*Conciencia y seguimiento
de Cristo*
La conciencia, facultad moral del hombre, es, junto con el
conocimiento y la libertad, la base y la fuente subjetiva del bien: es ella la
que nos amonesta a la práctica del bien. La claridad y delicadeza de la
conciencia muestra la elevación moral del hombre. Los remordimientos con que
delata su íntima presencia en el alma después de
la pérdida de la virtud, después del pecado,
muestran por lo menos el valor moral pasado y la potencialidad que aún le queda
para futuros valores.
Gracias a la conciencia, el llamamiento con que Cristo nos
llama a su seguimiento encuentra un eco interior, un órgano que capta este
llamamiento (merced a la gracia). Es en
la conciencia donde el hombre siente claramente que todo su ser está
ligado con Cristo. Se aviva e ilumina
la conciencia en el seguimiento de Cristo. Aún
podría decirse que la conciencia no tiene palabra propia. La palabra de Cristo
(revelación natural, revelación sobrenatural, llamamiento de la gracia)
se hace llamamiento mediante la voz de la conciencia. De por sí la conciencia es
un cirio sin luz : Cristo es quien le comunica luz, y por ella alumbra e
ilumina.
a) La conciencia en la
persuasión universal
En todos los
pueblos ha existido la convicción de que el hombre posee un órgano para oír la
voz de. Dios. No es la conciencia la buena voluntad, puesto que su voz se
hace oír aun cuando la voluntad ha rechazado la luz de la razón. Ni es
simplemente la voz de la virtud que viene del exterior. Es más bien una
amonestación que cada uno siente en su
propio pecho y que llama de parte de Dios y que encadena al bien, aun cuando
quisiera uno escaparse. Tanto los
pueblos primitivos como los civilizados hablan de la conciencia. Sócrates habla
del daimonion que aconseja el bien. Los hombres de cultura adelantada,
más vueltos hacia la observación de sí mismos que a la realidad objetiva y
externa, la llaman facultad del alma y
dan de ella una explicación
psicológica. Los pueblos primitivos, que contemplan el mundo objetivo más
irreflexivamente que nosotros, no hablan de facultad subjetiva, sino
simplemente de la voz que los llama, de Dios que mora en ellos, de Dios que los
amonesta, de los espíritus vengadores que no dejan en paz al culpable
hasta que no haya expiado su falta.