La familia es el núcleo de la sociedad. Es una afirmación que acompaña a las numerosas comunidades del mundo. Cada familia es distinta y más aún cuando de regiones se trata. Estudiar el comportamiento de éstas y la forma como surgen las relaciones en su interior, requieren de una actividad de observación y recolección de datos extensa. No obstante, se han hecho estudios previos de los cuales se pueden analizar los datos y determinar las características de ciertas familias.
Desde esta columna sigo en la terca intención de llamar la atención a los padres de familia venezolanos sobre la necesidad de cohesionar el núcleo familiar, para que haya más control, rigurosidad y menos permisividad en la crianza de los hijos, para evitar esas fatales dolencias cada vez que mueren jóvenes en accidentes de tránsito, como consecuencia del consumo excesivo de alcohol.
Hoy, desde este ejercicio de escritura insistiré en la necesidad de fundamentar el progreso de nuestro tejido social a partir del rescate de la familia como el núcleo fundamental de progreso en nuestro país. En medio de esta crisis de valores, donde los factores de corrupción, violencia, pero sobre todo de indiferencia hacia lo que afecta a los demás, permean sobre la conciencia colectiva de nuestras regiones, es necesario volver la mirada hacia la familia como institución social suprema.
El núcleo familiar ha estado sujeto a variaciones, sin que por ello se pueda renunciar a su importancia como eje estructurador de identidad. De la familia tradicional, compuesta por la unión entre el hombre y la mujer, en la que el primero figuraba y actuaba como la cabeza o representación del hogar, se ha pasado a las familias matriarcales compuestas por la figura femenina, quien por la misma dinámica moderna terminó asumiendo los dos roles.
Incluso, hay familias que aunque el padre y la madre cohabiten, han terminado cediendo la crianza de sus hijos a terceros, para darle paso a la generación de los criados por las guarderías o a las empleadas del servicio doméstico debido a factores laborales que han terminado por alejar del hogar al padre y a la madre como única medida para alcanzar estabilidad económica y con ella asegurar la crianza de los hijos.
Quienes pertenecen a esa generación, deben reconocer la existencia de excelentes nanas o niñeras, quienes han formado personas de bien, sin embargo, el costo es alto, en la medida en que se ha ido deteriorando el concepto de familia, pues la ausencia de los padres es suplida por prebendas económicas que se convierten en chantaje afectivo como forma de resarcir el daño ante el abandono.
Frente al fenómeno de la modernidad, la televisión, los videos juegos y la Internet, entre otros, han terminado fragmentando más el concepto de familia, unido a la obsesión por el trabajo de alguno de sus miembros, quien termina ahondando la brecha comunicativa entre esposos, entre padres e hijos y a veces entre hermanos, quienes reconocen en estos adelantos tecnológicos mejor compañía que la filial.
La mesa, lugar de encuentro familiar alrededor de la comida, ha sido reemplazada por la habitación en el que cada miembro tiene su televisor, y desde allí ha logrado construir la isla que lo mantiene distraído. A falta de dirección en el hogar, la televisión por ejemplo, ha terminado por fragmentar la unidad familiar, incluso ha eliminado los espacios de autoconstrucción del ser ejercidos por la búsqueda de los silencios.
Ella ha permeado tanto en la intimidad de la gente, que de estar en una sala donde toda la familia se congregaba para disfrutarla, este revolucionario aparato entró en cada habitación, en la que cada miembro se aisló para acompañarse de él y alejarse de los demás
Nuestra sociedad venezolana sigue resquebrajándose sin que asumamos una actitud de resistencia ante la modernidad que nos asiste. Aún así seguimos anhelando el regreso del diálogo, de la cátedra de urbanidad, de valores, para que vuelva a instituir en la conciencia de la ciudadanía el respeto por la unidad, por la vida, por Dios; actitudes que se desprenden del hogar.
Es por eso, que desde el gobierno, las iglesias, escuelas, liceos, universidades, la radio, la televisión y los periódicos, se debe diseñar una cruzada global por recuperar el núcleo familiar, el amor entre padres e hijos, para asegurar que nuestra sociedad venezolana perviva a pesar de la indiferencia de quienes quieren presentar a la postmodernidad como el efecto de una humanidad fragmentada, para que el valor humano prime desde una sociedad fortalecida y preparada para resistir la crisis desde la unión familiar.
Desde esta columna sigo en la terca intención de llamar la atención a los padres de familia venezolanos sobre la necesidad de cohesionar el núcleo familiar, para que haya más control, rigurosidad y menos permisividad en la crianza de los hijos, para evitar esas fatales dolencias cada vez que mueren jóvenes en accidentes de tránsito, como consecuencia del consumo excesivo de alcohol.
Hoy, desde este ejercicio de escritura insistiré en la necesidad de fundamentar el progreso de nuestro tejido social a partir del rescate de la familia como el núcleo fundamental de progreso en nuestro país. En medio de esta crisis de valores, donde los factores de corrupción, violencia, pero sobre todo de indiferencia hacia lo que afecta a los demás, permean sobre la conciencia colectiva de nuestras regiones, es necesario volver la mirada hacia la familia como institución social suprema.
El núcleo familiar ha estado sujeto a variaciones, sin que por ello se pueda renunciar a su importancia como eje estructurador de identidad. De la familia tradicional, compuesta por la unión entre el hombre y la mujer, en la que el primero figuraba y actuaba como la cabeza o representación del hogar, se ha pasado a las familias matriarcales compuestas por la figura femenina, quien por la misma dinámica moderna terminó asumiendo los dos roles.
Incluso, hay familias que aunque el padre y la madre cohabiten, han terminado cediendo la crianza de sus hijos a terceros, para darle paso a la generación de los criados por las guarderías o a las empleadas del servicio doméstico debido a factores laborales que han terminado por alejar del hogar al padre y a la madre como única medida para alcanzar estabilidad económica y con ella asegurar la crianza de los hijos.
Quienes pertenecen a esa generación, deben reconocer la existencia de excelentes nanas o niñeras, quienes han formado personas de bien, sin embargo, el costo es alto, en la medida en que se ha ido deteriorando el concepto de familia, pues la ausencia de los padres es suplida por prebendas económicas que se convierten en chantaje afectivo como forma de resarcir el daño ante el abandono.
Frente al fenómeno de la modernidad, la televisión, los videos juegos y la Internet, entre otros, han terminado fragmentando más el concepto de familia, unido a la obsesión por el trabajo de alguno de sus miembros, quien termina ahondando la brecha comunicativa entre esposos, entre padres e hijos y a veces entre hermanos, quienes reconocen en estos adelantos tecnológicos mejor compañía que la filial.
La mesa, lugar de encuentro familiar alrededor de la comida, ha sido reemplazada por la habitación en el que cada miembro tiene su televisor, y desde allí ha logrado construir la isla que lo mantiene distraído. A falta de dirección en el hogar, la televisión por ejemplo, ha terminado por fragmentar la unidad familiar, incluso ha eliminado los espacios de autoconstrucción del ser ejercidos por la búsqueda de los silencios.
Ella ha permeado tanto en la intimidad de la gente, que de estar en una sala donde toda la familia se congregaba para disfrutarla, este revolucionario aparato entró en cada habitación, en la que cada miembro se aisló para acompañarse de él y alejarse de los demás
Nuestra sociedad venezolana sigue resquebrajándose sin que asumamos una actitud de resistencia ante la modernidad que nos asiste. Aún así seguimos anhelando el regreso del diálogo, de la cátedra de urbanidad, de valores, para que vuelva a instituir en la conciencia de la ciudadanía el respeto por la unidad, por la vida, por Dios; actitudes que se desprenden del hogar.
Es por eso, que desde el gobierno, las iglesias, escuelas, liceos, universidades, la radio, la televisión y los periódicos, se debe diseñar una cruzada global por recuperar el núcleo familiar, el amor entre padres e hijos, para asegurar que nuestra sociedad venezolana perviva a pesar de la indiferencia de quienes quieren presentar a la postmodernidad como el efecto de una humanidad fragmentada, para que el valor humano prime desde una sociedad fortalecida y preparada para resistir la crisis desde la unión familiar.
Mi hermosa familia