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EL SUICIDIO: EL PRINCIPIO DE TODOS TUS PROBLEMA
No Matarás
(Éxodo 20, 13).
En el mundo actual, la tasa de suicidios se ha incrementado
notablemente en relación a tiempos pasados. Las estadísticas nos indican
que cada día se suicidan más de dos mil personas en el todo el mundo.
Unas diez mil más lo intentan, pero fallan en el intento. Con estos
datos, nos encontramos con que un millón de personas en todo el mundo
acaban con su vida cada año. Unos datos realmente
espantosos. Y, paradójicamente, cuanto mayor es el progreso económico de
un país, cuanta más riqueza y bienestar material, más se incrementa el
porcentaje de suicidios.
En este artículo vamos a analizar las razones que incitan a esta
práctica abominable y sus desastrosas consecuencias para el alma de los
suicidas.
El Catecismo de la Iglesia Católica deja bien patente que la vida es
un don divino que debe ser conservado hasta que Dios disponga lo
contrario:
"2280 Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la
ha dado. Él sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a
recibirla con gratitud y a conservarla para Su honor y para la
salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de
la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella.
En la naturaleza humana está insertado el ansia de vivir, por lo que el suicidio es un atentado contra la ley natural:
Trastornos psíquicos graves, la angustia, o el temor grave de la
prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la
responsabilidad del suicida."
En nuestra sociedad el suicidio está cada vez más extendido, y casi
todos conocen algún caso entre familiares, amigos, o conocidos. Existen
razones asociadas al suicidio, como el alcoholismo, depresiones
diversas, etc. De alguna forma, los suicidas piensan en solucionar todos
sus problemas de un golpe, pero, como demostraremos, una vez que el
suicidio es cometido con éxito, los problemas no
habrán hecho más que comenzar... para no terminar jamás.
Vamos a plantear las razones por las cuales no debe recurrirse en
ningún caso a este nefasto sistema para solucionar los problemas.
Éste parece ser el problema número uno de los suicidas: la falta de realismo en sus planteamientos.
No es casualidad que en una época de ateísmo e incredulidad como la
actual, se incremente notablemente el número de suicidios. Éstos
suicidas tienen la convicción de que tras la muerte no hay nada más.
Piensan que después viene la nada, el olvido de los problemas y la paz
definitiva. Para ellos, la muerte es el no-ser.
Por supuesto, el juicio divino, los castigos del infierno y la
eternidad en el abismo no se tienen en cuenta. Para ellos, todo esto es
irreal y no merece la pena tenerse en cuenta. De alguna manera, piensan
que se puede pasar por la vida matando, robando, adulterando y engañando
a todo el mundo, y que después, todo volverá a ser como antes de nacer:
la nada. Niegan la existencia de Dios, de
cualquier juício final y de la eternidad en el Cielo o en el infierno.
Un cierto porcentaje de suicidas, más espiritual, puede pensar que
quizás exista algo después de la muerte, algo parecido a los fantasmas,
los espíritus, o incluso los extraterrestres, pero que, en todo caso, no
tiene nada que ver con las Verdades religiosas. A lo sumo, se tratará
de una especie de vida anodina, sin matices, como seres espirituales
lejanos, sin libertad suficiente para elegir entre el bien y
el mal.
En cualquier caso -piensan- haya lo que haya después de la muerte, e
hiciera lo que hiciese durante su vida, el suicida tendrá siempre
asegurada una morada feliz en el Cielo o en un lugar similar.
Sí, no debe sorprendernos esta actitud tan típica del mundo actual.
Vivimos en una época de relativismo moral. Se ha perdido la noción del
bien y del mal. Se considera que todo lo que uno haga está bien si es
bueno para él, independientemente de las consecuencias que tenga para
los demás. La noción del bien absoluto, que Dios nos entregó en Sus
Mandamientos, parece haber quedado desfasada
para mucha gente. Por esta razón, muchos ladrones "que roban a los ricos
podridos de dinero", asesinos "que matan para librar al mundo de ese
malvado", adúlteros "que dan a las mujeres lo que su marido no les da",
homosexuales "que no hacen daño a nadie", abortistas "que defienden los
derechos de las mujeres", mentirosos "piadosos" e incluso los suicidas
"que hacen con su vida lo que les da la
gana", piensan que el Cielo está esperando impaciente por ellos.
Esta libertina forma de pensar resulta muy actual, muy "progresista" a
decir de muchos; pero generalmente se olvida mencionar a continuación
las consecuencias que conlleva todo este pecado: muerte, dolor,
enfermedades, miseria y condenación eterna.
Los ateos siguen este esquema simple, pero fácilmente comprensible.
Es igual lo que diga la ley humana sobre el suicidio, aunque sea ilegal,
una vez cometido, ningún juez podrá condenarlo por ello. De la misma
forma, un ateo no piensa en la maldad o bondad de su acción, pues ningún
Juez podrá tampoco pedirle cuentas en el Más Allá, simplemente se
desvanece en la nada.
Este razonamiento explica el inaudito incremento de la tasa de
suicidios en nuestras sociedades modernas, donde el ateísmo es una plaga
generalizada.
El mundo actual se define como materialista radical. Sólo cuenta lo
tangible. Esto explica el desprecio a la vida humana, propia y ajena,
explicitada en las masacres del aborto, la eutanasia y el suicidio.
Pero centrémonos en la cuestión. Una vez explicado el razonamiento
que permite al hombre salvar la tendencia natural a permanecer con vida,
y lanzarse alegremente al suicidio, hay que preguntarse qué causas
provocan que tanta gente llegue a esta situación.
La primera y más evidente es la de sentirse abrumado con el peso de
la vida. A lo largo de una vida normal, es inevitable que se sucedan las
alegrías y también las desgracias. Estas últimas forman parte de la
vida, es inevitable que así sea en mayor o menor medida. El problema se
presenta cuando la única solución que se encuentra a los problemas es el
auto-asesinato.
Un ejemplo típico de este caso es el de los suicidas que se tiraban
de las ventanas de la bolsa de Wall Street durante el comienzo de la
Gran Depresión de 1929. Al verse abocados a la miseria a causa de la
brusca pérdida de valor de sus acciones, estos inversores no dudaban en
"solucionar" su problema con el contundente sistema de la
auto-defenestración.
Y, cuando no es la pobreza, son los problemas sentimentales o
conyugales, matrimonios rotos, enfermedades diversas, etc. De alguna
forma, en este tipo de suicidas se manifiesta un desmesurado orgullo que
los conduce a rechazar el puesto que Dios les asigna durante su breve
estancia en la Tierra. "Los caminos del hombre son del Señor. ¿Cómo
puede un hombre comprender su propio camino?
(Proverbios 20, 24).
Estos hombres, por su negativa a soportar unos limitados años de
dificultades aquí, en la Tierra, se exponen a ver caer sobre ellos el
océano de calamidades que aguarda por los pecadores tras la muerte.
Mención especial merecen aquellos que se suicidan a causa de los problemas sentimentales.
En el hombre y la mujer, los afectos amorosos suelen tener una gran
importancia, y de hecho, tras las convicciones religiosas sinceras, y el
amor por los hijos, suelen ser los sentimientos más intensos. Cuando
una relación amorosa se rompe, sobre todo en la juventud, parece que el
mundo entero no tiene sentido, el alma se vacía por completo y la vida
no tiene valor. Sin embargo, ya hace miles
de años que el rey de la sabiduría, Salomón, advertía:
"He visto todas las obras hechas bajo el sol, y he aquí, que todo es vanidad y vejación de espíritu." (Eclesiatés 1, 14).
Sin embargo, a poco que uno piense, no tarda en descubrir cuantas
traiciones han tenido lugar, y cuantas tienen lugar actualmente, incluso
entre los amigos más íntimos. Hoy en día no es raro ver incluso
matrimonios ancianos, que tras una vida de amor, se separan con gran
disgusto y con sorpresa general. ¿Y tú, suicida potencial, estás
dispuesto a morir ahora por la infidelidad de un amor que ya
no volverá? Muchos otros amores se han ido al garete antes, pero
finalmente el tiempo los ha enterrado en el olvido. Y otro tanto
sucederá con este otro amor roto ahora: el tiempo se encargará de
disiparlo en la nada, hasta el punto de que te olvides de esa pareja que
ahora tanto te aqueja el alma.
Una de las razones más habituales para el suicidio es la de no poder
soportar el peso de la vergüenza pública. Ante algún acto de deshonra,
crímenes, delitos vergonzantes, o simples conductas indecentes, aparece
la vergüenza. Este sentimiento de vergüenza puede alcanzar unas
proporciones inauditas, e incluso mortales. Conozco algún caso en que
este sentimiento alcanzó tal magnitud que incluso provocó la muerte
súbita del padre de cierto hombre dedicado al comercio que fue acusado y
condenado por abuso a menores.
Sin embargo, ante estas situaciones hay que ser objetivos y utilizar
la razón. Por muy sangrante que sea la vergüenza, por insoportable que
resulte el ridículo público, por muy bajo que haya caído la propia
reputación, siempre existe algo peor: pecar contra Dios suicidándose.
De hecho, si se piensa bien, no existe mayor vergüenza y estupidez
que el suicidio. Por un lado, el suicidio no es una salida a ningún
problema, sino la entrada a un problema infinitamente mayor, el peor
imaginable. Por otro lado, el suicidio no soluciona el problema de la
pública vergüenza, sino que la agrava aún más, pues al acto vergonzante
que provocó esa situación, hay que añadir, además, la
vergüenza que supone en sí mismo el propio suicidio.
Y, por si fuese poca la vergüenza ante la gente de este mundo, el
suicida tendrá que cargar con este pecado en el otro. El día del Juicio
todos los pecados de los hombres serán hechos públicos ante toda la
corte celestial. Y el suicida tendrá que añadir a sus otros pecados esta
otra vergonzosa culpa de haberse matado, culpa y vergüenza que
perdurarán durante toda la eternidad.
¿Puede haber mayor tontería que matarse a uno mismo para librarse de
una vergüenza temporal para caer en la eterna vergüenza que aguarda al
suicida en el abismo infernal?
Existe un colectivo de personas con gran tendencia al suicidio: los
enfermos graves. En este caso, la percepción de tener que padecer una
larga y dolorosa enfermedad que quizás no tenga cura supone una carga de
tal magnitud que la muerte aparece como la única "solución" posible.
Esto además se ve agravado por los avances de la medicina moderna, que
alarga considerablemente la esperanza
de vida, y, al mismo tiempo, los problemas de salud en las personas
mayores.
Sin embargo, es necesario contar con los planes de Dios. La Divina
Providencia es la Única que tiene potestad para decidir el momento de
pasar a la eternidad.
Una larga enfermedad puede resultar muy penosa, y dejar consecuencias
serias el resto de la vida. Plantearse acabar con ellas por medio del
suicidio no es una actitud razonable. La Biblia nos ofrece el ejemplo de
Job, que soportó pacientemente toda clase de calamidades, desde la
pérdida de todo su patrimonio, de su familia, de sus amigos, y de todo
cuanto poseía, incluso su salud, al ver todo su
cuerpo completamente cubierto de llagas y costras dolorosas; pero que se
consolaba pensando que algún día vería el rostro de Dios.
El profeta Daniel prefirió ser lanzado a los leones antes que traicionar sus principios, y fue milagrosamente salvado por Dios.
Y otro tanto se puede decir de los innumerables mártires de la
Iglesia, que soportaron con gran paciencia toda clase de sufrimientos,
de torturas y muertes crueles antes que renunciar a su fe.
"Otros recibieron pruebas de burlas y de azotes, además de cadenas y cárcel.
Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a espada.
Anduvieron de un lado para otro cubiertos de pieles de ovejas y de
cabras; pobres, angustiados, maltratados.
El mundo no era digno de ellos. Andaban errantes por los desiertos,
por las montañas, por las cuevas y por las cavernas de la tierra."
(Hebreos 11, 36-37).
Las Sagradas Escrituras son diáfanas acerca del suicidio. La Biblia
tiene mucho que decir acerca de la vida y la muerte, y también del
significado de la vida. La Biblia fue escrita desde la perspectiva de
que Dios existe, por lo que no procede entrar en esta cuestión. Sin
embargo, si tú eres ateo y piensas en el suicidio, te sugiero que
continúes leyendo este texto.
Dios se proclama el Señor de la vida y la muerte: "Yo hago morir y Yo hago vivir." (Deuteronomio 32, 39)
Puesto que Dios es el Creador de todo lo que existe, Él determina
cuando una persona vivirá y cuando morirá. ¿Acaso Dios no tiene este
derecho? Nosotros no determinamos cuando debimos nacer, y tampoco
debemos interferir en cuando debemos morir.
Eclesiastés 3, 1-2 nos dice: "Todo tiene su tiempo, y todo lo que se
quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de
morir."
Para comprender este punto, podemos poner un ejemplo. ¿Acaso un
soldado puede abandonar su puesto de guardia porque de pronto, a media
noche, se ha puesto a llover? ¿Puede este centinela esperar algo más que
reprobación y muerte de su general? ¿Acaso podría servirle de excusa el
decir que "desobedecí una orden de un superior porque ...estaba
lloviendo y me mojaba el uniforme?" ¿Qué
clase de cobardía vergonzosa es esta?
Otro tanto puede decirse de un alma que, por propia voluntad, deserta
de su cuerpo y se va a volar sin la debida autorización de su Creador.
Imaginémonos la escena. Este suicida se escapa de su cuerpo mortal y se
presenta ante su Creador en el mundo espiritual, esperando aprobación
por su acto de deserción, diciendo: "Abandoné mi puesto porque
encontraba mi cuerpo demasiado pesado para
mí... lo he abandonado, pero no he desertado, y espero una recompensa
por ello..." ¿Acaso un alma tan insolente puede esperar otra cosa que
ser borrado definitivamente de la presencia de su Creador y ser
condenado a sufrir condenación eterna sin misericordia ni esperanza
alguna?
El quinto Mandamiento dice claramente: "No Matarás"
(Éxodo 20, 13).
¿Acaso no es matar el suicidio? ¿Acaso no acabas con la vida de una
persona? Si piensas que este mandamiento sólo se aplica a los demás y no
a ti mismo, y que, por consiguiente, tienes el derecho de
auto-asesinarte, pero no a tu prójimo, entonces es que no comprendes el
verdadero significado de este Mandamiento. Otros Mandamientos explicitan
claramente este punto.
El sexto Mandamiento dice: "No Cometerás Adulterio" ¿Significa esto
que puedes cometer adulterio con tu propio cuerpo, pero con el de otros
no? Esto no tiene ningún sentido.
Existen otras prohibiciones en la Biblia al respecto. Una de las primeras le fue dada por Dios a Noé tras el Diluvio:
"El que vertiere sangre de hombre, por el hombre su sangre será vertida; porque a imagen de Dios fue hecho el hombre."
(Génesis 9, 6).
Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza y, por consiguiente,
cuando un hombre es asesinado, el asesino es condenado a muerte. Por lo
tanto, tras haber ordenado que un hombre que mata a otro hombre debe ser
ejecutado, ¿piensas que Dios no tomará justa venganza en el otro mundo
contra los que se asesinan a sí mismos? ¿O acaso piensas que Dios quiere
que el hombre castigue en este
mundo a los que rompen Su ley en mayor medida de la que Él aplicará en
el otro mundo?
En el Apocalipsis se nos habla acerca de aquellos que estarán fuera de la Ciudad de Dios:
"Pero fuera quedarán los perros, los hechiceros, los fornicarios, los
homicidas, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira."
(Apocalipsis 22, 15).
Aquí se establece claramente que los asesinos no arrepentidos
quedarán fuera del Cielo. Esto no significa que quedarán justo en el
límite de las puertas del Cielo, disfrutando de todas sus delicias a
excepción de algunas. No, la Biblia nos dice claramente a donde irán los
asesinos:
"Pero, para los cobardes e incrédulos, para los abominables y
homicidas, para los fornicarios y hechiceros, para los idólatras y todos
los mentirosos, su herencia será el lago que arde con fuego y azufre,
que es la muerte segunda."
(Apocalipsis 21, 8)
Estas palabras son claras y contundentes. El lago de fuego o infierno
espera por los asesinos que no se arrepienten de sus crímenes.
Ahora es el momento de preguntarse qué significa estar en el
infierno. Para hacernos una idea de lo que esto significa, añadimos a
continuación la descripción de Santa Faustina Kowalska:
"Hoy, fui llevada por un ángel a las profundidades del infierno.
Es
un lugar de gran tortura; ¡qué imponentemente grande y extenso es! Los
tipos de torturas que vi: la primera que constituye el infierno es la
pérdida de Dios; la segunda es el eterno remordimiento de conciencia; la
tercera es que la condición de uno nunca cambiará; la cuarta es el
fuego que penetra el alma sin destruirla; es
un sufrimiento terrible, ya que es un fuego completamente espiritual,
encendido por el enojo de Dios; la quinta tortura es la continua
oscuridad y un terrible olor sofocante y, a pesar de la oscuridad, los
demonios y las almas de los condenados se ven unos a otros y ven todo el
mal, el propio y el del resto; la sexta tortura es la compañía
constante de Satanás; la séptima es la horrible desesperación, el
odio de Dios, las palabras viles, maldiciones y blasfemias.
Éstas son las torturas sufridas por todos los condenados juntos, pero
ése no es el extremo de los sufrimientos. Hay torturas especiales
destinadas para las almas particulares. Éstos son los tormentos de los
sentidos. Cada alma padece sufrimientos terribles e indescriptibles,
relacionados con la forma en que ha pecado. Hay cavernas y hoyos de
tortura donde una forma de agonía difiere de otra. Yo me
habría muerto ante la visión de estas torturas si la omnipotencia de
Dios no me hubiera sostenido.
Debe el pecador saber que será torturado por toda la eternidad, en
esos sentidos que suele usar para pecar. Estoy escribiendo esto por
orden de Dios, para que ninguna alma pueda encontrar una excusa diciendo
que no hay ningún infierno, o que nadie ha estado allí, y que por lo
tanto nadie puede decir cómo es. Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, he
visitado los abismos del infierno para que
pudiera hablar a las almas sobre él y para testificar sobre su
existencia. No puedo hablar ahora sobre él; pero he recibido una orden
de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios estaban llenos de odio
hacia mí, pero tuvieron que obedecerme por orden de Dios. Lo que he
escrito es una sombra pálida de las cosas que vi. Pero noté una cosa:
que la mayoría de las almas que están allí son de aquéllos
que descreyeron que hay un infierno. Cuando regresé, apenas podía
recuperarme del miedo. ¡Cuán terriblemente sufren las almas allí! Por
consiguiente, oro aun más fervorosamente por la conversión de los
pecadores. Suplico continuamente por la misericordia de Dios sobre
ellos".
Las descripciones de la Biblia coinciden de pleno con el relato
anterior, aunque me temo que no existen palabras en ningún lenguaje
humano para describir tal lugar.
El infierno es descrito como un lago de fuego que arde con azufre
(Apocalipsis 19, 20); un horno de fuego donde habrá llanto y crujir de
dientes (Mateo 13, 42); un lugar de tormento (Lucas 16, 28); fuego
eterno (San Judas 7); un lugar donde reinan la oscuridad y las tinieblas
eternas (San Judas 13); tinieblas exteriores (Mateo 22, 13); una
prisión (I Pedro 3, 19) de la cual nadie será nunca liberado;
un abismo sin fondo (Apocalipsis 9, 1) mostrando de esta forma que nadie
escapará jamás de ninguna manera y por mucho que lo intente; un lugar
de fuego inextinguible (Lucas 3, 17); Tofet, un lugar donde los
idólatras quemaban a sus propios hijos hasta la muerte como sacrificios
humanos (Isaías 30, 33); y un lugar de castigo eterno (Mateo 25, 46).
Ante semejante panorama, ¿realmente piensas que tus problemas en este
mundo son más graves de lo que te aguarda justo inmediatamente después
de que te suicides? Te lo aseguro, una vez que empieces a sentir la
quemazón de las llamas infernales sobre tu espíritu, todos tus problemas
de la vida actual te parecerán ridículas bagatelas en comparación con
lo que te aguardará de ahí en adelante:
una eternidad de indescriptible suplicio. Antes de que pases tu primer
minuto en el infierno ya estarás deseando ardientemente volver a la
Tierra y cargarías gustoso con todos tus problemas anteriores... y con
todos los problemas de la humanidad entera antes de caer otra vez en el
infierno para no volver a salir nunca jamás.