La Justicia de Dios
Introducción
La justicia de Dios, uno de los atributos más
notables de Dios en las Escrituras, es también uno de los más evasivos.
Para empezar, separar la rectitud de Dios de Su santidad o de Su bondad,
pareciera ser difícil. Además, la rectitud de Dios, es virtualmente un
sinónimo de Su justicia:
“Aún cuando la palabra más común para justo en el
Antiguo Testamento significa ‘recto’ y en el Nuevo Testamento, la
palabra significa ‘igual’, en un sentido ético ambas significan ‘recto’.
Al decir que Dios es justo, estamos diciendo que Él siempre hace lo que
está correcto, lo que debe hacerse y en forma consistente, sin
parcialidad ni prejuicios. La palabra justo y la palabra recto, son
idénticas tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. A
veces, los traductores le dan preferencia a la palabra ‘justo’ y otras a
la palabra ‘recto’, sin razón aparente (cf. Nehemías 9:8 y 9:33, donde
es usada la misma palabra). Pero cualquiera sea la palabra que usan,
esencialmente significan lo mismo. Está relacionada con las acciones de
Dios. Su significado siempre es recto y justo.
La rectitud (o justicia), es la expresión natural de Su
santidad. Si Él es infinitamente puro, quiere decir que debe oponerse a
todo pecado y esa oposición debe demostrarse en el tratamiento que Él
da a Sus criaturas. Cuando leemos que Dios es recto o justo, se nos está
asegurando que Sus acciones hacia nosotros, están en completo acuerdo
con Su naturaleza santa”30_ftn1
Estas palabras de Richard Strauss, nos llevan muy
cerca de una definición concisa de la justicia. La justicia en relación
con los hombres, es el sometimiento que tienen hacia un estándar.
Contrariamente, Dios no está sujeto a nada fuera de Él. Nadie declara
esto mejor que A.W. Tozer:
“A veces, se dice: ‘La justicia necesita que Dios haga
esto’, refiriéndose a alguna acción que sabemos que Dios llevará a cabo.
Esto es un error, tanto en la forma de pensar como en la de hablar,
pues esto postula un principio de justicia fuera de Dios, que le exige
actuar de una determinada forma. Por supuesto que no existe tal
principio. Si existiera, éste sería superior a Dios, pues sólo un poder
superior puede exigir obediencia. La verdad es que no existe tal cosa y
jamás existirá algo fuera de la naturaleza de Dios que lo mueva en el
más mínimo grado. Todas las razones de Dios, provienen de adentro de Su
ser no creado. Nada ha entrado en el ser de Dios de la eternidad; nada
ha sido removido y nada ha sido cambiado.
Cuando la justicia es usada por Dios, es un nombre que
damos a lo que Dios es, nada más y cuando Dios actúa con justicia, Él no
lo está haciendo para ajustarse a un criterio independiente, sino que
simplemente actúa en Sí mismo en una situación dada… Dios es Su propio
principio auto-existente de equidad moral y cuando Él sentencia a los
impíos o recompensa a los rectos, simplemente Él actúa como Él mismo, de
adentro; sin ninguna influencia que no sea Él mismo”31_ftn2
Entonces, debemos decir que la rectitud de Dios es
evidente en la forma que Él actúa consecuentemente con Su propio
carácter. Dios siempre actúa en forma recta. Cada uno de Sus actos es
consecuente con Su carácter. Dios es siempre ‘divinamente’ consecuente.
Dios no se define con el término ‘recto’más bien este término es
definido por Dios. Él no es medido por el estándar de la rectitud; Dios
estable el estándar de la rectitud.
Abraham y la Rectitud de Dios
(Génesis 18:16-33)
“Y se acercó Abraham y dijo: ¿Destruirás también al
justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad:
¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta
justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir
al justo con el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no
ha de hacer lo que es justo? Entonces respondió Jehová: Si hallare en
Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo este lugar
por amor a ellos. Y Abraham replicó y dijo: He aquí ahora que he
comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza. Quizá faltarán
de cincuenta justos cinco; ¿destruirás por aquellos cinco toda la
ciudad? Y dijo: No la destruiré, si hallare allí cuarenta y cinco”.
La rectitud de Dios es introducida en la Biblia, en
los primeros capítulos del Libro de Génesis. Este atributo es la base de
la súplica que Abraham le hace a Dios, por las ciudades de Sodoma y
Gomorra. Aquí, Dios es descrito antropomórficamente (en términos
humanos), como alguien que ha oído “el clamor contra Sodoma y Gomorra” (versículo 20). Me pregunto de dónde vino ese clamor. Una posibilidad muy viable, es “…libró al justo Lot… quien afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos” (ver 2ª Pedro 2:6-8).
En la terminología judicial de nuestros días, Dios no deseaba actuar sólo sobre la base de lo que se decía. Su intención fue “ir”
a esos lugares y ver por Sí mismo si estas acusaciones eran verdaderas.
Ahora bien, sabemos que Dios es omnisciente. Lo sabe todo. No
necesitaba ‘hacer un viaje a Sodoma y Gomorra’ para ver si estas
ciudades eran realmente perversas. Sabía que lo era. Pero desde nuestro
punto de vista, Dios quiere que sepamos que Él actúa justamente. Él
actúa en base de la información que ya conoce personalmente. Así, cuando
Dios juzga a las ciudades, lo hace con plena justicia, pues eran
verdaderamente perversas.
Me parece muy interesante que los versículos 17-21
preceden a la intercesión de Abraham por estas ciudades. Dios sabía lo
que haría. Lo que se proponía hacer, era recto y justo. Pero quería que
Abraham tomara parte en ello. Si Dios iba a actuar justamente,
simplemente lo estaba haciendo consecuentemente con Su carácter. Pero
involucrar a Abraham, también era ser consecuente con el pacto que había
suscrito con él y con la meta de este pacto. El propósito de Dios de
haber llamado a Abraham y de haber hecho un pacto con él, está escrito
en los versículos 17-19:
“Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a
hacer, habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo
de ser benditas en él todas las naciones de la tierra? Porque yo sé que
mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de
Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Génesis:17-19; palabras en itálica, del autor).
El propósito de Dios de llamar a Abraham y de hacer
un pacto con él, fue para Abraham, mantener los métodos de Jehová
haciendo lo recto y justo en aquellas ciudades y enseñar a su
descendencia hacer lo mismo. La rectitud es el propósito divino de
Abraham y de su descendencia.
Cuando Dios le informó a Abraham que pensaba
destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra, éste comenzó a interceder por
ellas. Su preocupación era por los justos que podrían vivir en esas
ciudades. ¿Cómo Dios podría destruirlas si en ellas vivían hombres y
mujeres rectos? Si Dios destruyera tanto a los impíos como a los rectos
sin distinción, entonces Él no estaría actuando con rectitud o justicia.
Y ciertamente, Dios, como “el Juez de toda la tierra”, debe actuar con
justicia (versículo 25).
Abraham comienza a interceder con Dios, a favor de
los rectos. Empezando con 50 justos, Abraham le pide a Dios que no
destruya estas ciudades si en ella se pudieran encontrar a 50 rectos.
Eventualmente, Abraham se vio capacitado (aparentemente así fue) para
rebajar el número requerido de justos, hasta llegar a diez (versículo
32). Pero Dios en Su justicia, no actuaría en contra de los impíos de
una forma tal que perjudicara a los rectos también. No se compadeció de
Sodoma y Gomorra; pero sí lo hizo con Lot y su familia rescatándolos de
la ciudad de Sodoma, ante que los ángeles la destruyeran.
Vemos en el Libro de Génesis, el propósito de Dios
de llamar a Abraham y a su descendencia: formar un pueblo cuya
característica fuera la rectitud y la justicia. Dios no sólo se mostró a
Sí mismo recto y justo. También trabajó en la vida de Abraham para
demostrar que él era un hombre que amaba la rectitud y la justicia.
La Rectitud de Dios y la Nación de Israel
La rectitud de Dios se observó en todo Su relación con la nación de Israel.
“Entonces Samuel dijo al pueblo: Jehová que designó a
Moisés y a Aarón, y sacó a vuestros padres de la tierra de Egipto, es
testigo. Ahora, pues, aguardad, y contenderé con vosotros delante de
Jehová acerca de todos los hechos de salvación que Jehová ha hecho con
vosotros y con vuestros padres” (1 Samuel 12:6-7).
La rectitud de Dios en Su relación con la nación de Israel, tiene varias manifestaciones:
(1) Dios revela Su rectitud, dando a conocer Su voluntad y Su palabra al mundo, a través de la nación de Israel.
“Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como
Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en
la cual entráis para tomar posesión de ella. Guardadlos, pues, y
ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra
inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos
estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande
es esta. Porque, ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a
ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué
nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda
esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?” (Deuteronomio 4:5-8; ver
también Salmo 33:4).
Dios se relaciona con los hombres sobre la base de
lo que Él les ha revelado. A menudo le dice a los hombres lo que hará
antes del evento, de manera que supieran que Dios es Dios y que Él ha
cumplido con lo que ha prometido:
“Proclamad, y hacedlos acercarse, y entren todos en
consulta; ¿quién hizo oír esto desde el principio, y lo tiene dicho
desde entonces, sino yo Jehová? Y no hay más Dios que yo; Dios justo y
Salvador; ningún otro fuera de mí” (Isaías 45:21).
Lo que Dios no ha revelado, no requiere ser conocido (ver Deuteronomio 29:29). Todo lo que es necesario para “participar de la naturaleza divina” nos ha sido revelado (ver 2ª Pedro 1:4), por lo que estamos completamente equipados (2ª Timoteo 3:14-17).
(2) Dios revela Su rectitud, instruyendo a los hombres en Su palabra.
“Bueno y recto es Jehová; por tanto, él enseñará a los pecadores del camino” (Salmo 25:8).
A menudo esta instrucción a través de los sacerdotes
levitas (Levítico 10:11; Deuteronomio 24:8; Nehemías 8:9; 2 Crónicas
17:7-9), o a través de profetas como Moisés (Deuteronomio 4:1, 5, 14;
Éxodo 18:20).
(3) Dios revela Su rectitud, cumpliendo Sus promesas.
“Y hallaste fiel su corazón delante de ti, e hiciste
pacto con él para darle la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo,
del ferezeo, del jebuseo y del gergeseo, para darla a su descendencia; y
cumpliste tu palabra, porque eres justo” (Nehemías 9-8; énfasis del actor).
(4) Dios revela Su rectitud, juzgando a los enemigos de Israel.
“Entonces Faraón envió a llamar a Moisés y a Aarón, y
les dijo: He pecado esta vez; Jehová es justo, y yo y mi pueblo impíos”
(Éxodo 9:27).
“Delante de Jehová que vino; porque vino a juzgar la
tierra. Juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad”
(Salmo 96:13).
De la misma manera, Dios se muestra a Sí mismo como
recto, cuando juzga a la nación de Israel debido a su pecado y
desobediencia:
“Cuando Roboam había consolidado el reino, dejó la
ley de Jehová, y todo Israel con él. Y por cuanto se habían rebelado
contra Jehová, en el quinto año del rey Roboam subió Sisac rey de Egipto
contra Jerusalén, con mil doscientos carros, y con sesenta mil hombres
de a caballo; mas el pueblo que venía con él de Egipto, esto es, de
libios, suquienos y etíopes, no tenía número. Y tomó las ciudades
fortificadas de Judá, y llegó a Jerusalén. Entonces vino el profeta
Semaías a Roboam y a los príncipes de Judá, que estaban reunidos en
Jerusalén por causa de Sisac, y les dijo: Así ha dicho Jehová: Vosotros
me habéis dejado, y yo también os he dejado en manos de Sisac. Y los
príncipes de Israel y el rey se humillaron, y dijeron: Justo es Jehová”
(2 Crónicas 12:1-6)
“Oh Jehová Dios de Israel, tú eres justo, puesto que
hemos quedado un remanente que ha escapado, como en este día. Henos
aquí delante de ti en nuestros delitos; porque no es posible estar en tu
presencia a causa de esto” (Esdras 9:15).
“Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra confusión de
rostro, como en el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los moradores
de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las
tierras adonde los has echado a causa de su rebelión con que se
rebelaron contra ti. Oh Jehová nuestra es la confusión de rostro, de
nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres; porque
contra ti pecamos” (Daniel 9:7-8).
(5) Dios revela Su rectitud, en la forma que gobierna.
“Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de tu reino” (Salmo 45:6).
“Justicia y juicio son el cimiento de tu trono;
misericordia y verdad van delante de tu rostro” (Salmo 89:14; ver
también Salmo 97:2).
(6) Dios revela Su rectitud, en Su odio y en Su ira.
“Jehová prueba al justo; pero al malo y al que ama la violencia, su alma los aborrece” (Salmo 11:5).
“Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días” (Salmo 7:11).32
(7) Dios revela Su rectitud, en la protección entregada a los pobres y a los afligidos.
“Yo sé que Jehová tomará a su cargo la causa del
afligido, y el derecho de los necesitados” (Salmo 140:12; ver también
Salmo 12:5; 82; 116:6ss.).
(8) Dios revela Su rectitud, cuando muestra Su misericordia y compasión.
“Clemente es Jehová, y justo; sí, misericordioso es nuestro Dios” (Salmo 116:5).
“Por tanto, Jehová esperará para tener piedad de
vosotros, y por tanto, será exaltado teniendo de vosotros misericordia;
porque Jehová es Dios justo; bienaventurados todos los que confían en
él” (Isaías 30:18).
(9) Dios revela Su rectitud, al salvar a los pecadores.
“Jehová ha hecho notoria su salvación; su diestra lo
ha salvado, y su santo brazo. Jehová ha hecho notoria su Salvación; a
vista de las naciones ha descubierto su justicia. Se ha acordado de su
misericordia y de su verdad para con la casa de Israel; todos los
términos de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios” (Salmo
98:2-3).
“Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará
satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y
llevará las iniquidades de ellos” (Isaías 53:11).
Creo que este es un aspecto muy significativo de la
rectitud de Dios. Él es recto cuando salva a los pecadores. Con tanta
frecuencia pensamos que la rectitud de Dios se revela en Su juicio a los
pecadores y en Su misericordia al salvarlos. Las Escrituras enseñan que
la rectitud de Dios es la causa de ambas: la condenación y la
justificación. Es tanto justo al salvar a los pecadores como
misericordioso y compasivo. Dios es recto en todas las relaciones que
sostiene con los hombres; en realidad en todo Su quehacer.
La rectitud y la justicia de Dios, no son un asunto
secundario, sino de vital importancia. La rectitud y la justicia de
Dios, es el principio que guía al pueblo de Dios. Cuando los profetas
del Antiguo Testamento, intentaron resumir la esencia de la enseñanza
del Antiguo Testamento, con relación a la conducta del hombre,
concluyeron que los hombres deberían practicar la rectitud o justicia:
“Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me
complaceré en vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestras
solemnidades y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni miraré las
ofrendas de paz de vuestros animales engordados. Quita de mí la multitud
de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos.
Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso
arroyo”. (Amós 5:21-24).
“¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al
Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de
un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil
arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis
entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que
es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar
misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:6-8).
Al resumir lo que era la misma esencia de la Ley del
Antiguo Testamento, Amós y Miqueas hablan primero de la justicia y de
la rectitud de Dios. Dios no está interesado en que haya un
obedecimiento legalista de la Ley, aunque haciéndolo se pudiera hacerse
recto a sí mismo. Dios tiene interés en que el hombre busque conocer Su
corazón y agradarle haciendo aquello en lo cual Él se deleita y que Él
hace.
La Justicia de Dios en el Nuevo Testamento
Si la rectitud y la justicia son el corazón de la
Ley del Antiguo Testamento, también son el corazón de la disputa entre
Jesús y los escribas y fariseos.33
En el principio mismo de Su ministerio terrenal, Jesús comenzó a
contrastar Su interpretación de las enseñanzas del Antiguo Testamento
sobre la rectitud con la que impartían los escribas y los fariseos. En
realidad, Jesús no dio una ‘nueva’ interpretación de la justicia o de la
Ley, más bien quiso reestablecer la comprensión adecuada de la
justicia, tal como la Ley y los profetas la enseñaba. De esta manera,
Jesús usó la fórmula reiteradamente: “Oísteis que fue dicho…” (Lo que
los escribas y fariseos enseñaban…). “Pero yo os digo…” (Lo que el
Antiguo Testamento pretendía enseñar, es…).
Los escribas y los fariseos creían que ellos
determinaban el estándar de la rectitud. Creían que ellos, entre todos
los hombres, eran justos. Jesús los impactó en gran manera, cuando dijo:
“Porque os digo que si vuestra justicia no fuere
mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los
cielos” (Marcos 5:20).
Estaba claro que si los escribas y fariseos no eran
capaces de mostrar justicia suficiente por sí mismos, nadie podría. El
estándar de la justicia que la Ley presentaba, era aún mayor que la de
los escribas y fariseos. Nadie era lo suficientemente justo para llegar
al cielo. Qué golpe para los que se creen santos, que pensaban que ya
tenían sus sillones preparados en el reino.
Si Jesús impactó a Su audiencia al decir que quienes
eran aparentemente los más rectos, no entrarían en el reino con esa
clase de rectitud, Él también los impactó al decirles quienes serían
‘bendecidos’ con la entrada al reino: aquellos que tanto los escribas
como los fariseos pensaban que eran indignos del reino. Los bendecidos
no eran los escribas y fariseos, sino los ‘pobres de espíritu’, ‘los que
lloran’, ‘los mansos’, ‘los que tienen hambre y sed de justicia’, ‘los
misericordiosos’, ‘los de limpio corazón’, ‘los pacificadores’ y ‘los
que padecen persecución por causa de la justicia’; es decir por causa de
su relación con Jesús (Mateo 5:3-12).
Jesús enseñó que la justicia verdadera, no es la que
el hombre considera como tal en relación con su apariencia externa,
sino la que hace Dios basado en la evaluación del corazón:
“Entonces les dijo: Vosotros sois los que os
justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce
vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime,
delante de Dios es abominable” (Lucas 16:15).
Los escribas y fariseos, quienes pensaban que eran
sabios debido a la rigurosa preocupación que daban a asuntos externos,
comprobaron lo que creían se oponía completamente a los juicios de
Jehová:
“Así también vosotros por fuera, a la verdad. Os
mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de
hipocresía e iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas! Porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis
los monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días
de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los
profetas. Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois
hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros también llenad
la medida de vuestros padres! ¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo
escaparéis de la condenación del infierno? Por tanto, he aquí yo os
envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y
crucificareis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis
de ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa
que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo
hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre
el templo y el altar” (Mateo 23:28-35).
En el Sermón del Monte, Jesús hizo advertencias sobre las cosas externas y el ceremonialismo.
“Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los
hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa
de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 6:1).
De acuerdo a Jesús, la rectitud verdadera es
absolutamente diferente de la rectitud de los escribas y fariseos. La
rectitud falsa, es medida por los hombres basados en lo externo. La
rectitud es juzgada como tal, por Dios de acuerdo a Su Palabra. Por lo
cual, los hombres deben tener cuidado al intentar juzgar la rectitud de
los demás (ver Mateo 7:1). Aquellos cuyas obras indican que eran rectos,
eran aquellos a quienes Dios no los reconoció como hijos Suyos (Mateo
7:15-23). Aquellos que aparentemente eran rectos, no lo eran y aquellos
que no parecían serlo según el judaísmo de esos días, bien pudieron
haberlo sido.
No es de sorprender entonces, que Jesús no fue considerado como recto por muchos judíos, sino como un pecador.
“Entonces algunos de los fariseos decían: Ese hombre
no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo. Otros decían:
¿Cómo puede un hombre pecador hacer esas señales? Y había disensión
entre ellos” (Juan 9:16).
“Entonces volvieron a llamar al hombre que había
sido ciego, y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese
hombre es pecador. Entonces él respondió y dijo: Si es pecador, no lo
sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Juan 9:24-25).
La gran división que se produjo entre los judíos, estaba por sobre si Jesús era o no un hombre pecador (ver Juan 10:19-21).
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, no dejan
duda alguna en nuestras mentes sobre si el Señor Jesús era justo. El
profeta Isaías hablo del Mesías que habría de llegar, como “El Justo”,
quien “justificará a muchos” (Isaías 53:11). Jeremías hablo de Él, como
“el Renuevo Justo” (Jeremías 23:5). Cuando Jesús fue bautizado, fue para
“cumplir toda justicia” (Mateo 3:15). Tanto la mujer de Pilatos (Mateo
27:19), como el soldado al pie de la cruz (Lucas 23:47), reconocieron Su
justicia en el momento exacto en que los hombres le estaban condenando.
De la misma manera los apóstoles fueron testigos de la justicia de Cristo.
“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no
pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a
Jesucristo el justo” (1ª Juan 2:1).
“Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” (1ª Juan 2:29).
La justicia de Dios es particularmente importante en
relación con la salvación. En Romanos 3, Pablo señala que Dios no sólo
justifica a los pecadores (esto es, Él los declara justos); sino que
también se demuestra que es justo (recto) en el proceso:
“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la
justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia
de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en
él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están
destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por
su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios
puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar
su justicia, a causa de haber pasado por alto en su paciencia los
pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a
fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de
Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley?
¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues,
que el hombre es justificado por fe sin obras de la ley” (Romanos
3:21-28).
Los hombres han fracasado en vivir según el estándar
de justicia establecido por la Ley (Romanos 3:9-20). Dios es justo al
condenar a todos los hombres a la muerte, pues todos sin excepción, han
pecado y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Todos
los hombres merecen la muerte, debido a que “la paga del pecado es
muerte” (Romanos 6:23). Dios es justo al condenar a los impíos.
Pero Dios también es justo cuando salva a los
pecadores. Como lo expresa Pablo, Él es “justo y justifica al que es de
la fe de Jesús” (Romanos 6:26). ¿Cómo es esto? Dios es justo porque Su
ira justa ha sido satisfecha. La justicia se cumplió en la cruz del
Calvario. Dios no rebaja los cargos contra los hombres; Él no cambió el
estándar de la rectitud. Dios vertió toda de Su ira justa sobre Su Hijo
en la cruz del Calvario. En Él, se cumplió la justicia. Todos los que en
Él creen por fe, son justificados. Sus pecados son perdonados, porque
Jesús pagó el precio en totalidad; Él sufrió toda la ira de Dios, en
lugar del que pecó. Y los que rechazan la bondad y misericordia de Dios
en el Calvario, deben pegar el precio de sus pecados, porque no
aceptaron el pago que Jesús hizo por ellos.
La cruz del Calvario, cumplió una salvación justa
para todos los que la recibieron. Pero también sabemos que sólo aquellos
a quien Dios ha elegido —los ‘elegidos’— se arrepentirán y creerán en
la muerte de Cristo por ellos. Esto origina otra pregunta con relación a
la justicia divina. Después de haber enseñado claramente la doctrina de
la elección divina, Pablo pregunta cómo se concilia la elección con la
justicia divina y después da la respuesta:
“No que la palabra de Dios haya fallado; porque no
todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por descendientes
de Abraham, son todos hijos; sino: en Isaac te será llamada
descendencia. Esto es: no los que son hijos según la carne son los hijos
de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como
descendientes. Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo
vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sino también cuando
Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún
nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de
Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el
que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A
Jehová amé, mas a Esaú aborrecí. ¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay
injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré
misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo
me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino
de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para
esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi
nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere,
tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. Pero me dirás:
¿Por qué, pues, inculpa? Porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas
antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el
vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene
potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso
para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su
ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de
ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de
su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó
de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a
nosotros, no sólo a los judíos, sino también a los gentiles?” (Romanos
9:6-24).
Se asume que la elección divina ha sido enseñada por
Pablo, como un hecho bíblico. Si no fuera así —tan claro como lo es—
Pablo no se hubiera referido al tema. Y si la elección no existiera,
simplemente él se hubiera sacado de encima la pregunta, considerándola
ilógica e irrazonable. Pero Pablo asume la verdad de la elección y la
posibilidad que algunos pudieran objetar considerando que ésta haría que
Dios fuese injusto. Lo primero que hace Pablo, es censurar a los que se
atrevan a juzgar a Dios y pronunciarse sobre su justicia. ¿Cuán
presuntuoso puede ser el hombre? ¿Puede Dios pararse frente al estrado
para ser juzgado por el hombre? ¡Por supuesto que no!
Como se ve en el Capítulo 3, Dios ha actuado
justamente al condenarnos a todos y en Cristo, aquellos que fueron
justificados han sido castigados y después elevados a una novedad de
vida. También es Dios recto al juzgar a todos aquellos que han rechazado
Su oferta de salvación en Cristo. Dios sería injusto, sólo si dejara de
lado la justicia sin que ésta sea cumplida en Cristo, ya sea por Su
muerte sacrificial en Su primera venida o por Su juicio al mundo no
creyente en Su segunda venida.
La gracia divina, la gracia por medio de la cual
Dios salva a los hombres de sus pecados, no se alcanza sobre la base de
los méritos de los hombres, sino a pesar de los pecados del hombre. La
gracia, como después la analizaremos en otros mensajes, es conferida
soberanamente. Dios sería injusto, sólo si no derramara Sus bendiciones
sobre los hombres que la merecieran. Por cuanto Dios es libre para
otorgar bendiciones no merecidas a cualquier pecador. Él puede elegir;
Dios no es injusto al salvar al peor de los pecadores y al no elegir
para salvación a otros pecadores. Dios no le debe la salvación a nadie y
por tanto, Él no es injusto por salvar a algunos y no elegir a otros.
Las buenas nuevas del evangelio, es que la salvación
por la gracia se ofrece a todos los hombres y por medio de la justicia
de Jesucristo, los hombres pueden ser perdonados de sus pecados y ser
considerados rectos:
“Así que, somos embajadores en nombre de Cristo,
como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de
Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo
hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”
(2ª Corintios 5:20-21).
Conclusión
Si el pecado es la manifestación de nuestra
injusticia y sólo podemos ser salvos a través de una justicia que no es
nuestra —la rectitud de Cristo— entonces el pecado extremo es la
auto-justicia. Jesús no rechazó a los pecadores que vinieron a Él
buscando misericordia y salvación; Él rechazó a aquellos que eran
demasiado rectos (a sus propios ojos), para necesitar justicia. Jesús
vino para salvar a los pecadores y no a los que eran justos a sus
propios ojos. Nadie está demasiado perdido como para no ser salvo. En
los Evangelios, aquellos que creían ser los más rectos, fueron los con
nuestro Señor juzgó como malvados e impíos.
Si nos encontramos entre quienes han reconocido su
pecado y confiaron en la rectitud de Cristo para nuestra salvación, la
rectitud de Dios es una de las verdades más grandes y consoladoras que
debiéramos abrazar. La justicia de Dios significa que cuando Él
establezca Su reino en la tierra, será un reino caracterizado por la
justicia. Él juzgará a los hombres en rectitud y reinará en rectitud.
No necesitamos preocuparnos por los malvados de
nuestros días, que al parecer salen adelante con el pecado. Si amamos la
rectitud, ciertamente no nos atreveremos a envidiar a los malvados,
cuyo día del juicio les espera (ver Salmo 37; 73). Su día del juicio,
les está llegando rápidamente y la justicia prevalecerá.
Si estamos concientes que la verdadera rectitud no
debe ser juzgada de acuerdo a los estándares externos y legalistas y que
el juicio le pertenece a Dios, no nos atreveremos a preocuparnos de
juzgar a los demás (Mateo 7:1). También debemos considerar que el juicio
comienza en la casa de Dios y por lo tanto, debemos estar prontos a
juzgarnos a nosotros mismos sin obviar aquellos pecados que son una
ofensa a la rectitud de Dios (ver 1ª Pedro 4:17; 1ª Corintios 11:31).
La doctrina de la rectitud de Dios, significa que
nosotros, como Sus hijos (si es usted cristiano), debemos buscar imitar a
nuestro Padre celestial (5:48). No debemos buscar la venganza en contra
de aquellos que pecaron en contra nuestra; debemos dejar la venganza a
Dios (Romanos 12:17-21). Más que buscar quedar igualados, suframos la
injusticia del hombre, al igual que nuestro Señor Jesús, que Dios pueda
llevar a nuestros enemigos al arrepentimiento y a la salvación (Mateo
5:43-44; 1ª Pedro 2:18-25). Y oremos, tal como nos lo instruyó, para que
en el día cuando la rectitud reine, sea posible:
“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).
30 Richard L. Strauss, The Joy of Knowing God, (Neptune, New Jersey: Loizeaux Brothers, 1984), p. 140.
31 A.W. Tozer, The Kingdom of the Holy, pp. 93-94.
32
Cuando Dios está enojado, también es justo. La Biblia no enseña: “No te
enojes y peca”. Más bien enseña que hay momentos en debemos enojarnos
(al igual que Dios); pero no dejemos que la ira nos conduzca al pecado.
Existe una ira santa, que no es pecado. A veces pecamos por no enojarnos
contra el pecado.
33 Ver, por ejemplo Mateo 23; Lucas 16:15; Filipenses 3:1-11.
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