas,
inglesas, holandesas, etc., nutren sus leyendas”.
Este
aporte permite comentar que muchas de las leyendas a ubicarse en esta
página son producto del esfuerzo estudioso de quienes las narran. Tal
como lo hizo Rojas, las leyendas incluidas en esta página, son fruto del
esfuerzo de investigación y la oportuna curiosidad de sus compiladores,
en su mayoría muy jóvenes profesionales de la enseñanza de Castellano y
Literatura. Oportuno es insistir en que las leyendas carecen de moldes
absolutos; ellas obedecen a la inquietud y desconcierto del humano
colectivo que brinda respuestas estéticas en las que el individuo se
acomoda a su parecer.
Destacables
es, entre las compilaciones de leyendas llaneras publicadas en libros,
el trabajo de Carmen Pérez Montero en su obra Mitos y leyendas del estado Portuguesa
(2002), texto que ofrece diez y ocho impactantes versiones, cuyos
títulos nos enuncian lo grave de su contenido, por ejemplo: El
Encadenado de Píritu; El Carretón; El Espíritu de Eugenio Báez; El
Espanto del Bajío y El Ánima de Ño Silvestre. En ese orden de ideas
encontraremos también Cuentos, Mitos y Leyendas del Llano
de Getulio Vargas Barón (1996), disponible en
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/folclor/cuentos/indice.htm de
la Biblioteca Luis Ángel Arango.
En
la actualidad, el término leyenda se asume, además, como factor que
enriquece el lenguaje. Se habla de leyenda urbana, de leyendas
vivientes, de personaje legendario destacable -por muy bueno o por muy
malo- en la sociedad: atletas, dictadores, reyes y villanos, a la par
con batallas, descubrimientos, travesías y plagas compiten por un sitial
en el conjunto de las leyendas y se abren senderos propios en los
textos de las ciencias y de la cultura, sin detenerse en barreras
creadas por la ideología, la religión, lo geográfico y lo temporal.
La
leyenda es un reto a nuestra capacidad de imaginación y reclama nuestra
ausencia de las rutinas agobiantes. Desde niños todos hemos soñado ser
parte de una leyenda. Ella nos extrae del aquí y ahora, nos lleva hacia
tiempos y lugares casi perdidos en el universo, pero que aguardan
ocultos nuestro arribo. La leyenda cubre una necesidad del imaginario;
es arte mayor de la narración popular con la misma jerarquía del mito.
Es una realidad literaria que nos devela, ante nosotros y los demás, en
todo aquello de pueblo, de comunidad, de nación, de americanos que
llevamos adentro.
Isaías Medina López
Por
muy humorística que luzca la leyenda se apega más al drama que a la
comedia. Su narración en forma de texto popular sin artificios brindan
una superficie muy amplia, pero ellas no son superficiales. Sus asuntos
asumen lo grave, lo complejo, puede, inclusive, ser cruda y hasta causar
miedo. Véase que en la mayoría de sus narradores evita ser personaje.
Se narra desde la voz de alguien que dio la referencia mediante esta
consabida advertencia: “Yo sé que usted no lo va creer, pero narraré un suceso tal cual me lo contaron, una persona muy seria me contó que...”.
Los
personajes de las leyendas obedecen a una tipología especial. En
Europa apuestan a “nobles” de cuna: el marqués de Roldán, al príncipe
Drácula, al rey Arturo, al emperador Carlomagno, al divino Aquiles, a la
reina Brunilda, a la faraona Cleopatra. El llanero prefiere el
protagonismo de la gente común enfrentados a circunstancias
extraordinarias, entre las leyendas más divulgadas bajo esa premisa
citamos a: Cantaclaro, Paulino el Turpial y Custodio Quendo (de José
Romero Bello); El Silbón (de Dámaso Delgado); La Sayona, Juan Machete, y
Federico y Mandinga (de José Jiménez, el Pollo de Orichuna); La Muerta
de las Galeras de El Pao y El Salvaje de La Sierra (de Dámaso
Figueredo); El Hachador Perdido (de Hipólito Arrieta y Jenny
Colmenares); El Cazador Novato y el Diablo (de Rafael Martínez Arteaga) y
Leyenda del Poeta Coleador, Florentino y el Diablo (de Rodrigo
Centella)…copleros, peones, mujeres del pueblo, hijos humildes de la
sabana inmensa que de súbito se envuelven en torbellinos inauditos, para
recrear historias que aún nos brindan gratos momentos de fantasía, de
asombro y de identidad llanera.
Así,
uno no puede extrañarse de los sobrecogedores sucesos de las leyendas
nacidas en la llanura y de la llanura volcada en las leyendas: que en
esa loma tan lejana se apreste el Salvaje de La Sierra o el Ánima de
Tucuragua para sus temibles portentos; que la sabana donde pasta el
ganado sea el asiento de antiguos fantasmas de un pueblo desaparecido;
que la sombra generosa del árbol recubra al tigre carnicero o al
penitente ahorcado cercano a su retorno; que ese camino pegado a la
cerca nos lleve a encontrar al temible Jinete Sin Cabeza a la Mula Maniá
de la Mata Carmelera...o quizá solo esté escuchando el silencio dejado
por aquellos codiciosos que pactaron con el Diablo.
Recuerde que el Llano
es un hábito de vida, es una tradición. La Llanura es territorio de los
soñadores, de los hombres y mujeres trasnochantes que vuelcan en
palabras los asombrosos espantos que asolan pueblos y campos, también,
los ríos poblados de animales y peces increíbles, los montes donde las
fieras conviven con las fábulas del jinete arreador de ganado.
En todo caso, usted ya está advertido y está solo...
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