Mujer maltratada termina ???
Al tiempo que varios son
los factores que han contribuido a que los contornos del fenómeno
se expongan a la luz pública denunciados por la mujer, diversos
son también los elementos que ayudan a que el silencio de la víctima
sea un obstáculo en la búsqueda de vías de solución
para numerosos casos de violencia contra las mujeres. Entre estos últimos,
entre los elementos que mantienen a la mujer en silencio sobre el maltrato
que está sufriendo, se pueden contar diversos procesos paralizantes relacionados y generados
por el miedo, la percepción de una ausencia de vías de escape
o salida por parte de la víctima, y la carencia de recursos alternativos,
sobre todo en el caso de mujeres con hijos que no vislumbran, por causas
variadas, un apoyo externo viable.
¿Violencia intrafamiliar? Por favor, ¡Nosotros los cristianos no tenemos
ese problema! Eso es de los no creyentes; en mi familia nos amamos y
nos respetamos y nunca tenemos dificultades. Esta ha sido la reacción de
muchos líderes de las iglesias ante esta temática.
Aquí tenemos que diferenciar entre “conflicto familiar” y “violencia familiar”. El conflicto no es un indicador de violencia. Es parte natural de una relación en donde interactúan dos seres totalmente diferentes.
Aquí tenemos que diferenciar entre “conflicto familiar” y “violencia familiar”. El conflicto no es un indicador de violencia. Es parte natural de una relación en donde interactúan dos seres totalmente diferentes.
La
violencia es el método que usan algunos miembros de las familias para
darle solución a los conflictos. La violencia va desde una mirada
cargada de odio, hasta la misma muerte.
Ojalá que la frase: ¡Nosotros los cristianos no tenemos ese problema! fuera vedad.
Ojalá que la frase: ¡Nosotros los cristianos no tenemos ese problema! fuera vedad.
Pero la realidad nos
muestra que la violencia familiar se encuentra latente no solo en las
familias de los no creyentes, sino también ¡en las familias que componen
las iglesias! Y esto está comprobado por las estadísticas. El esposo
debe asumir el liderazgo en la casa (1 Corintios 11:3; Efesios 5:23).
Este liderazgo no debe ser dictatorial, condescendiente, o de
superioridad hacia la esposa, sino debe ser de acuerdo con el ejemplo de
Cristo como cabeza de la iglesia. “Maridos, amad a vuestras mujeres,
así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella, para
santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la
palabra.” (Efesios 5:25-26).
A pesar de que en la
actualidad las cifras de incidencia en lo relativo a la violencia contra
la mujer ejercida por esposos o compañeros sentimentales, o en el
marco de relaciones afectivas de otro tipo, están ganando en publicidad
progresivamente con respecto a épocas anteriores, lo cierto es que
aún queda mucha realidad oculta por conocer.
Sin embargo, quienes trabajan
buscando explicaciones y líneas de actuación para sofocar
el fenómeno de la violencia y atajar sus consecuencias, conocen
que en no pocas ocasiones mujeres a las que se supone una independencia
personal o económica y una posibilidad de acceso a recursos alternativos
continúan en relaciones donde sufren violencia. Estas mujeres, que
desarrollan actividades que hacen pensar que no están sometidas
a una parálisis o retracción por miedo y que incluso llegan
a emprender
con éxito iniciativas en varios ámbitos de sus vidas, parecen sin embargo incapaces de denunciar a sus agresores, con quienes siguen conviviendo, y mucho menos de abandonar la relación. Por otra parte, este tipo de mujeres, de perfil social considerado más independiente, y aquellas otras de dependencia más ligada a un núcleo familiar del tipo que sea, comparten la reacción paradójica de desarrollar un vínculo afectivo todavía más fuerte con sus agresores, defendiendo sus razones, retirando denuncias policiales cuando han tenido un momento de lucidez y las han presentado, o deteniendo procesos judiciales en marcha al declarar a favor de sus agresores antes de que sean condenados. Estos efectos paradójicos se producen y quizás sea tiempo de ir buscando sus mecanismos y líneas de intervención.
con éxito iniciativas en varios ámbitos de sus vidas, parecen sin embargo incapaces de denunciar a sus agresores, con quienes siguen conviviendo, y mucho menos de abandonar la relación. Por otra parte, este tipo de mujeres, de perfil social considerado más independiente, y aquellas otras de dependencia más ligada a un núcleo familiar del tipo que sea, comparten la reacción paradójica de desarrollar un vínculo afectivo todavía más fuerte con sus agresores, defendiendo sus razones, retirando denuncias policiales cuando han tenido un momento de lucidez y las han presentado, o deteniendo procesos judiciales en marcha al declarar a favor de sus agresores antes de que sean condenados. Estos efectos paradójicos se producen y quizás sea tiempo de ir buscando sus mecanismos y líneas de intervención.
*Algunos teóricos han
tratado de arrojar luz sobre la ocurrencia de estos vínculos paradójicos
entre víctima y agresor, fundamentalmente apelando a claves afectivas
o emocionales que aparecen en el contexto del entorno traumático.
Dutton y Painter (1981) han descrito un escenario en el que dos factores,
el desequilibrio de poder y la intermitencia en el tratamiento bueno-malo,
generan en la mujer maltratada el desarrollo de un lazo traumático
que la une con el agresor a través de conductas de docilidad. Según
Dutton y Painter, el abuso crea y mantiene en la pareja una dinámica
de dependencia debido a su efecto asimétrico sobre el equilibrio
de poder, siendo el vínculo traumático producido por la alternancia
de refuerzos y castigos. Sin embargo, esta teoría descansa aparentemente
sobre la base del condicionamiento instrumental que, desde nuestra perspectiva,
es válido para dar cuenta de algunos aspectos del repertorio de
victimitación (principalmente de aquellos referidos a la indefensión
aprendida), pero
falla en cubrir el complejo
aparato psicológico asociado con este tipo de vínculos paradójicos.
Según nuestro entendimiento, la incertidumbre asociada a la violencia
repetida e intermitente es un elemento clave en el camino hacia el desarrollo
del vínculo, pero no su causa única. Además, la teoría
no toma en consideración que alguna esfera de desequilibrio de poder
es en cierta medida inherente a muchas relaciones humanas: en las parejas
traumáticas no parece ser una consecuencia sino un antecedente al
abuso.
Otro modelo que busca una
explicación para el comportamiento paradójico de las mujeres
maltratadas es el tratamiento factorial de Graham sobre reacciones tipo
síndrome de Estocolmo en mujeres jóvenes que mantienen relaciones
de noviazgo (Graham, Rawlings, Ihms, Latimer, Foliano, Thompson, Suttman,
Farrington y Hacker, 1995). Su modelo factorial toma la forma de una escala
de evaluación de 49 ítems alrededor de un núcleo caracterizado
por distorsiones cognitivas y estrategias de coping, y dos
dimensiones secundarias denominadas ‘daño psicológico’ y una más ambigua ‘amor-dependencia’. La teoría de Graham, de propósitos evaluativos, perfil topográfico y metodología correlacional, fue diseñada para detectar la aparición de síntomas del síndrome de Estocolmo en mujeres jóvenes sometidas a abuso por parte de sus compañeros sentimentales, y está basada en la idea de que el síndrome es el producto de un tipo de estado disociativo que lleva a la víctima a negar la parte violenta del comportamiento del agresor mientras desarrolla un vínculo con el lado que percibe más positivo, ignorando así sus propias
necesidades y volviéndose hipervigilante ante las de su agresor (Graham y Rawlings, 1991). Sin embargo, mientras esta explicación puede ser válida para describir alguno de los procesos globales implicados en el síndrome, no proporciona una hipótesis teórica sobre la naturaleza del proceso traumático más allá de algunos de sus elementos constituyentes.
dimensiones secundarias denominadas ‘daño psicológico’ y una más ambigua ‘amor-dependencia’. La teoría de Graham, de propósitos evaluativos, perfil topográfico y metodología correlacional, fue diseñada para detectar la aparición de síntomas del síndrome de Estocolmo en mujeres jóvenes sometidas a abuso por parte de sus compañeros sentimentales, y está basada en la idea de que el síndrome es el producto de un tipo de estado disociativo que lleva a la víctima a negar la parte violenta del comportamiento del agresor mientras desarrolla un vínculo con el lado que percibe más positivo, ignorando así sus propias
necesidades y volviéndose hipervigilante ante las de su agresor (Graham y Rawlings, 1991). Sin embargo, mientras esta explicación puede ser válida para describir alguno de los procesos globales implicados en el síndrome, no proporciona una hipótesis teórica sobre la naturaleza del proceso traumático más allá de algunos de sus elementos constituyentes.
Por nuestra parte, ante el
déficit de teorías que den cuenta con la mayor precisión
de los procesos y dinámicas psicológicas en este tipo de
efectos paradójicos, y trabajando en una estructura teórica
similar para el Síndrome de Estocolmo (Montero, 1999), hemos desarrollado
un modelo aplicable al ámbito de la violencia ejercida contra la
mujer.
La hipótesis, presentada
bajo el título ‘FEATURING DOMESTIC STOCKHOLM SYNDROME. A COGNITIVE
BOND OF PROTECTION IN BATTERED WOMEN’ en el XIV Congreso de la International
Society for Research on Aggression, celebrado en Valencia entre el 9 y
el 14 de julio de 2000, trata de exponer una estructura secuencial de reacciones
psicofisiológicas que, de un modo dinámico, acaban por generar
en la mujer una variante del Síndrome de Estocolmo clásico
(Montero, 2000).
Sin entrar en descripciones
demasiado técnicas, el Síndrome de Estocolmo Doméstico
(abreviadamente SIES-d) sería descrito como un vínculo interpersonal
de protección, construido entre la víctima y su agresor,
en el marco de un ambiente traumático y de restricción estimular,
a través de la inducción en la víctima de un modelo
mental (red intersituacional de esquemas mentales y creencias). La víctima
sometida a maltrato desarrollaría el SIES-d para proteger su propia
integridad psicológica y recuperar la
homeostasis fisiológica y conductual.
homeostasis fisiológica y conductual.
La caracterización
del SIES-d vendría determinada por un patrón de cambios cognitivos,
su funcionalidad adaptativa y su curso terminal como resultado de un proceso
reactivo acaecido en la víctima ante la situación traumática.
El proceso abarcaría cuatro fases: desencadenante, reorientación,
afrontamiento y adaptación. En la fase desencadenante, las primeras
palizas propinadas por el esposo romperían el espacio de seguridad
previamente construido por la pareja sobre la base de una relación
afectiva, espacio
donde la mujer había depositado su confianza y expectativas: esta ruptura desencadenaría en la víctima un patrón general de desorientación, una pérdida de referentes, reacciones de estrés con tendencia a la cronificación e, incluso, depresión. En la fase de reorientación, la mujer busca nuevos referentes de futuro y trata de efectuar un reordenamiento de esquemas cognitivos en base al principio de la congruencia actitudinal, todo ello en orden a evitar la disonancia entre su conducta de elección y compromiso con la
pareja y la realidad traumática que está viviendo. La mujer se autoinculpa de la situación y entra en un estado de indefensión y resistencia pasiva, llegando así a una fase de afrontamiento, donde asume el modelo mental de su esposo y busca vías de protección de su integridad psicológica, tratando de manejar la situación traumática. En la última fase de adaptación, la mujer proyecta parte de la culpa al exterior, hacia otros, y el Síndrome de Estocolmo Doméstico se consolida a través de un proceso de identificación y alrededor del modelo mental explicativo del esposo acerca de la situación vivida en el hogar y sobre las relaciones causales que la han originado.
donde la mujer había depositado su confianza y expectativas: esta ruptura desencadenaría en la víctima un patrón general de desorientación, una pérdida de referentes, reacciones de estrés con tendencia a la cronificación e, incluso, depresión. En la fase de reorientación, la mujer busca nuevos referentes de futuro y trata de efectuar un reordenamiento de esquemas cognitivos en base al principio de la congruencia actitudinal, todo ello en orden a evitar la disonancia entre su conducta de elección y compromiso con la
pareja y la realidad traumática que está viviendo. La mujer se autoinculpa de la situación y entra en un estado de indefensión y resistencia pasiva, llegando así a una fase de afrontamiento, donde asume el modelo mental de su esposo y busca vías de protección de su integridad psicológica, tratando de manejar la situación traumática. En la última fase de adaptación, la mujer proyecta parte de la culpa al exterior, hacia otros, y el Síndrome de Estocolmo Doméstico se consolida a través de un proceso de identificación y alrededor del modelo mental explicativo del esposo acerca de la situación vivida en el hogar y sobre las relaciones causales que la han originado.
El SIES-d, como un tipo de
trastorno de adaptación, sería el responsable del efecto
paradójico encontrado en muchas mujeres que sufren maltrato en sus
hogares, según el cual las víctimas defenderían a
sus agresores como si la conducta agresiva que exhiben hacia ellas fuera
el producto de una sociedad injusta, y estos mismos esposos fueran víctimas
de un entorno que los empujara irremediablemente a ser violentos. Las mujeres
maltratadas afectadas por el SIES-d, sobre la base de la asunción
de las
explicaciones esgrimidas por sus esposos o compañeros, retardarían indefinidamente la denuncia de la situación a las autoridades, observándose una gran proporción de casos de agresión en este ámbito que no salen del entorno donde se producen por la incapacidad de la víctima de denunciar los hechos. Incluso en numerosas de estas ocasiones, las denuncias por vía penal presentadas ante la autoridad judicial o policial son retiradas por las propias víctimas antes de que se traduzcan en sanciones efectivas para los agresores, creándose un círculo vicioso que mantiene las agresiones y sume a la víctima en un progresivo estado de deterioro personal.
explicaciones esgrimidas por sus esposos o compañeros, retardarían indefinidamente la denuncia de la situación a las autoridades, observándose una gran proporción de casos de agresión en este ámbito que no salen del entorno donde se producen por la incapacidad de la víctima de denunciar los hechos. Incluso en numerosas de estas ocasiones, las denuncias por vía penal presentadas ante la autoridad judicial o policial son retiradas por las propias víctimas antes de que se traduzcan en sanciones efectivas para los agresores, creándose un círculo vicioso que mantiene las agresiones y sume a la víctima en un progresivo estado de deterioro personal.
El adjetivo ‘doméstico’
Montserrat Boix, coordinadora
de Mujeres en Red, ha llamado acertadamente mi atención sobre los
condicionantes semánticos que podrían derivarse de la utilización
del término ‘doméstico’ para calificar la manifestación
del síndrome en el entorno que estamos analizando. En realidad el
modificador ‘doméstico’ ha sido elegido por dos razones: una de
precisión conceptual y otra de economía, mitad clínica,
mitad cognitiva. Nos explicamos.
Si entendemos doméstico
como referido únicamente al recinto limitado por el domicilio, es
cierto que las mujeres no son únicamente maltratadas en el entorno
doméstico y, además, no sólo por sus maridos, sino
también por parejas con las que no conviven. El uso del término
no niega esta realidad y tampoco deseamos que la categoría se aplique
a elementos dentro del fenómeno de la violencia contra la mujer
que no incluyan exactamente las características de un síndrome
de Estocolmo. Si presuponemos, en cambio, que es en el ambiente doméstico
donde más probabilidades tiene de gestarse en SIES-d, asumiendo
implícitamente que se puede dar en otras configuraciones ambientales.
Pero es que ‘doméstico’ no se utiliza en sentido restrictivo, sino
aceptando que la acepción no se circunscribe de modo reductivo al
espacio físico de la vivienda, sino que se amplía a un espacio
más amplio de experiencias vivenciales que ejercen de elementos
autorreferenciales. ¿Es posible negar que en la mayoría de
los casos que se observen, de modo simbólico, la pareja afectiva
pasa a formar parte del entorno doméstico entendido como
anillo referencial primario
para la identidad de la persona?.
Por último, desde
una perspectiva clínica, la denominación apunta exactamente
hacia lo que quiere definir, igual que desde un punto de vista de comprensión
rápida por cualquiera que reciba el concepto SIES-d y sepa qué
es el síndrome de Estocolmo clásico: la asociación
entre doméstico, SIES y violencia contra la mujer es automática.