El exceso de colesterol “malo” ha pasado en apenas unas décadas de “factor de riesgo” cardiovascular a poco menos que una enfermedad en sí misma que debe ser tratada casi de forma crónica con fármacos para reducir o controlar su nivel en sangre.
Pero,
¿qué hay de cierto? ¿Es eso así o se trata de otra estrategia de las
multinacionales farmacéuticas para vender masivamente productos
inútiles? ¿Se justifica la actual ingesta masiva de estatinas -cuyos
efectos secundarios a largo plazo están aún por ver- o se trata de
medicamentos que no previenen la arterioesclerosis y no han servido para
salvar jamás una sola vida? Pasemos a valorarlo. La lucha contra el colesterol se ha convertido en uno de los grandes retos de la “medicina moderna”.
Y es que de ser presentado como un simple factor que puede contribuir
a la aparición de accidentes cardiovasculares -junto a otros como la
vida sedentaria, una inadecuada nutrición, el exceso de estrés,
emocional o físico, o un consumo abusivo de alcohol y tabaco, entre
otros- ha pasado a ser considerado una enfermedad en sí misma.
Actualmente muchas personas viven obsesionadas por el colesterol, con
la angustia de que un día algún médico la mire y sentencie con voz
solemne: “¡Tiene usted el colesterol alto!”. Y de ahí a convencernos de
que estamos al borde del infarto sólo hay un paso.
Claro que en el fondo no hay de qué preocuparse ya que pocos
instantes después el médico nos recetará el fármaco de turno y podremos
irnos más tranquilos a casa. No importa la edad, que uno carezca de
antecedentes cardiovasculares en la familia o que no haya sufrido ningún
episodio anterior. Lo mejor es prevenir -eso nos dicen- y para eso nada
como las “medicinas contra el colesterol”, es decir, las estatinas.
De hecho son el medicamento de moda. Tanto que una de ellas,
comercializada como Lipitor, es el fármaco más vendido anualmente en
Estados Unidos. Tanto que la venta de las diversas estatinas asciende a
más de 26.000.000.000 de dólares anuales. Y tanto que, de empezar siendo
un medicamento para las afecciones cardiovasculares hay quien habla ya
de su uso contra la demencia vascular, el Alzheimer, el Sida, la
diabetes y el cáncer.
Con lo que las farmacéuticas proponen ya descaradamente su
venta sin receta. Es más, hay quien ha propuesto hasta ¡”enriquecer” con
ellas el agua de algunas ciudades estadounidenses! Así están las cosas.
Se ha hecho creer a la población -e incluso a gran parte de los
médicos- que el exceso del llamado colesterol malo es causa de muchas
enfermedades pero que, gracias a Dios y a la Ciencia, unos fármacos
milagrosos son la solución: las estatinas.
La publicidad bombardea machaconamente esa idea, los médicos la
refuerzan y los grandes medios de comunicación -que ganan grandes sumas
de dinero con sus anuncios- la apoyan sin plantearse siquiera qué hay de
verdad en ello.
En suma, quieren hacernos creer -a pacientes y a médicos- que todo el
mundo está de acuerdo en tres verdades presentadas como absolutas y que
son las que sostienen un negocio fabuloso:
1) Que la principal causa de los problemas cardiovasculares es el exceso en sangre de colesterol “malo” (LDL).
2) Que las estatinas previenen esa posibilidad porque bajan su nivel.
3) Que ambas cosas están científicamente demostradas.
Bueno, pues la realidad es que no es
así. Ni todo el mundo en la comunidad científica piensa que el
colesterol tenga que ver con los accidentes cardiacos, ni todo el mundo
cree que las estatinas prevengan los accidentes cardiovasculares al
reducir el nivel de colesterol, ni todo el mundo está de acuerdo en que
los estudios a largo plazo avalan esas afirmaciones.
Y como los razonamientos de quienes acusan al colesterol “malo” de
tantos males y defienden las estatinas son de sobra conocidos
permítasenos que, a título informativo, presentemos otros argumentos que
suelen ocultarse para que cada cual decida por sí mismo.
¿Es el colesterol “malo” el responsable de la aparición de enfermedades cardiovasculares?
Hay quien piensa que no. Buena prueba de ello es que un grupo amplio
de científicos, médicos, académicos y escritores sobre temas científicos
y de salud de varios países se han reunido para formar La Red
Internacional de Escépticos del Colesterol (THINCS)http://www.thincs.org/index.htm y poseen suficiente documentación como para tener entretenido a cualquiera durante semanas.
“Como la evidencia científica que avala la campaña anticolesterol es inexistente -afirman en su presentación- consideramos importante detenerla lo antes posible. Los miembros de este grupo representamos puntos de vista diferentes sobre la causa de la aterosclerosis y la enfermedad cardiovascular, algunos de ellos en conflicto con otros aunque eso es algo habitual en Ciencia.
Todos compartimos en cambio el escepticismo de que el alto nivel de colesterol y la grasa animal sean la causa de la aterosclerosis y de las enfermedades cardiovasculares.
El objetivo de esta web es por ello informar a nuestros colegas y al público de que tal idea no se apoya en evidencia científica alguna; es más, gran número de estudios científicos efectuados en los últimos años contradice eso abiertamente”
Y en efecto, existen muchos trabajos que reivindican el papel benéfico del colesterol. Podríamos citar a muchos investigadores pero Ron Rosedale, especialista internacional en Nutrición y autor de El colesterol no es la causa de las enfermedades del corazón, resume con claridad el punto de vista de la mayoría:
“No hay ningún tipo de vida en la Tierra -afirma- que pueda sobrevivir sin colesterol. Esto le dirá automáticamente que, en sí mismo, el colesterol no puede ser malo.
De hecho es uno de nuestros mejores amigos. Nosotros no estaríamos aquí sin él. Es más, la excesiva reducción del nivel de colesterol aumenta el riesgo de morir. No olvidemos que el colesterol es también precursor de todas las hormonas esteroideas.
El organismo no puede sintetizar estrógenos, testosterona, cortisona y muchas otras hormonas vitales sin colesterol”.
En cuanto a la polémica colesterol bueno-colesterol malo agrega:
“Como quiera que la correlación entre el colesterol total y las enfermedades del corazón son débiles se buscó hace ya muchos años alguna correlación más fuerte.
Se afirmó así que hay un colesterol “bueno” llamado HDL y un colesterol “malo”, el LDL. Representando el HDL a las lipoproteínas de alta-densidad y el LDL a las de baja-densidad. Entiéndase pues que tanto el LDL como el HDL son lipoproteínas, es decir, grasas combinadas con proteínas.
Hay sólo un tipo de colesterol. No existe eso de un colesterol “bueno” y un colesterol “malo”. El colesterol es sólo colesterol. Y se combina con otras grasas y proteínas para ser conducido a través del torrente sanguíneo porque la grasa y nuestra sangre acuosa no se mezclan demasiado bien”.
Su cuerpo -subraya Rosedale sobre el papel clave del colesterol en la supervivencia de células y tejidos- fabrica y conserva el colesterol precisamente porque es importante -de hecho, vital- para la salud.
Una de sus funciones es impedir que las membranas celulares se caigan a pedazos. Como tal, podría considerarse pues al colesterol como el superpegamento de las células. Es un elemento imprescindible en cualquier tipo de reparación celular.
Y se sabe que las enfermedades coronarias asociadas con los ataques cardíacos están causadas por daños en las paredes arteriales. Daño que causa inflamación. Y se considera cada vez más que la enfermedad coronaria que provoca ataques cardíacos está causada principalmente por una inflamación crónica”.
Llegados a este punto adelantamos ya dos ideas sobre las que volveremos más adelante: la coincidencia de lo manifestado por Rosedale con lo que asevera el doctor Matías Rath quien lleva años sosteniendo que el colesterol es un mecanismo de reparación del daño sufrido por las paredes arteriales al agrietarse el colágeno de su tejido conjuntivo por deficiencias nutricionales y la constatación -cada vez más compartida- de que en el caso de accidentes cardíacos el efecto positivo que se logra a veces con las estatinas se debe en realidad a su capacidad antiinflamatoria y no a que reduzcan el nivel de colesterol.
“Un error que raramente se comete en ciencias puras como la Física -añade Roseadle- parece cometerse con frecuencia en Medicina. Y es confundir la correlación con la causa. Porque que haya una débil correlación entre el colesterol alto y los ataques cardíacos no significa que el colesterol alto sea la causa del ataque cardíaco.
Ciertamente el pelo canoso está en correlación con el envejecimiento pero a nadie se le ocurriría decir por eso que las canas son la causa del envejecimiento. Y al igual que los tintes para ocultar las canas no nos hacen realmente más jóvenes bajar el colesterol tampoco va a evitar un ataque cardíaco”.
Parece corroborar esta afirmación uno de los estudios médicos más grandes realizado en humanos entre 1972 y 1998, el Múltiple Risk Factor Intervention Trial (MRFIT) -patrocinado por el National Heart, Lung, and Blood Institute (NHLBI) el MRFIT-, movilizó 28 centros médicos y 250 investigadores costando 115 millones de dólares. A partir de un grupo inicial de 361.662 varones los investigadores seleccionaron a 12.866 participantes para el estudio y disminuyeron los supuestos factores de riesgo en accidentes cardiovasculares: redujeron la grasa a menos del 8%-10% de las calorías, la succión de colesterol dietético a menos de 250-300, mg/día y el incremento de grasas poliinsaturadas al 10% de las calorías; así como el tabaco y la presión sanguínea. Y no tuvieron éxito. Los niveles de colesterol bajaron -como los del resto- pero no tuvieron ninguna incidencia en la prevención de los accidentes cardiovasculares.
“Los resultados globales -afirmaron los investigadores en sus conclusiones- no muestran un efecto beneficioso de esta intervención multifactorial en las enfermedades cardiovasculares o en la mortalidad total”.
Un ensayo finlandés publicado en 1975 sí parecía apoyar la eficacia preventiva de disminuir el colesterol tras seguir a los pacientes durante cinco años pero en diciembre del 1991 se analizaron los resultados a los 10 años y se constató que quienes continuaron cuidadosamente la dieta para rebajar el nivel de colesterol tenían el doble de posibilidades de morir por una dolencia cardiovascular. El profesor Michael Oliver escribiría sobre ello en el British Medical Journal lo siguiente:
“Como la intervención múltiple contra los factores de riesgo de enfermedades cardiovasculares en hombres de mediana edad con un riesgo sólo moderado ha fallado a la hora de reducir la morbilidad y la mortalidad tal intervención difícilmente se justifica.
Esta conclusión se opone a las recomendaciones de muchos cuerpos asesores nacionales e internacionales que deben tener estos nuevos resultados en cuenta. No hacerlo sería éticamente inaceptable”.
Añadiremos que el estudio más antiguo
realizado sobre las causas de las dolencias cardíacas comenzó en 1948 en
Framingham (Massachussets, EEUU).
Pues bien, poco antes de la Navidad de 1997 JAMA, el
periódico de la Asociación Médica Americana, publicó un informe sobre el
seguimiento realizado entonces que demostró que la grasa saturada
reducía los infartos cerebrales.
Preocupados ante la aparente contradicción se les planteó a los
investigadores si no sería que los sujetos de la investigación habían
muerto antes por accidentes cardíacos y por eso el número de infartos
cerebrales era menor a lo que éstos contestaron:
“Tal hipótesis sería válida si hubiera una asociación nítida y directa entre la ingesta de grasas y las enfermedades del corazón.
Y dado que nosotros no encontramos tal asociación utilizar la mortalidad por enfermedades del corazón es una explicación muy improbable para justificar nuestros resultados”.
En pocas palabras: tras 49 años de
investigación no se encontró relación alguna entre una dieta rica en
grasas y las enfermedades del corazón. Y por si fuera poco, en elMedical World News del
27 de marzo de 1992 se publicó otro estudio según el cual entre los
adultos estudiados tras sufrir un ataque cardíaco mortal había tantas
personas con un colesterol por encima de 300 como por debajo de 200.
Y en el nº 149 de la revista Atherosclerosis se afirmaría
que más de la mitad de los pacientes admitidos en los hospitales con un
ataque cardíaco presentaban unos índices normales de colesterol.
El Marketing farmacéutico sepulta los datos
Walter Harternbach, en su libro La mentira del colesterol, revisa otros datos generalmente ignorados de los que extrae cinco ejemplos:
1) En el estudio Simvastatin (4-SStudie) -en el que fueron controladas 4.444 personas- se constató que “un nivel elevado de colesterol no tiene influencia alguna en el desarrollo de la arteriosclerosis o de los infartos de miocardio. Carece de sentido pues tratar de reducir el colesterol y de ahí que no esté indicado”.
2) El estudio Multifactorial Finlandés -que examinó los niveles de colesterol de 2.000 personas- demostró que entre quienes fueron tratados con fármacos anticolesterolemiantes hubo el triple de infartos y un tercio más de muertes que entre quienes no los tomaron.
3) En el estudio sobre el corazón Helsinki I (1987) realizado sobre 700 personas, al rebajar los índices de colesterol se registró un 40% más de efectos secundarios fatales que los observados en el grupo de control; y en el estudio Helsinki II (1993), realizado seis años más tarde, ese aumento llegó hasta el 50%. Es significativo también el aumento de casos de fallecimiento por cáncer al disminuir los niveles de colesterol: en el estudio Helsinki II alcanzó un valor del 43%.
4) En el estudio Framingham ya citado, al rebajar los niveles de colesterol se registró un notable incremento de los casos de fallecimiento por cáncer. En más de una investigación -como luego apuntaremos- se ha registrado tan notable “coincidencia”: el riesgo de cáncer y de infarto de miocardio parece aumentar a consecuencia de la ingesta de los medicamentos destinados a rebajar los niveles de colesterol.
Tras examinar los datos existentes sobre la relación ataques cardíacos-colesterol Harternbach formula tres conclusiones básicas:
1) El colesterol no tiene ninguna influencia en el desarrollo de la arteriosclerosis o el infarto de miocardio.
2) Los valores altos del nivel de colesterol están asociados a una alta esperanza de vida y a una menor frecuencia de los casos de cáncer.
3) La disminución del nivel de colesterol está asociada a numerosos fallecimientos y a una elevada incidencia en la aparición de cáncer”.
Cabe añadir que a los ejemplos señalados
por Harternbach se pueden añadir otros. En la misma dirección apunta
por ejemplo otro informe titulado Necesidad de cambiar la dirección de la medicación relacionada con el colesterol.
Un problema de gran urgencia dirigido por Yakugaku Zasshi y publicado en el Journal Pharmaceutical Society de
Japón- pues en él se afirma que “el nivel de colesterol total alto no
se asocia con una alta mortalidad coronaria en poblaciones de más de
40-50 años de edad.Más importante aún: los valores de colesterol totales
más altos se asocian a menores proporciones de cáncer y de todo tipo de
mortalidad en estas poblaciones”. Y aunque a algunos les cueste creerlo
hay un largo etcétera de estudios parecidos.
A pesar de todo esto, los niveles de colesterol considerados “aceptables” siguen bajando
El lector debería saber que, en el actual sistema médico-industrial,
para multiplicar el número de enfermos -y, por tanto, el número de
ventas de un medicamento- basta con reunir a un panel de “especialistas”
y que éstos decidan que la cifra de determinado factor -el colesterol,
en este caso- debe ser como máximo de la cantidad “X”.
Con esa simple decisión millones de
personas que hasta ese día y hora estaban sanísimas pasan
automáticamente a ser “enfermas” y, por ende, en potenciales víctimas de
un accidente cardíaco.
Y, por supuesto, para que esa posibilidad no se produzca deben
medicarse de inmediato. Así se hizo con el colesterol y las estatinas. Y
con muchos otros fármacos. Un negocio redondo.
Basta revisar algunas cifras para comprobarlo. En la década de los
noventa del pasado siglo XX estaban en tratamiento con estatinas trece
millones de norteamericanos según datos de los Institutos Nacionales de
Salud de Estados Unidos.
En el 2001, sin embargo, un panel de expertos decidió cambiar esas
normas y el número de consumidores de estatinas pasó así a ser de golpe
de 36 millones. Y en el 2004 otra nueva reunión permitió bajar de nuevo
la cifra de colesterol aceptable con lo que el número de estadounidenses
que pasó a “beneficiarse” del consumo de estatinas pasó a ser de 40
millones.
Pero la corrupción acaba siempre -antes o después- saliendo a la luz.
Y esa nueva decisión de bajar la cifra aceptable de colesterol fue ya
denunciaba abiertamente por el prestigioso diario USA Today el 16 de octubre del 2004 con estas palabras referidas a quienes la tomaron:
“Dirigían influyentes grupos médicos, fueron protagonistas en prestigiosos congresos, publicaban trabajos en las principales revistas y eran gigantes indiscutibles en su campo.
Pero cuando hace poco esos médicos asesoraron al Gobierno sobre las nuevas recomendaciones para el público con respecto al colesterol hubo algo más que todos ellos tenían en común y que no se dio a conocer: ocho de los nueve cobraban dinero de las propias compañías cuyos productos para reducir el colesterol recomendaban a millones de estadounidenses.
Dos eran accionistas de ellas. Otros dos comenzaron a trabajar para laboratorios poco después de hacer las recomendaciones. Otro era un científico ‘senior’ del Gobierno que también ofrece sus servicios a diez compañías e incluso pertenece a uno de sus directorios.
Con lo que ahora los grupos de consumidores -y otros- no sólo cuestionan las sugerencias de esos médicos sino también su capacidad para trabajar en pos de los intereses del público. Y esto pasa mientras algunas de esas compañías presionan al Gobierno para que permita que los fármacos que son objeto de esta controversia -estatinas como Lipitor y Zocor- sean de venta libre.
Obviamente hay médicos prestigiosos, vinculados a los laboratorios fabricantes de estatinas, que apoyan esa aprobación”.
En este caso la situación más impresentable era la del doctor H. Bryan Brewer -Jefe de la División de Enfermedades Moleculares del National Heart, Lung and Blood Institute- que llegó a recibir 200.000 dólares de intereses privados externos mientras ocupaba su puesto en un organismo público como el NIH estatal. ¿Puede alguien mantener en serio que tales expertos emiten juicios independientes ante estos datos?
“Los conflictos de intereses son cada vez más habituales ahora que dos tercios de las investigaciones médicas en las universidades son financiadas por la industria privada -añadía el reportaje del USA Today-. Veinte años atrás esta cifra sólo alcanzaba un tercio.
‘El gobierno no está produciendo medicamentos. Todos los grandes ensayos de estatinas han sido financiados por las compañías’, dijo el Dr. Scott Grundy, cardiólogo del University of Texas Southwestern Medical Center que encabezó el panel sobre colesterol.
El Gobierno tiene sus propios problemas. Hace una década se derogó la prohibición de realizar asesoramiento privado a los empleados públicos y en los últimos años hemos asistido a un escándalo tras otro por científicos federales que aceptaron dinero de compañías directamente afectadas por sus decisiones”.
No es de extrañar pues que más de 30
médicos, investigadores en materia de sanidad y científicos pusieran su
firma en una contundente carta dirigida al Director de los Institutos
Nacionales de la Salud en la que afirmaban “que las directrices, con sus
recomendaciones para terapias farmacológicas, no están justificadas por
argumentos de peso científico”.
Pero una vez puesta la maquinaria en marcha no hay quien la detenga.
Con los niveles de colesterol “aceptables” a mínimos absurdos -¡qué
importa lo que digan los investigadores independientes!- nadie puede
impedir ya que los más de 3.000 millones de dólares anuales que sólo en
publicidad directa de fármacos y enfermedades se gastan las
farmacéuticas en Estados Unidos alcancen su objetivo: hacer creer a gente sana que está enferma.
Una estrategia que se apoya también -entre otras cosas- en las ayudas
que la industria da a las “asociaciones de pacientes” para
controlarlas, en el dinero que invierten en las interesadas separatas
especiales de las publicaciones científicas y en los millones de dólares
que invierten en empresas de relaciones públicas para que éstas
contacten en todo el mundo con periodistas -en general acríticos y
pésimamente formados en este ámbito- así como con todo aquel que tenga
cierto poder de decisión.
Sin olvidar, por supuesto, a los visitadores médicos y a los propios
médicos, invitados una y otra vez a “congresos” a los que no sólo acuden
gratuitamente sino que a veces incluso son pagados sólo por asistir y a
los que se hacen todo tipo de “regalos”. Dinero sobra. Incluso para
pagar a gente que se dedica sólo a desprestigiar toda voz discrepante
independiente.
Y al final, como una mancha de aceite, la idea acaba imponiéndose en
las consultas de los médicos que en cuatro minutos atienden a sus
pacientes y tras echar un vistazo a los análisis prescriben de inmediato
a muchos de ellos cualquiera de las muchas estatinas que ya se
comercializan para reducir “ese nivel de colesterol tan alto que
tienen”.
La mentira completa así el círculo y los pacientes, engañados, se medican sin necesidad.
El riego-beneficio de las estatinas
Ray Moynihan, periodista especializado en temas de salud y en las
técnicas de marketing de la industria para vender fármacos y
enfermedades, resume así en su libroMedicamentos que nos enferman e industrias farmacéuticas que nos convierten en pacientes la controversia sobre el uso de las estatinas:
“En definitiva, para muchos otros hombres (aquellos que no han padecido ningún accidente cardiovascular) y mujeres sanas no existen pruebas de peso que demuestren que estos fármacos puedan contribuir significativamente a prevenir una muerte prematura. (…) El uso del miedo para comercializar las estatinas ha escandalizado a los científicos independientes, consumidores y médicos en todo el mundo.
La preocupación es por partida doble.
En primer lugar, para la mayoría de las personas a quien va dirigido este marketing masivo no hay pruebas fidedignas que acrediten que las estatinas reduzcan las posibilidades de morir prematuramente.
En segundo lugar, y más relevante, el foco promocional sobre el colesterol desvía la atención de otros métodos más eficaces y eficientes para prolongar y mejorar la vida”.
La verdad es que los trabajos que
apuntan que el tratamiento preventivo con estatinas por su acción sobre
el colesterol podría evitar la muerte por accidente cardiovascular son
escasos y nada concluyentes. De hecho investigadores de la Universidad
de la Columbia Británica (Canadá) elaboraron un meta-análisis reuniendo
datos de cinco ensayos independientes de gran envergadura concluyendo
que las estatinas reducen los infartos y los ictus en un porcentaje
ínfimo: un 1,4%.
Porque eso significa que de 71 pacientes hipercolesterolémicos
tratados preventivamente con estatinas durante cinco años se prevendría
ese problema ¡en un sólo caso! Y algo más significativo aún: la tasa de
efectos secundarios era del 1,8% superando la capacidad preventiva.
Mike Adams, periodista también especializado en temas de salud, publicó en julio del 2004 un artículo titulado Alerta sobre un fraude médico: las estatinas que reducen el colesterol no salvan ninguna vida (puede leerlo enhttp://www.newstarget.com/z001268.html en el que señalaba:
“Una revisión crítica de trece ensayos clínicos publicada en JAMA -el periódico de la Asociación Médica Americana- revela algunos hechos sorprendentes sobre las estatinas:
1) Las estatinas no han salvado una sola vida.
2) A nivel preventivo las estatinas son absolutamente inútiles.
3) Las estatinas no reducen el riesgo de muerte ni siquiera en los casos de personas con el colesterol alto.
4) No hay un solo estudio que demuestre que las estatinas alargan la vida de las mujeres.”
Dejamos claro de nuevo que muchos de los
científicos, investigadores y especialistas en salud que se muestran
contrarios a la extensión de las estatinas como medicamento preventivo
no discuten su valor en el caso de accidentes cardiovasculares, discuten
que consigan mejorar el estado del enfermo mediante la reducción del
colesterol.
De hecho este mismo año se ha publicado en Annals of Internal Medicine un
estudio en el que se afirma que las estatinas y los betabloqueantes
usados para reducir la presión sanguínea reducen el índice de ataques
cardíacos. Realizado por el Kaiser Permanente Health Insurance y
científicos de Stanford y de la Universidad de California el estudio
indica que el efecto beneficioso de las estatinas se debe a que
disminuye la inflamación de las arterias.
Cuestión distinta es si la acción de las estatinas sobre el
colesterol es beneficiosa y si los riesgos que afrontan los pacientes
que las toman durante mucho tiempo de forma preventiva se justifican.
Porque debe saberse que para bajar el nivel de colesterol las estatinas
actúan bloqueando una enzima denominada HMG-CoA reductasa que controla
la formación de colesterol en el organismo.
El problema es que esa enzima es necesaria para la producción de la
coenzima Q-10 que juega un papel muy importante en la producción de
Adenosín Trifosfato o ATP, es decir, la molécula que interviene en todas
las transacciones de energía que se llevan a cabo en las células.
Se trata pues de una coenzima que está presente en cada una de las
células de nuestro cuerpo pero que se concentra especialmente en las más
activas que son las del corazón siendo por tanto indispensable para su
correcto funcionamiento.
Por lo que usar estatinas para “prevenir” ataques cardíacos
alegando que bajan el nivel de colesterol es una incongruencia ya que
pueden terminar provocándolos si genera un déficit de Q-10. Y
lo que sí está demostrada es la relación entre una carencia de esa
coenzima y el deterioro de la función del miocardio, las disfunciones
hepáticas y las miopatías, incluidas la cardiomiopatía y el fallo
cardiaco congestivo.
El doctor Peter H. Langsjoen, especialista en el ámbito de la
seguridad de las estatinas, revelaba en uno de sus trabajos
-Cardiomiopatía inducida por las estatinas- que tras 17 años de
experiencia con ellas había observado un incremento dramático de los
fallos cardíacos como efecto secundario de su ingesta.
Una circunstancia, debemos suponer, que era perfectamente conocida
por las compañías farmacéuticas ya que en los años 1989 y 1990 la Merck patentó el uso de la coenzima Q-10 en combinación con las estatinas para prevenir y tratar estas complicaciones (Brown MS. Coenzyme Q-10 with HMG-CoA reductase inhibitors. United States Patent, 4, 933,165. Jun,12,1990).
Y en la patente de Merck se puede leer con toda claridad:
“(…) since coenzyme Q-10 (…) is of benefit in congestive Heart Failure, the combination with HMG-CoA reductase inhibitors(statins) should be of value in such patients who also have added risk of high colesterol”.
Es decir, “(…) dado que la coenzima Q-10 (…) ofrece beneficios en los casos de fallos cardiacos congestivos la combinación de esta sustancia con los inhibidores de HMG-CoA reductasa (estatinas) sería importante en aquellos pacientes con el riesgo añadido de tener el colesterol alto“.
A pesar de lo cual, que se sepa, la
empresa jamás mostró especial interés en trasladar a pacientes y médicos
la importancia de suplementar con coenzima Q-10 la prescripción de
estatinas.
Los daños musculares -y no olvidemos que el corazón es un músculo-
provocados por las estatinas como efectos secundarios son los más
conocidos desde hace tiempo. Ya en agosto del 2001 Bayer se vio forzada a
retirar del mercado Baycol (cerivastatin) después de que se
relacionaran con ese medicamento al menos 52 muertes.
Y varios de los pacientes que tomaron Baycol para reducir su nivel de
colesterol fueron diagnosticados con un padecimiento conocido como
rabdomiolisis, enfermedad de las fibras musculares que se descomponen
liberando sus restos en la circulación y causando necrosis tubular
aguda, insuficiencia renal y, en algunos casos, la muerte.
Y no son sólo los daños musculares o hepáticos. Aún hay más. Duane
Graveline -conocido popularmente en Estados Unidos como “Doc” Graveline-
ha sido especialista en Medicina Aeroespacial, astronauta, cirujano de
vuelo y médico de familia durante más de 20 años.
Pues bien, tras un episodio de amnesia sufrido como efecto secundario
de la ingesta de la estatina Lipitor -recetado para controlar su
colesterol “no demasiado alto”- decidió investigar en profundidad sobre
el riesgo-beneficio de las estatinas.
Y fruto de ese trabajo fue la página web http://www.spacedoc.net/ y el libro Statin Drugs – Side Effects en cuyo prólogo puede leerse.
“Si consume usted Vytorin, Lipitor, Zocor, Crestor, Mevacor, Pravachol o Lescol debería leer este libro.
La mayoría de los efectos secundarios de las estatinas son desconocidos por sus ocupados doctores. Aunque ya conocen los problemas que pueden causar en los músculos y en el hígado pocos han oído hablar de la amnesia y otras formas de trastorno de memoria; y menos todavía de la hostilidad, agresividad y depresión profunda relacionadas con las estatinas.
Pero más ominoso aún es el trabajo de Muldoon que señala que con pruebas suficientemente sensibles se demuestra que el 100% de los consumidores de estatinas padece un déficit cognoscitivo.
El inaceptable legado actual del uso de estatinas en altas dosis es un sendero de dolores crónicos, entumecimiento, debilidad, confusión, fatiga, respiración agitada y deficiencia cardiaca en millares de víctimas confiadas.
Muchos médicos se han vuelto víctimas del uso de las estatinas y, como el autor, ahora sospechan que el mensaje de los persuasivos representantes de las farmacéuticas puede no haber sido nunca verdad”.
En una entrevista que le hizo el doctor Jay S. Cohen a Graveline -léala enhttp://www.MedicationSense.com éste apuntaba además en una dirección que puede resultar sorprendente, aterradora, pero en algunos casos también esperanzadora.
“Los médicos, como sus pacientes -contestaba Graveline a una de las preguntas-, ignoran por completo el problema de los efectos secundarios cognitivos de las estatinas. Una y otra vez aseguran y tranquilizan a sus pacientes preocupados y les dicen que sus lapsos de memoria son ‘los esperados para su edad’, quizás un ‘toque de senilidad’ o incluso ‘Alzheimer temprano’.
Y ahora, tras más de diez años de prescribir estatinas y tranquilizar a los pacientes sobre su seguridad, lo último que un médico quiere oír es que ha estado equivocado durante tanto tiempo“.
La pregunta es obvia: ¿tiene usted
problemas cognitivos y ha estado tomando durante años estatinas para
controlar el colesterol? Porque si es así quizás ni su médico ni usted
hayan asociado hasta ahora ese problema con las estatinas pero resulta
que ¡podrían ser la causa! Si, tal y como sostiene Graveline, algunos de
los problemas cognitivos hoy diagnosticados como irrecuperables fueran
el producto de la ingesta prolongada de estatinas la solución preventiva
estaría precisamente en no tomarlos.
No estaría pues de más que los médicos que atienden a este tipo de
pacientes se ocuparan de saber si los mismos tomaron estatinas y durante
cuánto tiempo. Sería un buen comienzo. En julio del 2003 la revista Pharmacotherapy publicabaLa pérdida de memoria asociada a las estatinas: análisis de 60 informes de casos y revisión de la literatura.
El artículo examinó 60 casos de deterioros cognoscitivos asociados a
las estatinas y recogidos del propio sistema de vigilancia Medwatch de
la FDA.
Bueno, pues según las conclusiones esos deterioros estaban
relacionados con las dosis: a más fuerte el medicamento y la dosis,
mayor el riesgo. Avalando así las conclusiones alcanzadas por Graveline.
Otro dato bastante ignorado es que los estudios sobre la eficacia de
las estatinas suelen ser bastante sesgados.De hecho en más del 80% de
los casos se realizaron con hombres y no con mujeres.
Y raramente se han tenido en cuenta que quienes las toman suelen
padecer otras patologías. Precisamente al considerar que los pacientes
con patologías subyacentes podrían experimentar serios efectos
secundarios el Ministerio de Salud de Canadá obligó el pasado año a los
fabricantes de medicamentos -entre ellos los de Lipitor (atorvastatin),
Zocor (simvastatin), Mevacor (lovastatin), Lescol y Lescol XL
(fluvastatin), Pravachol (pravastatin) y Crestor (rosuvastatin) a que
cambiaran la información sobre la seguridad de sus productos y
remarcaran el potencial de daño muscular en pacientes que consumen
alcohol, toman otros medicamentos, padecen problemas renales o
hepáticos, son diabéticos, hacen excesivo ejercicio físico, están
embarazadas (parece que podría causar malformaciones en el feto),
padecen de tiroides, han sufrido daños musculares o en los tejidos
(cirugía)… y algunas otras patologías más.
Respuesta inflamatoria
En suma, ha llegado el momento de comenzar a contemplar el papel del
colesterol y de todo el arsenal de medicamentos desarrollados en su
contra de otra manera. ¿O cuando suena la alarma en su casa la apaga usted en lugar de comprobar por qué suena?
“Cuando el daño en las paredes arteriales se produce y la inflamación comienza -escribe Ron Rosedale en su libro El Colesterol no es la causa de las enfermedades del corazón- se liberan mediadores químicos para que el daño pueda repararse.
El hígado se pone en marcha para reciclar o fabricar colesterol dado que ninguna célula, humana o de cualquier otro tipo, puede hacerse sin él.
En este caso el colesterol está siendo elaborado y distribuido en su torrente sanguíneo para ayudar a reparar el tejido dañado y, de hecho, para mantenerlo vivo. Si el daño es excesivo es necesario distribuir colesterol extra a través del torrente sanguíneo.
No parece muy inteligente pues reducir simplemente el colesterol y olvidarse de por qué está allí. Mucho más inteligente parece reducir la necesidad extra de colesterol, el daño excesivo que está teniendo lugar, la razón para la inflamación crónica”.
Y formulado así el problema no falta quien ha formulado también la solución desde los mismos planteamientos.
“El colesterol, los triglicéridos, las lipoproteínas de alta y baja densidad (HDL y LDL) y demás productos metabólicos -escribe Matías Rath en su libro Por qué los animales no sufren infartos y los hombres sí- son recursos reparadores por excelencia y su nivel en la sangre se incrementa como consecuencia del debilitamiento de las paredes arteriales.
Si las paredes de los vasos sufren un debilitamiento crónico la demanda de reparación se hará cada vez mayor y la velocidad con que el hígado produce esas moléculas irá en aumento.
Debido pues a ese aumento de la producción de colesterol y otros factores de reparación en el hígado el nivel de tales moléculas en la corriente sanguínea crece convirtiéndolas al cabo de cierto tiempo en factores de riesgo de enfermedades cardiovasculares.
En resumen, la medida más importante para reducir el nivel de colesterol y otros factores de riesgo secundarios consiste en fortalecer las paredes arteriales reduciendo la demanda metabólica de un aumento de la producción de estos factores por el hígado. (…) Y los únicos dos factores que pueden influir en la salud cardiovascular son la dieta y, sobre todo, un aporte de nutrientes esenciales concretos que regulen el metabolismo celular”.