GANAR TODO EL MUNDO Y PERDER EL ALMA
“Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?”
(Mt 16:26)
Lo más importante en la vida de la iglesia es seguir al Señor, lo que
implica negarnos a nosotros mismos y tomar la cruz. Si queremos entrar
en el reino de los cielos, necesitamos cumplir este requisito. No
podemos llevar nuestra vida natural al reino de los cielos. Para que la
vida de Dios crezca en nosotros, Él nos colocó en la iglesia. El Señor
nos introdujo en la vida de la iglesia a fin de que tengamos la
oportunidad de negar la vida del alma.
En la vida de la iglesia tenemos muchas oportunidades para crecer
espiritualmente. Ella nos proporciona un excelente ambiente para
ejercitar nuestro espíritu, renunciar a nuestra vida del alma y permitir
que la vida divina crezca en nosotros. Cuanto más negamos nuestra vida
del alma eso determinará la medida en que la vida de Dios será añadida a
nosotros. Si estamos llenos de nuestra vida del alma, la vida de Dios
no encontrará espacio para crecer.
Dios desea salvarnos completamente, por eso Él preparó una salvación
completa para alcanzar todo nuestro ser tripartito: espíritu, alma y
cuerpo. La salvación de nuestro espíritu sucedió cuando fuimos salvos al
creer en el Señor Jesús (Jn 1:12; 3:6). Eso fue hecho por el Señor
Jesús en Su primera venida. La salvación de nuestro cuerpo sucederá
cuando Él vuelva por segunda vez, es decir, cuando suene la última
trompeta. Este cuerpo mortal llegará a ser un cuerpo de resurrección.
Aunque hoy tengamos un cuerpo corruptible, en aquel día, en el futuro,
obtendremos un cuerpo incorruptible, resucitado (1 Co 15:51-55). Así
venceremos todo poder de atracción de Satanás (v. 56) y podremos ir
hasta Dios. Esto se refiere a la redención de nuestro cuerpo.
La salvación del alma es de nuestra responsabilidad y depende de
nuestra cooperación con el Señor. Para que estemos en el futuro en la
manifestación del reino de los cielos, necesitamos que la vida de Dios
crezca y madure en nosotros. También necesitamos que la naturaleza
divina se desarrolle al punto de que lleguemos a ser como Dios es, en
vida y naturaleza, pero sin la Deidad. Para eso es que tenemos la vida
de la iglesia, donde podemos negarnos a nosotros mismos y obtener el fin
de nuestra fe: la salvación de nuestra alma (1 P 1:9).
En Mateo 16:26 leemos: "Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare
todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por
su alma?". Muchas verdades que aprendimos vinieron de un grupo
denominado Hermanos Unidos. Este versículo, por ejemplo, era aplicado
por ellos a las personas ambiciosas, que anhelaban ganar mucho dinero.
Cuando yo tenía un poco más de treinta años, trabajaba en el ramo del
comercio y de la industria. En aquella época yo vivía en Taipei, capital
de Taiwán, e importaba productos a Japón, por eso viajaba mucho. Como
la mayoría de los miembros de mi familia se había convertido al Señor,
después de uno de esos viajes ellos esperaban para que yo, juntamente
con ellos, fuese bautizado. Cierto día, ni bien llegué de viaje, mi
hermano mayor me llevó del aeropuerto directo al local de reuniones de
la iglesia, para que oyese la Palabra y consecuentemente, me decidiera
por el bautismo. En aquella reunión, no entendí nada de lo que fue
hablado. Al final, uno de los hermanos vino a mi y me dijo que yo tenía
pecado; lo refuté diciéndole que era él quien tenía pecado. En mi
concepto el pecado se refería a los actos pecaminosos groseros. Como
intentábamos seguir las enseñanzas de Confucio, intentábamos guardar los
principios de la moralidad y de la ética. Mi hermano se entristeció y
pensó que no había la posibilidad de que yo fuese salvo, sin embargo, me
llevó una vez más al local de reuniones para que yo pudiese oír
nuevamente la palabra de Dios. Ese día un hermano leyó Mateo 16:26 e
interpretó el texto de la siguiente manera: "¿Qué aprovechará el hombre
si ganare mucho dinero y perdiere su alma?". Como yo pensaba que perder
el alma, significaba morir, me quedé convencido y dije: "Sí, es
correcto, si yo muero, ¿Dónde irá mi riqueza?" Esta fue la base para que
yo fuese bautizado pues estaba de acuerdo con ese versículo.
Pero, cuando estudiábamos las epístolas de Pedro, percibimos que Mateo
16 tiene una total relación con Pedro. Al volver a leer ese versículo,
mi interior fue iluminado. Percibí que ese texto no se refiere a ganar
dinero, sino a aquellos que viven por medio de la vida del alma y que
ambicionan tener una obra de grandes proporciones, algo que alcance todo
el mundo.
¡Gracias al Señor! pues fuimos iluminados y corregidos para realizar la
obra del Señor en el espíritu, sin desear tener algún mérito o
reconocimiento. ¿De qué vale que ganemos todo el mundo, estableciendo
iglesias en toda la tierra, si nuestra alma aún permanece intacta?
Debemos abrirnos al Señor hoy, negar nuestra vida del alma para que al
llegar al juicio del tribunal de Cristo, no seamos descalificados para
el reino.