*Lo que siembras recojes es "milagro"
Un forastero llegó un día a un pueblo. Nadie quiso recibir al desconocido
hasta que una mujer le ofreció algo para comer y un vaso de leche.
Pasaron los años y esa mujer se enfermó del corazón. En un hospital la
operaron y salió todo bien. La mujer no tenía dinero ni una obra social
que se hiciera cargo del costo de la operación.
*Lo que siembras recojes "es milagro"
Pero al recibir la factura, leyó: “La operación fue exitosa, felicitaciones. El costo ya fue pagado, hace 22 años, con un plato de comida y un vaso de leche”.
*Lo que siembras recojes "es milagro"
Pero al recibir la factura, leyó: “La operación fue exitosa, felicitaciones. El costo ya fue pagado, hace 22 años, con un plato de comida y un vaso de leche”.
Esta señora tuvo el deseo de ayudar a ese joven, y por esa actitud recibió una bendición inesperada, un verdadero milagro.
Había una mujer conocida como la
Sunamita, ella vivía en una ciudad llamada Sunem, que estaba en el
camino entre Samaria y Carmel, un camino que Eliseo el profeta
frecuentaba. Ella era una mujer importante, no tenía necesidades
económicas, y también tenía un corazón sensible, porque siempre invitaba
a comer a su casa al profeta, ella veía en él algo especial, percibía
que era un ungido de Dios. Por eso se sentía complacida al recibirlo en
su casa. Y un día le pidió al marido que le construyese a Eliseo un
lugar para que cuando pasara por allí, no sólo se quedase a comer sino
también pudiera descansar cómodamente. Le dijo a su esposo: “pongamos
allí la cama, la mesa, la silla y el candelero…” o sea ella quería que a
la habitación no le faltase nada, era detallista. Ante tanta solicitud,
Eliseo mandó a su criado que le pregunte en qué podrían bendecirla, le
ofreció sus servicios en la corte del rey; pero ella no quiso pedirle
nada, solamente respondió que lo pasaba suficientemente bien en medio de
su pueblo. Fue una respuesta un tanto orgullosa, ya que ella tenía
deseos profundos en su corazón, sin embargo, no se los quiso descubrir
al profeta. Esto me hace pensar que cualquiera de nosotros, podemos
reconocer en otros siervos la unción, pero jamás nos acercaríamos a que
oren por nosotros o a pedirles algo especial. No hay que luchar
con las conexiones divinas; Si estamos en una posición en la cual
necesitamos de la asistencia divina, hay que clamar al Señor para que
nos envíe a alguien que nos ayude. Podría haber personas en nuestra vida
que están dispuestas a traer sanidad y liberación para nosotros. Sin
embargo, debemos estar dispuestos a someternos, como lo hizo Saulo (el
apóstol Pablo), al ministerio de otras personas.