La Ira de Dios
Introducción
*Más de 400 motoristas se reunieron para dar sus 
últimos respectos al ‘Abuelo Bob’. Bob Shields, uno de los miembros 
fundadores de la alguna vez temida pandilla de motociclistas, llamados 
como los Bandidos, murió de cáncer a la edad de 78 años. Motoristas de 
mediana edad y mayores, se reunieron para beber cerveza y recordar 
historias de los buenos viejos tiempos de consumo de drogas, asaltos, 
terrorismo y asesinato, sin mencionar algunos pecados legales. Lo que me
 llamó la atención, fue la manera ‘a lo macho’ en que consideraron la 
muerte y la realidad de un futuro juicio:
“Abuelo, démosles el infierno”, dijo un motorista de 
barba gris. “En estos momentos, el diablo está en el lado de los 
desempleados” Se reportó que Lamont, otro motorista miembro de la 
pandilla y lleno de tatuajes, dijo: “Donde él se ha ido, allí es donde 
todos iremos algún día, Él sólo nos está esperando”
“No deseo que ningún predicador despotrique ni desvaríe
 sobre mí”, escribió. “Además, sé que estoy muy abajo, tomando whisky y…
 en el diablo”34 
“Es triste encontrar tantos cristianos profesantes, que
 consideran la ira de Dios como algo sobre lo cual se sienten obligados a
 hacer una apología o por lo menos, pensar que aquella ira no existe. 
Aunque algunos no llegan tan lejos como para admitir abiertamente que 
consideran una vergüenza el carácter Divino, están lejos de mirarlo con 
deleite; no les gusta meditar en ello y raramente oyen hablar de ella 
sin un resentimiento secreto que se eleva de sus corazones en su contra.
 Incluso con aquellos que son más sobrios en su juicio, no pocos se 
imaginan que existe una severidad acerca de la ira de Dios, que es 
demasiado aterradora como para considerarla como un tema de 
contemplación útil. Otros, albergan la ilusión que la ira de Dios no es 
consecuente con Su bondad y por lo tanto, tratan de hacerla desaparecer 
de sus pensamientos.
Sí, hay muchos que se alejan de la visión de la ira 
de Dios, pues piensan que fueron llamados a mirar aluna mancha en el 
carácter Divino, o alguna tacha en el gobierno Divino. Pero, ¿qué dicen 
las Escrituras? A medida que nos volvemos a ellas, vemos que Dios no ha 
hecho intento alguno para ocultar Su ira. Él no está avergonzado de dar a
 conocer que la venganza y la ira le pertenecen”35 
La ira de Dios, no sólo se enseña en la Biblia, 
también es señalada como una verdad de gran importancia en las 
Escrituras, tal como A. W. Pink, lo establece en su libro:
“Un estudio de la concordancia, nos mostrará que hay en
 ella más referencias en las Escrituras a la ira, furia y rabia de Dios,
 que a Su amor y ternura”36 
La ira de Dios es uno de Sus atributos tanto como 
parte de Él, al igual que muchos de los demás atributos; un atributo que
 sin el cual Dios sería menos que Dios:
“Ahora bien, la ira de Dios es una de las perfecciones 
divinas, tanto como Su fidelidad, poder o misericordia. Debe ser así, 
pues en el carácter de Dios no existe mancha alguna; no existe ni la más
 mínima imperfección y la habría, ¡si la ‘ira’ estuviera ausente de Él!”37 
Si hemos de discutir la ira de Dios, primero debemos
 definirla. Pink, uno de los estudiosos de los atributos de Dios, define
 la ira de Dios, de la siguiente manera:
“La ira de Dios es Su repudio eterno a todo lo que no 
es recto. 
Es el desagrado y la indignación de la equidad divina en contra del mal. Es la santidad de Dios que se ve convulsionada hacia el pecado. Es la causa en movimiento de esa sentencia que Él hace recaer sobre los impíos. Dios se enoja con el pecado, porque éste se rebela en contra de Su autoridad, un mal que se hace a Su soberanía inviolable. Las insurrecciones en contra del gobierno de Dios, originan el conocimiento que Dios es el Señor. Éstas hacen sentir cuán grande es la Majestad que desprecian y cuán espantosa es aquella ira amenazada que las insurrecciones no tomaron en consideración. No significa que la ira de Dios sea una venganza maligna y maliciosa, inflingiendo dolor por su causa o por el dolor recibido. No, aún cuando Dios vengará Su dominio como Gobernador del universo, Él no será un vengador”38
Es el desagrado y la indignación de la equidad divina en contra del mal. Es la santidad de Dios que se ve convulsionada hacia el pecado. Es la causa en movimiento de esa sentencia que Él hace recaer sobre los impíos. Dios se enoja con el pecado, porque éste se rebela en contra de Su autoridad, un mal que se hace a Su soberanía inviolable. Las insurrecciones en contra del gobierno de Dios, originan el conocimiento que Dios es el Señor. Éstas hacen sentir cuán grande es la Majestad que desprecian y cuán espantosa es aquella ira amenazada que las insurrecciones no tomaron en consideración. No significa que la ira de Dios sea una venganza maligna y maliciosa, inflingiendo dolor por su causa o por el dolor recibido. No, aún cuando Dios vengará Su dominio como Gobernador del universo, Él no será un vengador”38
J.I. Packer, nos lleva al diccionario para ver la definición de la ira:
“La ‘ira’ es una antigua palabra que se define como: 
‘una rabia e indignación profunda’. ‘Rabia’, es definida como: ‘un 
desagrado que conmueve y ofende, con un fuerte antagonismo, por un 
sentimiento de dolor o insulto’. ‘Indignación’, se define como: ‘una 
rabia recta, provocada por la injusticia y la vileza’. Esa es la ira. Y 
la Biblia nos dice que la ira es un atributo de Dios”39 
Tal vez, la definición más concisa que basta para el
 propósito de nuestro estudio, sea esta: La ira divina es la ira justa y
 el castigo de Dios, provocada por el pecado.
La Ira de Dios en el Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento no sólo habla de la ira de 
Dios como uno de Sus atributos, también habla de la ira de Dios como 
parte de Su gloria:
“Él entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. Y
 le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y 
proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del 
que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. 
Dijo más: No podrá ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. Y 
dijo aún Jehová: He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la 
peña; y cundo pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y
 te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano,
 y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro. Y Jehová dijo a Moisés:
 Alísate dos tablas de piedra como las primeras, y escribiré sobre esas 
tablas las palabras que estaban en las tablas primeras que quebraste. 
Prepárate, pues, para mañana, y sube de mañana al monte de Sinaí, y 
preséntate ante mí sobre la cumbre del monte. Y Moisés alisó dos tablas 
de piedra como las primeras; y se levantó de mañana y subió al monte 
Sinaí, como le mandó Jehová, y llevó en su mano las dos tablas de 
piedra. Y Jehová descendió en la nube, y estuvo allí con él, proclamando
 el nombre de Jehová. Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: 
¡Jehová ¡ ¡Jehová! Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y
 grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, 
que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo 
tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres 
sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta tercera y cuarta 
generación” (Éxodo 33:18-34:7).
Para Dios, Su ira no es una vergüenza. Él no 
necesita sentirse avergonzado, como los hombres, por perder su 
temperamento. La ira de Dios está unida inseparablemente de Su gloria. 
Dios trae gloria a Sí mismo, cuando ejercita Su ira.
La ira de Dios es provocada cuando los hombres se 
rebelan en contra de Su Palabra. Dios sacó a los israelitas de Egipto; 
les entregó leyes para guiarles y gobernar su comportamiento de manera 
que fueran un pueblo santo en medio del cual Él pudiera morar. En 
Deuteronomio 28:1-14, Dios describe las bendiciones que hubieran 
resultado de la obediencia al pacto que El hizo con ellos en el monte 
Sinaí. Entre los versículos 15-68, se nos entrega una descripción más 
extensa y gráfica de Su juicio como consecuencia de haber quebrado este 
pacto. En el contexto de Deuteronomio 28, vemos claramente que Israel no
 cumplirá con su parte de este pacto y que serán juzgados. Dios no 
tolerará el pecado entre Su pueblo más que lo tolerará en otros. Los 
israelitas estaban destinados a beber de o profundo de la copa de la ira
 de Dios.
En el Antiguo Testamento, se pueden ver varias 
instancias en las que se demuestra la ira de Dios. En Números 16, la ira
 de Dios es vertida sobre Coré, Datán y Abiram y sobre otros 250 que se 
rebelaron en contra de Moisés, como el líder señalado por Dios 
(versículos 1-3). Cuando fueron convocados, no asistieron y sus palabras
 indican que su rebelión era tanto contra Moisés, como contra Dios:
“Y envió Moisés a llamar a Datán y Abiram, hijos de Eliab; mas ellos respondieron: No iremos allá. ¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel, para hacernos morir en el desierto, sino que también te enseñorees de nosotros imperiosamente? Ni tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel,
 ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de 
estos hombres? No subiremos” (Números 16:12-14; palabras en itálica, del
 autor).
Dios prometió sacar a los israelitas fuera de los límites de Egipto y conducirlos a una tierra “en que fluyera leche y miel”
 (Éxodo 13:5; ver también Números 13:27). Estos rebeldes vieron a 
Egipto, su antiguo lugar de residencia, como la tierra de “leche y miel”
 y la tierra prometida como un desierto estéril. También rechazaron el 
liderazgo de Moisés y propusieron una forma de gobierno más democrática.
 Parecía que Dios estaba listo para destruir a toda la nación (Números 
16:20-21); pero Moisés y Aarón tenían un mejor conocimiento de Dios, por
 lo que le solicitaron no derramar Su ira en todos, sino que sólo sobre 
quienes que eran culpables de rebeldía.
Entonces, Moisés declaró un medio por el cual todos conocerían a quién había nombrado Dios para conducirles:
“Y dijo Moisés: En esto conoceréis que Jehová me ha 
enviado para que hiciese todas estas cosas, y que no las hice de mi 
propia voluntad. Si como mueren todos los hombres, murieron éstos, o si 
ellos al ser visitados siguen la suerte de todos los hombres, Jehová no 
me envió. Mas si Jehová hiciere algo nuevo, y la tierra abriere su boca y
 los tragare con todas sus cosas, y descendieren vivos al Seol, entonces
 conoceréis que estos hombres irritaron a Jehová. Y aconteció que cuando
 cesó él de hablar todas estas palabras, se abrió la tierra que estaba 
debajo de ellos. Abrió la tierra su boca, y los tragó a ellos, a sus 
casas, a todos los hombres de Coré, y a todos sus bienes. Y ellos, con 
todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y
 perecieron de en medio de la congregación. Y todo Israel, los que 
estaban en derredor de ellos, huyeron al grito de ellos; porque decían: 
No nos trague también la tierra. También salió fuego de delante de 
Jehová, y consumió a los doscientos cincuenta hombres que ofrecían el 
incienso” (Números 16:28-35).
Coré, Datán, Abiram y todos quienes les siguieron, 
primero fueron quemados hasta morir y después se les dio un funeral 
indigno, de una forma que nunca había sucedido en la historia —la tierra
 se abrió tragándolos y después los cubrió. De este modo, Jehová dejó 
claro que Moisés y Aarón eran los líderes señalados por Él y al mismo 
tiempo, demostró Su ira justa sobres quienes se habían rebelado en Su 
contra y en contra de los líderes que Él había nombrado.
En tiempos del Antiguo Testamento, Dios no sólo 
desplegó Su ira hacia los israelitas rebeldes. También demostró Su ira 
en contra de los paganos malvados. Destruyó la tierra habitada por medio
 del diluvio (Génesis 6-9). También destruyó a los impíos de las 
ciudades de Sodoma y Gomorra (Génesis 19). Y después del éxodo, empleó a
 la nación de Israel para destruir a los malvados cananitas por su 
pecado, tal como previamente se lo había señalado a Abraham:
“Mas a la salida del sol sobrecogió el sueño a Abram, y
 he aquí que el temor de una grande oscuridad cayó sobre él. Entonces 
Jehová dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra
 ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas 
también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto 
saldrán con gran riqueza. Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás 
sepultado en buena vejez. Y en la cuarta generación volverán acá; porque
 aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí” (Génesis
 15:12-16).
“Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra
 en la cual entrarás para tomarla, y haya echado de delante de ti a 
muchas naciones, al heteo, al gergeseo, al amorreo, al cananeo, al 
ferezeo, al heveo y al jebuseo, siete naciones mayores y más poderosas 
que tú, y Jehová tu Dios las haya entregado delante de ti, y las hayas 
derrotado, las destruirás del todo; no harás con ellas alianza, ni 
tendrás de ellas misericordia. Y no emparentarás con ellas; no darás tu 
hija a su hijo, ni tomarás a su hija para tu hijo. Porque desviará a tu 
hijo de en pos de mí, y servirán a dioses ajenos; y el furor de Jehová 
se encenderá sobre vosotros, y te destruirá pronot. Mas así habéis de 
hacer con ellos: sus altares destruiréis, y quebraréis sus estatuas, y 
destruiréis sus imágenes de Asera, y quemaréis sus esculturas en el 
fuego” (Deuteronomio 7:1-5).
“Y consumirás a todos los pueblos que te da Jehová tu 
Dios; no los perdonará tu ojo, ni servirás a sus dioses, porque te será 
tropiezo” (Deuteronomio 7:16; ver también 20:16-18).
Dios le indicó a Abraham que sus descendientes 
serían perseguidos en Egipto, durante 400 años (aunque Dios no nombró el
 lugar) y después Él les llevaría a poseer la tierra. La razón por la 
demora, por lo menos en parte, fue permitir la iniquidad de los 
amorreos. Los israelitas debían ser el instrumento de la ira de Dios 
hacia estos cananeos. No debían mostrar misericordia. Deberían impedir 
que vivieran. Esto fue para el propio beneficio de Israel. Si se les 
permitía vivir, con toda certeza se casarían con los israelitas y les 
enseñarían a pecar, duplicando aquellos pecados por los que Dios estaba 
derramando Su ira sobre ellos.
Con frecuencia, en el Antiguo Testamento Israel 
experimentó la ira de Dios, como asimismo los gentiles. Pero hay varios 
textos en el Antiguo Testamento que hablan de una ira venidera incluso 
mayor que la que se había visto hasta ese momento:
“Aullad, porque cerca está el día de Jehová; vendrá 
como asolamiento del Todopoderoso. Por tanto, toda mano se debilitará, y
 desfallecerá todo corazón de hombre, y se llenarán de terror; angustias
 y dolores se apoderarán de ellos; tendrán dolores como mujer de parto; 
se asombrará cada cual al mirar a su compañero; sus rostros, rostros de 
llamas. He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y 
ardor de ira, para convertir la tierra en soledad, y raer de ella a sus 
pecadores. Por lo cual las estrellas de los cielos y sus luceros no 
darán su luz; y el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no dará su 
resplandor. Y castigare al mundo or su maldad, y a los impíos por su 
iniquidad, y haré que cese la arrogancia de los soberbios, y abatiré la 
altivez de los fuertes. Haré más precioso que el oro fino al varón, y 
más que oro de Ofir al hombre. Porque haré estremecer los cielos, y la 
tierra se moverá de su lugar, en la indignación de Jehová de los 
ejércitos, y en el día del ardor de su ira. Y como gacela perseguida, y 
como oveja sin pastor, cada cual mirará hacia su pueblo, y cada uno 
huirá a su tierra. Cualquiera que sea hallado será alanceado; y 
cualquiera que por ellos sea tomado, caerá a espada. Sus niños serán 
estrellados delante de ellos; sus casas serán saqueadas, y violadas sus 
mujeres” (Isaías 13:6-16).
Si es usted un estudioso de las Escrituras, deberá 
haber notado que este gran oráculo de maldición está pronunciado en 
contra de Babilonia, sobre la cual “el día del Señor” vendrá. 
Podría parecer que esta profecía se cumple en los tiempos del Nuevo 
Testamento. Babilonia es juzgada por el celo con el cual esta nación 
castigó a la nación de Israel. Aún así, este juicio inminente sobre 
Babilonia, no es sino una sombra del gran “día del Señor”, que es el futuro para la nación de Israel y para todas las naciones que se han rebelado en contra de Dios.
La Ira de Dios en el Nuevo Testamento
Aquellos que aceptan que Dios es un Dios de ira, a 
veces están ansiosos por ver la ira de Dios como un asunto 
principalmente del Antiguo Testamento y que ya no es una amenaza para 
nuestros días. Quieren pensar que con la venida de nuestro Señor 
Jesucristo, el tema de la ira es en gran manera un asunto de la 
historia. Pero no es así.
Por cuanto Juan el Bautista fue el último de los 
profetas del Antiguo Testamento, casi esperamos que hable de la ira 
divina. Pero cuando Juan habló de la ira que vendría, lo hizo en 
relación con la venida de Cristo. De acuerdo a la enseñanza de Juan, la 
ira divina estaba relacionada con la venida del Mesías, de dos formas: Primero, habló del Mesías que venía a experimentar la ira de Dios. Segundo, habló del Mesías como Aquel que ejecutaría la ira de Dios.
Jesús, el Mesías: El que Experimentaría la Ira de Dios
Cuando Juan el Bautista vio por primera vez a Jesús y
 lo reconoció como el Mesías, habló de Él como “el que cargaba el 
pecado” y quien debería experimentar la ira de Dios como el “Cordero de Dios”.
“El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y 
dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 
1:29).
La expresión: “Cordero de Dios”, a la que Juan se refiere tiene un fuerte respaldo en el Antiguo Testamento. Tenemos el “Cordero de la Pascua”,
 sacrificado en tiempos del éxodo de Israel desde Egipto (Éxodo 12), que
 fue un prototipo de nuestro Señor (ver 1ª Corintios 5:7). Tenemos otros
 sacrificios de corderos que fueron parte de la adoración de Israel (ver
 Génesis 22:8; Éxodo 13:13; 29:39-41; Levítico 3:7; etc.). En 
particular, tenemos el “Cordero de Dios”, descrito por Isaías que hace una clara referencia al Mesías, el Señor Jesucristo:
“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió 
nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y
 abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros
 pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos 
nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual
 se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos 
nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue 
llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, 
enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado; y su
 generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los 
vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido” (Isaías 53:4-8).
“Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a
 padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, 
verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su 
mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará 
satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y 
llevará las iniquidades de ellos” (Isaías 53:10-11).
Esta profecía habla del sufrimiento del Mesías como 
el que lleva todo el pecado; Aquel en quien se depositan todos los 
pecados del mundo y por lo tanto, en quien se derrama la ira de Dios. 
Esto nos permite comprender porqué nuestro Señor estaba tan preocupado 
al saber que el tiempo de Su sufrimiento y muerte estaba cerca.
“Ahora está turbada mi alma; ¿y qué dice? ¿Padre, 
sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, 
glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado,
 y lo glorificaré otra vez. Y la multitud que estaba allí, y había oído 
la voz, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha 
hablado. Respondió Jesús y dijo: No ha venido esta voz por causa mía, 
sino por causa de vosotros. Ahora es el juicio de este mundo; ahora el 
príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la
 tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a entender de 
qué muerte iba a morir” (Juan 12:27-32).
Aquí tenemos la razón de por qué el Señor pudo decir en el jardín de Getsemaní: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte...! (Mateo 26:38) y por qué Lucas pudo contarnos que el sudor de nuestro Señor en el Jardín, fue “como gotas de sangre”
 (Lucas 22:44). ¿Quién más que nuestro Señor conocía la ira de Dios por 
el pecado y los pecadores? Aún así, fue obediente a la voluntad del 
Padre: sufrir por esa ira en el lugar que le correspondía al pecador.
El mayor sufrimiento de nuestro Señor se evidenció 
debido a que fue el objeto de la ira del Padre. La mayor agonía de 
nuestro Señor, se observa en las palabras registradas en la profecía 
mesiánica del Salmo 22 y después expresadas por Él mismo mientras estaba
 en la cruz:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Salmo 22:1; Mateo 27:46).
Una de las verdades más hermosas de la Biblia para el pecador que merece la ira de Dios, se resume en el término teológico: propiciación. La propiciación habla de la santificación de la santa ira de Dios.
“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, 
mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como 
propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su 
justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados
 pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de
 que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” 
(Romanos 3:24-26).
“Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no 
solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1ª 
Juan 2:2).
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos 
amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en 
propiciación por nuestros pecados” (1ª Juan 4:10).
En un capítulo titulado “El Corazón del Evangelio”, 
J.I. Packer dice lo siguiente acerca de la propiciación en el contexto 
de sus comentarios sobre la enseñanza de Pablo en Romanos 3 y 5:
“La ira de Dios hacia nosotros, tanto presente como la 
venidera, se ha extinguido. ¿Cómo fue esto? Por medio de la muerte de 
Cristo. “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la
 muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por
 su vida” (Romanos 5:10). La ‘sangre’ —esto es, la muerte sacrificial— 
de Jesucristo, abolió la ira de Dios hacia nosotros y nos asegura que el
 tratamiento que Él tendrá con nosotros para siempre, será propicio y 
favorable. De aquí en adelante, en lugar de mostrarse Él en contra 
nuestra, se mostrará a Sí mismo favorable en nuestra vida y experiencia.
 Entonces, ¿qué expresa la palabra ‘propiciación... por Su sangre? En el
 contexto del argumento de Pablo, expresa precisamente este pensamiento:
 que por Su muerte sacrificial por nuestros pecados, Cristo pacificó la 
ira de Dios”.40 
La propiciación significa que la ira de Dios ha sido
 apaciguada por todos los que han confiado en Jesucristo. Las buenas 
nuevas del evangelio, es que aquellos que han puesto su fe en el Señor 
Jesús como el “Cordero de Dios”, ya no están bajo la sentencia de la ira divina:
“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos 
en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo,
 siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la 
potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de 
desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro 
tiempo en los deseos de nuestra carne de los pensamientos, y éramos por 
naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico 
en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aún estando nosotros 
muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois 
salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en
 los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos 
venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con 
nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la 
fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que 
nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para
 buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos
 en ellas” (Efesios 2:1-10).
“Porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en 
que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para 
servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al 
cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira 
venidera” (1ª Tesalonicenses 1:9-10).
“Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para 
alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1ª 
Tesalonicenses 5:9).
Jesús el Mesías: El que Ejecuta la Ira Divina
Juan el Bautista fue el último profeta del Antiguo 
Testamento y el que tuvo el privilegio de presentar a Jesús como el 
Mesías de Israel. Cuando Juan habló del Mesías que vendría, habló del 
que vendría como Aquel que ejecutaría la ira divina:
“Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la 
provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el 
Jordán, confesando sus pecados. Al ver él que muchos de los fariseos y 
de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras!
 ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haces, pues, frutos dignos 
de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A 
Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar 
hijos de Abraham aún de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta
 a la raíz de los árboles; por lo tanto, todo árbol que no de buen fruto
 es cortado y echado en el fuego. Yo a la verdad os bautizo en agua para
 arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy 
digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu 
Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y 
recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se
 apagará” (Mateo 3:5-12).
Aún cuando el propósito principal de la venida de 
nuestro Señor, no era ejecutar la ira de Dios, Jesús manifestó ira (la 
de Dios), en varias ocasiones. Se enojó por la forma en que los líderes 
religiosos judíos habían comercializado la adoración en el templo, por 
lo que Él sacó a los cambistas de ese lugar, tanto en el principio de Su
 ministerio público (Juan 2:13-17) como al final (Mateo 21:12-13). 
También tuvo algunas palabras muy severas de reproche para los escribas y
 fariseos. Las ‘maldiciones’ de este texto, son una manifestación de la 
ira divina:
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! 
Porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los 
monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días de 
nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los 
profetas. Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois 
hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros también llenad 
la medida de vuestros padres! ¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo 
escaparéis de la condenación del infierno? Por tanto, he aquí yo os 
envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y 
crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis
 de ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa
 que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo 
hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre 
el templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta 
generación. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a
 los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como 
la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He 
aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora 
no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del 
Señor” (Mateo 23:28-39).
Hay algo especialmente significativo con relación a 
las palabras de Jesús en estos versículos, que nunca había notado 
anteriormente. Los hombres no sólo serán el objeto de la ira de Dios por
 su propio pecado al rechazar a Cristo como el Mesías, sino que también 
serán culpables de los pecados de sus antecesores. ¿Cómo es esto? Los 
santos del Antiguo Testamento, esperaban la venida del Mesías a través 
de quien Dios expiaría el pecado (ver Juan 8:56). Los profetas del 
Antiguo Testamento hablaron de la venida del Mesías (ver Deuteronomio 
18:15; Isaías 52:13-53-12; Malaquías 4). Los escribas y fariseos decían 
honrar a estos santos de la antigüedad y sin embargo, negaban a Aquel en
 quien los santos depositaban su fe. Es así que aquellos que rechazan a 
Cristo como el Mesías, se disocian de los santos de la antigüedad y se 
identifican con los que rechazaron, persiguieron y mataron a los santos y
 profetas de la antigüedad. Al rechazar a Jesús como el Mesías, se 
identifican con los que mataron a los justos y así se hicieron culpables
 tanto de los pecados pasados de los judíos incrédulos como de los 
propios. Aquí tenemos un pensamiento digno de reflexión.
Jesús advirtió a quienes se inclinaban a juzgar en 
base a las apariencias externas (Lucas 16:15). Les sugiere que no 
consideren todas las calamidades terrenales como manifestación de la ira
 divina y de que aquellos que sufren demasiado deben ser culpables de 
grandes pecados:
“En este mismo tiempo estaban allí algunos que le 
contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilatos había mezclado con 
los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que 
estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que 
todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos 
pereceréis igualmente” (Lucas 13:1-5)
Los desastres no son necesariamente manifestaciones 
de la ira divina (a no ser que se especifique como tal), de la misma 
manera que la prosperidad no debe interpretarse como una prueba de la 
piedad. Los sufrimientos de los hombres en esta vida, no son 
necesariamente proporcionales a sus bendiciones o a sus sufrimientos en 
la eternidad, tal como lo deja claramente establecido, la historia del 
hombre rico y de Lázaro.
“Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la 
abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lea 
entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. El que 
esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su casa; y el que 
esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa. Mas, ¡ay de las 
que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que
 vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo; porque habrá 
entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del 
mundo hasta ahora, ni la habrá, Y si aquellos días no fuesen acortados, 
nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán 
acortados” (Mateo 24:15:22).
“Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi 
señor tarda en venir; y comenzare a golpear a sus consiervos, y aun a 
comer y a beber con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo en un
 día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará 
duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el
 crujir de dientes” (Mateo 24:48-51; ver también el Capítulo 25).
“Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, 
sabed entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estén en 
Judea, huyan a los montes; y los que en medio de ella, váyanse; y los 
que estén en los campos, no entren en ella. Porque estos son días de 
retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas. Mas
 ¡ay de las que están encintas, y de las que críen en aquellos días! 
porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo. Y 
caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones;
 y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los
 gentiles se cumplan. Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en 
las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a 
causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por 
el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; 
porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces verán al 
Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria. Cuando 
estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, 
porque vuestra redención está cerca” (Lucas 21:20-28).
Esta gran ira futura de Dios es necesaria y cierta, 
debido a los hombres rechazan la provisión que Dios ha hecho para los 
pecadores en la muerte sacrificial de Cristo en el Calvario:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a 
su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
 tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para 
condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él
 cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, 
porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es 
la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las 
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que
 hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras 
no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para 
que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Juan 3:16-21).
“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que 
rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está 
sobre él” (Juan 3:36).
La solución al problema del pecado y al juicio, es 
el arrepentimiento, reconocer el pecado de cada uno confiar en el Señor 
Jesucristo quien ha recibido la ira de Dios en lugar del pecador.
“Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado
 por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer. Así 
que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; 
para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él 
envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es 
necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de 
todas las cosas, de que habó Dios por boca de sus santos profetas que 
han sido desde tiempo antiguo. Porque Moisés dijo a los padres: El señor
 vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a 
mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga
 a aquel profeta, será desarraigada del pueblo” (Hechos 3:18-23).
Si los hombres desean evitar la ira de Dios, deben 
arrepentirse y confiar en el que llevó la ira de Dios en el monte 
Calvario. Los que rechazan la provisión de Dios para el perdón y 
salvación, deberán enfrentar la ira de Dios, un juicio mucho más grande 
que el que se ha visto nunca. Esta es la ira de la cual habla el Libro 
del Apocalipsis:
“Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un 
gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna 
se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la 
tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudido por un 
fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se 
enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de
 la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y 
todo siervo todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas 
de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros,
 y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de
 la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién 
podrá sostenerse en pie?” (Apocalipsis 6:12-17).
“Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete 
ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de 
Dios. Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino un 
úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la 
bestia, y que adoraban su imagen. El segundo ángel derramó su copa sobre
 el mar, y éste se convirtió en sangre como de muerto; y murió todo ser 
vivo que había en el mar. El tercer ángel derramó su copa sobre los 
ríos, y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre. Y 
oí al ángel de las aguas, que decía: Justo eres tú, oh Señor, el que 
eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas. Por cuanto 
derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has
 dado a beber sangre; pues lo merecen. También oí a otros, que desde el 
altar decía: Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son 
verdaderos y justos. El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al 
cual fue dado quemar a los hombres con fuego. Y los hombres se quemaron 
con el gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder 
sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria. El quinto 
ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia; y su reino se cubrió 
de tinieblas, y mordían de dolor sus lenguas, y blasfemaron contra el 
Dios del cielo por sus dolores y por sus úlceras, y no se arrepintieron 
de sus obras” (Apocalipsis 16:1-11).
“Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo 
blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia 
juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza 
muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él 
mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: El 
Verbo de Dios. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, 
blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una 
espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con 
vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del 
Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este 
nombre: Rey de reyes y Señor de señores” (Apocalipsis 19:11-16).
La ira de Dios con los impíos es grande. Los hombres
 la merecen. Y no hay escapatoria. Los hombres saben que la ira que cae 
sobre ellos, viene de Dios; un juicio sobre sus pecados. Y aún así, 
nadie se arrepiente. El tiempo para arrepentirse, ya pasó. Aquellos que 
eligieron rechazar el sacrificio de Cristo por sus pecados, ahora deben 
ser juzgados según sus obras. Es un sino terrible; pero es el que estos 
pecadores merecen absolutamente. La ira divina no es sólo un fenómeno 
del Antiguo Testamente; es una certeza de profecía bíblica. A los 
hombres se les conmina a tener prisa y a arrepentirse mientras todavía 
haya tiempo para escapar de la ira de Dios, teniendo fe en Cristo.
“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de 
vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y 
recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
“Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de 
esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se 
arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al 
mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos 
con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17:30-31).
Conclusión
Deducciones de la Ira Divina
La deducción más obvia de la doctrina bíblica de la 
ira divina, es que los pecadores necesitan arrepentirse de su pecado en 
forma desesperada y depositar su fe en Cristo, quien recibió la ira de 
Dios por sus pecados en el Calvario. Permítanmelo hacerlo más personal. 
Sus pecados, ¿han sido perdonados o su destino es sucumbir ante la ira 
de Dios? La solución es tan simple como reconocer su pecado en confiar 
en la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo en su lugar.
“Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas 
en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a 
Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a 
Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la 
palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que 
predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y 
creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 
Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se 
confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él 
creyere, no será avergonzado” (Romanos 10:6-11).
Una vez que hemos puesto nuestra fe en Jesucristo para nuestra salvación, tenemos esto para confiar:
“Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:9).
La doctrina bíblica de la ira de Dios, debe ser una 
motivación para evangelizar; advertir a los perdidos de la inminente ira
 de Dios e instarlos a ser salvos.
“Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, 
estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que
 está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los 
salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las 
Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el 
Cristo padeciese, y resucitase delos muertos al tercer día; y que se 
predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en 
todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:44-47).
“Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a 
los hombres; pero a Dios le es manifiesto lo que somos; y espero que 
también lo sea a vuestras conciencias” (2ª Corintios 5:11).
“A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvado, 
arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, 
aborreciendo aún la ropa contaminada por su carne” (Judas 1:22-23).
Al evangelizar, no tratemos de hacer lo que algunos 
hacen: mostrar el evangelio más agradable. No evitemos los aspectos 
negativos del evangelio. Proclamemos el evangelio en su totalidad, 
buscando más agradar a Dios que a los hombres (ver 2ª Corintios 2:14-17;
 4:1-2; 5:11; Gálatas 1:6-10). Sabemos que Él prometió “convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio”
 (Juan 16:8-11) y de esta manera enfocar nuestro mensaje en el pecado, 
en la justicia y en el juicio, tal como lo hizo Pablo (ver Hechos 
17:30-31; 24:25).
La doctrina de la ira de Dios es un incentivo para 
que los cristianos vivan una vida santa. Nuestro máximo deseo debería 
ser agradar a Dios (ver 2ª Corintios 5:9) y esto lo podremos hacer en la
 medida que nuestro objetivo sea la santidad y alejarnos del pecado:
“Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aún
 se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras 
deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes 
bien acciones de gracias. Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o 
inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y
 de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas 
viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia” (Efesios 5:3-7).
“Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos 
que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os
 llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de 
vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. Y si 
invocáis al Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la 
obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra 
peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera 
de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas 
corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, 
como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1ª Pedro 1:14-19).
“Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; 
en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos 
ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán 
quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no 
debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y 
apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, 
encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se 
fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y 
tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por lo cual, oh amados, 
estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados 
por él sin mancha e irreprensibles, en paz” (2ª Pedro 3:10-14).
La ira de Dios es un recordatorio de Su santidad y 
una medida del odio que siente Dios por el pecado. La ira de Dios es 
vertida sobre los impíos que la provocan. La inmensidad de la ira de 
Dios hacia el pecado, es un índice de Su santo odio por el pecado. 
Nosotros también debiéramos sentir lo mismo.
La ira de Dios debiera hacernos sentir incómodos frente
 al pecado. Además, nunca debiéramos olvidar que nuestro pecado tuvo 
como resultado el sufrimiento y la agonía de nuestro Señor en quien Dios
 derramó Su ira. Pensar livianamente sobre el pecado, es considerar 
livianamente el sufrimiento de Cristo. Pecar voluntariamente, es llegar 
peligrosamente cerca de crucificar nuevamente al Hijo de Dios (Hebreos 
6:6).
La doctrina de la ira de Dios, nos instruye en que 
no debemos rozar a los impíos. Mientras ellos aparentemente se sienten 
bien en su maldad, están cayendo bajo la ira de Dios.
“Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para 
mí. Hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de 
ellos. Ciertamente los has puesto en deslizadores; en asolamientos los 
harás caer. ¡Cómo han sido asolados de repente! Perecieron, se 
consumieron de terrores. Como sueño del que despierta, así, Señor, 
cuando despertares, menospreciarás su apariencia” (Salmo 73:16-20).
“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno 
delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de 
vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros 
mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito 
está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu 
enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; 
pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas
 vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:17-21).
“Sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y 
reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio” (2ª 
Pedro 2:9).
Tomemos seriamente la doctrina de la ira de Dios. No
 seamos negligentes con ella ni la escondamos. Mirémosla como una parte 
de la bondad y de la gloria de Dios. Que esta doctrina de la ira de 
Dios, sea un incentivo para el evangelismo y para la proclamación de la 
pureza del evangelio, que incluye el pecado, la justicia y el juicio. 
Para la gloria de Dios y para nuestro bien, que esta doctrina sea la 
base para una vida santa para todos nosotros.
“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual 
nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la 
gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por 
ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario o 
profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. 
Porque ya sabéis que aún después, deseando heredar la bendición, fue 
desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la 
procuró con lágrimas. Porque no os habéis acercado el monte que se podía
 palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la 
tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los
 que la oyeron rogaron que no se les hablase más, porque no podían 
soportar lo que se ordenaba: Si aún una bestia tocare el monte, será 
apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se veía, que 
Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; sino que os habéis acercado al
 monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la 
compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los 
primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos,
 a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del
 nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel. 
Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparan aquellos que
 desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si
 desecháremos al que amonesta desde los cielos. La voz del cual conmovió
 entonces la tierra, pero ahora ha prometido diciendo: Aún una vez, y 
conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo. Y esta frase: 
Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas 
hechas, para que queden las inconmovibles. Así que, recibiendo nosotros 
un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a 
Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego 
consumidor” (Hebreos 12:14-29).
Apéndice 
Características de la Ira Divina
(1) La ira divina es muy diferente de la ira del hombre (Santiago 1:20)
(2) La ira de Dios, siempre está de acuerdo con los 
estándares establecidos en la Escritura para el comportamiento del 
hombre y de las advertencias que Dios ha dado a la desobediencia 
(Deuteronomio 29:26-28; 30:15-20; 2 Samuel 12:9-10; 2 Reyes 22:10-13; 24:2; 2 Crónicas 19:8-10; 34:18-28; 36:15-16; Jeremías 22:11-12; 44:2-6).
(3) La ira de Dios está de acuerdo con las obras de los 
hombres. La ira de Dios está siempre en proporción directa con el pecado
 del hombre. (Salmo 28:4; Isaías 59:18; Jeremías 17:10; 25:14; Ezequiel 
20:44; 24:14; 36-19).
(4) La ira de Dios es lenta y controlada; no es repentina ni explosiva. (Éxodo 34:6; Números 14:18).
(5) La ira de Dios viene después de la advertencia de 
juicio (ver por ejemplo, las advertencias dadas a los hombres en los 
días de Noé [Génesis 6-9] y en los días de Sodoma y Gomorra [Génesis 19]
 y en todo el Antiguo Testamento, por medio de los profetas).
(6) La ira de Dios siempre es provocada por el pecado del hombre (Deuteronomio 4:25; 9:18; Jeremías 25:6-7; 32:32)
(7) La ira de Dios no se ejercita en el pecado, sino en la justicia (Romanos 2:5; Santiago 1:19-20)
34  “Despedida de los motoristas a los co-fundadores de la pandilla Bandido”, The Dallas Morning News, Abril 17, 1994, p. 12D.
35  A.W. Pink, The Attributes of God, (Swengel Pa.: Reiner Publications, 1968 [Reprint]), p.75.
36  Ibid, p.75.
37  Ibid., p. 75.
38  Ibid., p. 76.
39  J.I. Packer, Knowing God (Downers Grove, Illinois: Inter-Varsity Press, 1973), p. 134.
40  Ibid. P. 165.
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