LA MALDICIÓN A LOS JUDÍOS
Según
el Evangelio de Mateo, durante el proceso a Jesús los judíos
pronunciaron una frase que sin quererlo, marcó para siempre la historia y
el destino del pueblo hebreo en su relación con los cristianos: “¡Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (Mt. 27, 25). Este grito fue interpretado a lo largo de los siglos como una MALDICIÓN que el pueblo judío se echó sobre sí mismo, asumiendo la responsabilidad de la muerte de Jesús.
Desde
entonces muchos citan este versículo como prueba de que Dios ha
rechazado a Israel; y peor aún, ha servido par justificar las
atrocidades y persecuciones cometidas contra ese pueblo, como si tales
sufrimientos fueran el castigo divino merecido por su invocación; tal
como si fuese un castigo por un crimen superior al pecado del Jardín del
Edén y al de la Torre de Babel.
¿Pero por qué quedó tal circunstancia registrada únicamente en el Evangelio de Mateo?.
¿Un Pilato liberador?:
Mateo
da cuenta que cuando las autoridades judías llevan a Jesús ante Pilato
para ser juzgado, el gobernador romano se dio cuenta de que lo habían
entregado por envidia, e intentó liberarlo. Para ello recurrió a lo
siguiente:
a). Trató de enfrentar a Jesús con un famoso preso llamado Barrabás, pensando que el pueblo optaría por Jesús, pero se equivocó. (Mt. 28, 15-18).
b).
Luego dijo a los judíos que no podía condenar a muerte a Jesús porque
no encontraba en él delito alguno contra Roma, pero los judíos azuzados
por los Sacerdotes comenzó a gritar: “Crucifícalo, crucifícalo”. (Mt. 27, 22-23).
c). Inquieto
Pilato por el cariz que tomaban los acontecimientos y convencido de que
nada impediría la muerte de Jesús, pidió un recipiente de agua y se
lavó las manos diciendo: “Inocente soy Yo de la sangre de este justo, allá vosotros”. (Mt. 27, 24).
Así como está redactado este pasaje es difícil de creer.
El
lavado de manos como expresión de inocencia pública era una costumbre
judía establecida por la Ley de Moisés. Según la mentalidad judía, la
sangre derramada de una persona inocente tenía la propiedad de manchar
no solo al culpable, sino a cuentos se cruzaban con el muerte, e incluso
a todo el pueblo donde se había cometido el crimen. Es por ello que la
Ley establecía que cuando en una ciudad se descubriera un cadáver, y no
se pudiera identificar al malhecho, los dirigentes debían reunirse junto
a un río y lavarse las manos. (Dt. 21, 1-9). En otros pasajes de la Biblia también se habla del lavado de las manos. (Sal. 26, 6 y Sal. 73, 13).
Que Poncio Pilato,
siendo romano, hubiera realizado un rito propio de la cultura judía
resulta inverosímil. Es por ello que muchos autores sostienen que la
escena es una creación del evangelista Mateo, que al escribir a lectores
de origen judío, emplea esa imagen para hacerles comprender qué quiso
decir el gobernador cuando evitó condenar a Jesús.
La fuente de la maldición:
Como respuesta al lavado de manos Mateo expresa esa famosa, oscura y desconcertante frase por la que el pueblo gritó: “¡Su sangre (al de Jesús) sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”. (Mt. 17, 24-25).
En
realidad esta frase es una famosa fórmula legal frecuente en el Antiguo
Testamento, que indicaba quién era la persona que debía asumir la
responsabilidad de un delito cometido, y sufrir el castigo
correspondiente, que era la muerte. (Lev. 20, 9; Lev. 20, 11e; Lev. 20, 13; 2Sam. 1, 16; 2Sam. 3, 29 y Jer. 26, 15).
Queda
claro entonces cuál es el sentido de la frase en el Evangelio de Mateo:
Significa que la muchedumbre, presente aquel día en el juicio de Jesús,
asumió la responsabilidad de su ejecución.
Detalles curiosos de la escena …
1).
El pueblo judío NO emplea la fórmula como corresponde. Cuando alguien
en la biblia invocaba el castigo de sangre, lo hacia sobre la cabeza de
otro, de un tercero, nunca sobre la propia. En cambio en Mateo el pueblo
judío se lo aplica sobre sí, como si quisiera incriminarse él mismo,
auto-castigándose, en vez de buscar librase de los efectos de la sangre,
que era el sentido de la fórmula.
2). Resulta
llamativo que el grito sea lanzado “por todo el pueblo”. Hasta ese
momento Mateo venía relatando que solo “una muchedumbre” presenciaba el
juicio, es decir un grupo limitado de personas.
Conclusión:
Se trata de un cambio intencionado de Mateo. La expresión “l pueblo”
siempre alude a Israel como raza, como etnia, como nación global. Por
eso al reemplazar “la muchedumbre” por “el pueblo”, estaba diciendo a
sus lectores que la sangre de Jesús, invocada ese día, no cayó
únicamente sobre los asistentes al proceso, sino sobre toda la nación
judía y sobre las generaciones posteriores.
Un buen pretexto para odiar …
¿Qué significado tiene esta escena de Mateo?.
Desde
muy antiguo se la ha interpretado en el sentido de que todos los
judíos, de todos los tiempos, son culpables de la muerte de Jesús.
Uno de los primeros en defender tal postura fue Orígenes (Siglo III). De la misma opinión fueron
Melitón de Sardes (S. II), San Agustín, San Jerónimo, San Juan
Crisóstomo (Siglo IV), Teofilacto (Siglo IX), Tomás de Aquino (Siglo
XIII) y Calvino (Siglo XVI).
Por su parte Lutero (Siglo XVI) afirmó que la miseria en la que vivían los judíos en su época y su posterior condenación eterna,
se debía a que habían rechazado al Hijo de Dios. Eso hizo que muchos
cristianos, basándose en esta circunstancia, desarrollaran una antipatía
y a veces odio, hacia el pueblo judío.
¿Por qué Mateo,
inspirado por Dios, conservó esa frase en labios de los judíos?. ¿Quiso
Mateo aludir a alguna especie de castigo que recayó sobre ellos?.
El sermón que complica
Para
empeorar las cosas, Mateo cuenta que en su último discurso público,
Jesús les recordaba a los judíos que ellos habían derramado mucha sangre
inocentes a lo largo de la historia “desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías”. (Mt. 23, 33-36).
Abel era el hijo de Adán y Eva muerto por su hermano Caín; y Zacarías era
el famoso sacerdote de Jerusalén del Siglo IX AC que por haberse
animado a denunciar la inmoralidad en la que vivían los israelitas fue
apedreado hasta morir en el propio Templo. Zacarías murió diciendo: “Jehová lo vea y lo demande” (les pida cuentas) (2Cron. 24, 20-22); y previamente Jesús les menciona a estos dos personajes, porque Abel es el primer inocente asesinado (Gen. 4, 8) y Zacarías el último (2Cron. 24, 22).
Lo
que Jesús les quiso expresar es que toda la historia del pueblo judío,
desde el primero al último libro de la Biblia, estaba manchada de
crímenes y muertes de inocentes. Y que esa sangre clamaba al Cielo (Gen. 4, 10) exigiendo un justo castigo. Por eso concluyó aquel sermón con una frase inquietante: “De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación”. (Mt. 23, 36).
Tales
palabras parecen acentuar aún más la idea de que la frase citada en el
juicio a Jesús, incluye una reprobación y condena del pueblo judío.
¿Pero es así?.
La aclaración en la Cena: La sangre.
La solución a esta cuestión la encontramos en el episodio de la última Cena (Mt. 26, 26-29) donde Jesús toma una copa de vino y pasándola para que todos bebieran, les dijo: “Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión (perdón) de los pecados”. (Mt. 26, 28).
Curiosamente aunque los tres Evangelios Sinópticos y el Apóstol Pablo (Mt. 26, 28; Mc. 14, 24; Lc. 22, 20 y 1Cor. 11, 23-25)
narran la última cena, Mateo es el único que aclara que la sangre
servirá para perdonar los pecados. Ninguno otro autor explica el sentido
de su derramamiento.
De este modo, Mateo deja por adelantado la
clave para interpretar la escena del juicio de Jesús. Cuando hace decir a
la multitud allí reunida que la sangre de Jesús caiga sobre sus cabezas
y la de sus hijos (descendientes), en realidad no es para maldecirlos
ni condenarlos, sino al contrario, para perdonarlos de sus pecados. La
muchedumbre reunida aquel día en el palacio del gobernador pidió la
muerte de un condenado; pero sin darse cuenta, obtuvo en realidad un
acto salvador.
Un sarcasmo escondido
El
mensaje sorprendente de Mateo es que la sangre del Profeta de Nazareth,
derramada en la Cruz, tenía la virtud de redimir y liberar a los
hombres de sus pecados, a diferencia de las otras sangres que al ser
vertidas, acusaban a los culpables y los condenaba irremediablemente.
La
ironía de Mateo es excelente: Mientras los simples observadores
pudieron pensar que la sangre de Jesús contaminó al pueblo judío, lo que
en realidad hizo fue absolverlo y liberarlo no solo de aquella acción
equivocada, sino de todo lo que pudiera haber existido en su pasado, “desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías”.
Se
cumple así el programa que Mateo había anunciado cuando durante el
embarazo de María, un ángel se le aparece a José y le comunica que el
niño que va a nacer “salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1, 21).
Esto
se comprende más si recordamos que Mateo era judío y escribía para un
público judío. Resulta absurdo pensar que hubiera insertado en su obra
una escena para decirles que estaban malditos ellos y todas las
generaciones siguientes, incluido el mismo Mateo.
Así se entiende
por qué Mateo cambió la frase tradicional “caiga su sangre sobre Fulano
(un tercero)” y en su lugar exprese “caiga su sangre sobre nosotros”.
Porque el pueblo judío no estaba solicitando un castigo sino una acción
salvadora. También así se explica que pasara de “la muchedumbre” que
gritaba, a “todo el pueblo (judío)” que gritaba. Quería que sus lectores
se sintieran identificados con aquellos que, en el tribunal de Pilato,
recibieron la sangre salvadora de Jesús.
Para Mateo el pueblo de
Israel fue el primer beneficiario de la muerte del Mesías; y le
comprendemos porque aunque se había hecho cristiano, conservaba su
corazón judío.
Dejar puertas abiertas …
Resulta
increíble que habiendo avanzado tanto la exégesis bíblica, todavía haya
cristianos que sigan denigrando al pueblo judío sobre la base de esta y
otras escenas de los Evangelios. No han entendido la sutileza de Mateo,
ni su esfuerzo por proclamar la salvación de sus hermanos de raza.
Lamentablemente
muchos son relegados y numerosos son los grupos y categorías de
personas, sobre las cuales la sangre de Jesús también ha “caído”, y que
en vez de sentirse salvadas y amadas por Dios, se ven proscriptas,
condenadas, excluidas de su amor y de la pertenencia a la Iglesia, por
una falsa comprensión de la redención divina.
Mientras Mateo sigue
insistiendo que la sangre del galileo se derramó “para el perdón de
todos”, algunos cristianos siguen restringiendo el valor de su salvación
a grupos cada vez más pequeños, que practican ciertos ritos, observan
determinada moral y se ciñen a normas establecidas.
El grito del
pueblo judío aquella mañana, a la entrada del despacho de Pilato, abrió
las puertas de la salvación y del perdón a toda la humanidad, empezando
por quienes menos lo merecían y más alejados parecían. Mantenerlas
abiertas y hacer que lo experimenten todos, siguen siendo hoy la misión
de cuantos lee en Evangelio del judío Mateo.