Por: Osmany Cruz Ferrer
En
una ocasión en la que el famoso escritor dinamarqués, Hans Christians
Andersen se encontraba de visita en Londres, le sucedió que dando un
paseo por la ciudad, notó que en las vitrinas de las tiendas se exhibía
el periódico de Howitt, con un artículo sobre él, y adjunto una foto que
parecía un retrato suyo. Entró el señor Andersen a uno de estos
establecimientos y preguntó: - ¿Se parece de verdad este retrato a
Andersen? A lo que contestaron que sí, que era un retrato perfecto. Sin
embargo no lo reconocieron.
El
Apóstol Pablo le rogó cierta vez a la iglesia de Éfeso que orara por
él, para que pudiera hablar de Cristo como convenía hablar. A este
heraldo del evangelio le preocupaba sinceramente darle al mundo un
retrato perfecto de Jesús, pues sabía la connotación eterna que esto
tenía. Nosotros como creyentes de un nuevo siglo debemos preguntarnos:
¿Estoy dándole a mi iglesia y a mi comunidad una imagen correcta de
Cristo? ¿Puede el mundo que me rodea ver en mis palabras y en mis hechos
un retrato diáfano del Señor?
Los
dueños y clientes de la tienda donde entró Hans Christians Andersen
perdieron la oportunidad de conocer relacionalmente a este insigne
escritor, solo porque alguien les dio una fotografía imperfecta. Hay un
mundo que se pierde fuera de las cuatro paredes de la iglesia que
necesita desesperadamente (aunque no lo saben) que nosotros les demos la
silueta de un Cristo verdadero. ¡La decisión final es nuestra!