"Cuidado que debemos tener cuando hablamos" |
*En el estudio, “Cambia tu forma de pensar, sentir y
actuar” que di a la Iglesia y en donde Dios me envía para aconsejar, y que es parte de mi libro “Un
nuevo estilo de vida” escrito en Julio del 2012, desarrollo una buena
parte acerca del cuidado que debemos tener cuando hablamos o decimos
algo. El mismo Santiago en el capítulo 3 nos hace la fina advertencia
de tener cuidado con la lengua. El asunto es delicado porque las
palabras jamás llegan solas, estas siempre están acompañadas de
sentimientos y de pensamientos, y entonces, palabras dichas, se
convierten en el hecho. El hecho de decir una palabra o escribirla
tiene su propio contexto que guarda ideas, sentimientos, pensamientos,
pero también tiene una intención o un propósito original del que la dice
o escribe y una interpretación final, que puede ser coherente con el
del emisor o muy diferente.
Cuando se habla con personas de diferentes culturas, el
cuidado que se debe de tener es de saber usar las palabras, y cuando no
se tiene cuidado, generalmente no tienen un mal sentimiento o
pensamiento, sino que simplemente es una equivocación. Con todo, puede
ser mal entendida. Por ende, cuando se está con personas de diferentes
culturas, se debe escoger las palabras que tienen un significado
universal. Cuando se dicen palabras con doble significado, nuevamente es
muy peligroso, porque en algunos casos, los segundos significados son
vulgares o inmorales y ofensivos. Lo ideal es no utilizar palabras que
pueden ser interpretadas o entendidas en el significado más pésimo aun
cuando la intención del emisor o del que habla no es el mismo. Por
ejemplo, decirle pato a un centroamericano no es tan pesado como para
una persona de Puerto Rico. Decir, le gusta el pisto a un salvadoreño
no es nada ofensivo a diferencia de una persona de la parte norte de
México.
Vuelvo al punto, cuando se habla, cuando decimos algo, sea
en palabras audibles, frente a las personas, o por escrito, es de tener
cuidado. Primero, las palabras que se dicen audiblemente, donde las
personas las escuchan, muchas de las palabras se las lleva el viento con
el tiempo, pero hay palabras que por muy duro que sople el viento,
permanecen gravadas en la mente del que las recibió. Según la clase de
palabra, el tono como las dijo, la manera en que las dijo y la
intención por las cuales las dijo, hay personas que no las olvidan nunca
y basado en esto formula un criterio de la otra persona y la clase de
relación que tendrá con esta. Segundo, las palabras que no las dice sino
que las escribe, estas por un lado están grabadas, pueden durar toda la
vida, sirven de evidencia, y no pueden ser olvidadas. Detrás de las
palabras, verbales o no verbales con facilidad se percibe un sentimiento
lo cual reposa en la mente, y una vez las escribe o las dice, es un
hecho, que hay algo en el corazón y esto es peligroso.
La semana pasada, a raíz de la masacre en Newtown, CT,
donde 20 niños fueron acribillados cobardemente, más otros 6 adultos y
el mismo asesino, yo escribí un artículo que subí al fb. Por la noche,
en el discipulado, uno de los que asistían me dijo, “Pastor, usted
estaba enojado cuando escribió hoy”. Uno bien puede saber la emoción,
el pensamiento y la intención con que se escribe algo. Yo le respondí,
no sé como estaba, no sé si enojado, triste, o con ganas de gritar, pero
mejor ore, y dije lo que sentía. Nuevamente, tengamos cuidado con lo
que sale de nuestra boca, porque esto viene de nuestra mente la cual
expresa los pensamiento formulados por lo que hay en el corazón.
Santiago 3:1-12 es un pasaje fuerte, descriptivo, y
exhortativo. Desde el v.1-2 el escritor establece una verdad universal
basada en una verdad bíblica. Todos ofendemos porque todos somos
pecadores. Si en caso hay una persona que no ofende con su lengua, dice
Santiago, es perfecto, y eso es mentira, pues todos por hablar mucho
corremos el peligro de decir algo que ofenda (v.3). Universalmente,
todos ofendemos, la razón es porque ninguno es perfecto. Claro, estas
verdades no pueden ser la justificación de todos para ofender a diestra y
a siniestra. Ese es el cuidado del cual Santiago nos advierte, es
verdad que ninguno esta excepto de ofender, lastimar, y dañar a otra
persona con algunas palabra que dice, y esto puede pasar. Una cosa es
hacerlo sin mala intención, inconscientemente, sin previa intención. Acá
lo delicado es cuando se dicen cosas sabedores del objetivo por lo cual
lo dice, que es para denigrar, para desquitarse, para lastimar, para
manchar, o para hacerle un mal.
La lengua es un miembro pequeñito, pero se jacta de
grandes cosas. La lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua
es parte del cuerpo, está conectada con el resto del cuerpo, si no
tenemos cuidado de su función natural, esta puede contaminar o envolver a
toda la persona. El reto es este, y ese es el propósito de Santiago,
que aprendamos a refrenarla, dominarla, y controlarla para que digamos
las cosas con coherencia a la persona, a lo que hay en el corazón, en la
mente y a nuestra identidad de hijos de Dios. Una verdad delicada
establece el escritor de este libro en el v.8 “pero ningún hombre puede
domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de
veneno mortal”. Humanamente no podemos controlar lo que sentimos,
pensamos y decimos, pues esto depende del espacio que le damos al
Espíritu, y el grado de sometimiento que tengamos hacia Dios, el grado
de conocimiento y obediencia que tengamos hacia la Biblia, y cuan
saturados estemos del amor de Dios.
Cuando amamos a Dios, obedecemos su Palabra, estamos
guiados por el Espíritu, y estamos comprometidos en dar testimonio de
quien es Dios, no diremos nada que ofenda, dañe, lastime o denigre a
otra persona. Es verdad que en alguna vez lo hará, dirá algo que ofenda
a alguien pero sin mala intención, sin premeditación, e
inconscientemente. Santiago dice es inaceptable que un cristiano, en
quien mora el Espíritu, quien tiene la mente de Cristo, que sabe lo que
es bueno y lo que es malo, que en un momento use su lengua para
bendecir y adorar a Dios y en otro para maldecir al prójimo (v.9), esto
no debe ser así (v.10), como cristianos que somos debemos siempre hablar
bien (v.12), para edificación, y honra de Dios.
En ambos casos se debe pedir perdón, se debe disculpar,
pero más aun cuando se ha hecho con propósitos malignos o de la carne.
El no pedir perdón o disculparse por algo que se dijo que ofendió, daño,
denigro o mancho la imagen de otra persona, es más delicado aun, es
soberbia, y eso no es parte del fruto del Espíritu. Dios premia al
que reconoce su falta, y pide perdón. Estas acciones es lo que engalana
el testimonio del evangelio, promueve la armonía y la paz. Todos
somos responsables de buscar la armonía, promover la paz, de estar bien
con todos.
Grandes amistades, relaciones, organizaciones, comunidades se han distanciado por una palabra mal dicha.
Dr. Gomez Chavez