OJO *LEPRA DEL ALMA 'CORAZÓN'
************ Desde siempre en la predicación y en los
comentarios a la Sagrada Escritura, la lepra ha sido considerada como
la expresión física de la fealdad y el horror que es el
estado de pecado. Sin embargo, mientras la lepra del cuerpo es tan repugnante
y tan temida, la del alma y 'corazón' pasa casi inadvertida.
Según la Ley de Moisés, la lepra
era una impureza contagiosa, por lo que el leproso era aislado del resto
de la gente hasta que pudiera curarse. La Ley daba una serie de normas
para el comportamiento del leproso, de manera de evitar el contagio con
los demás. Se prescribía que debía ir vestido de
cierta manera y debía ir anunciando a su paso: “¡Estoy
contaminado! ¡Soy impuro!” (Lv. 13, 1-2.44-46).
Se creía también que la lepra era
causada por el pecado. Por eso, los leprosos eran considerados impuros
de cuerpo y de alma. Todos los demás daban la espalda a los leprosos.
Menos Jesús. Son varias las curaciones de leprosos que realiza
el Señor.
Una de ellas es la de un leproso que se le acerca
y, de rodillas, le suplica: “Si tú quieres, puedes curarme”
Y, Jesús, “extendiendo la mano, lo tocó le dijo:
“¡Sí, quiero: Sana!” Inmediatamente se le
quitó la lepra y quedó limpio. (Mc. 1, 40-45).
¡Qué grande fe la de este pobre leproso!
Y ¡qué audacia! No tuvo temor de acercarse al Maestro. No
tuvo temor de que le diera la espalda. La fe cierta no razona, no se detiene.
Quien tiene fe sabe que Dios puede hacer todo lo que quiere. Para Dios
hacer algo, sólo necesita desearlo. Por eso el pobre leproso se
le acerca al Señor con tanta convicción. Por eso el Señor
le responde con la misma convicción: “¡Sí quiero:
Sana!”
Nos dice el Evangelista que Jesús “se
compadeció”, “tuvo lástima” del leproso.
Tiene el Señor lástima de la lepra que carcome el cuerpo.
Por eso la cura. Pero más lástima y más compasión
tiene aún Jesús de la lepra del pecado que carcome el alma.
Por eso toma sobre sí nuestros pecados para salvarnos, apareciendo
El también “despreciado y evitado por los hombres, como
un leproso” (Is. 53, 3-4). Es la descripción que hace
el profeta Isaías cuando anuncia la Pasión del Mesías.
¿Qué nos enseñan estos pasajes
de la Biblia sobre la lepra? Primeramente el horror que es el pecado.
Luego, la actitud del Señor ante el pecador que busca su ayuda.
Y ... ¿qué hacer nosotros, pecadores, ante nuestros pecados?
¿Qué hizo el leproso? Acercarse a Jesús con convicción,
sin temor y con una fe segura. Se acercó también con humildad,
“suplicándole de rodillas”.
Esa debe ser nuestra actitud: reconocer nuestra
lepra, buscar ayuda del Señor y aproximarnos a El con convicción
y sin temor, pidiéndole que nos sane. El Señor no tendrá
asco de nuestra lepra, por más grave que sea nuestra situación
de pecado, si humillados nos presentamos ante El. Sabemos que no podemos
curarnos por nosotros mismos. Puede ser que por muchos, por muchísimos
años vengamos arrastrando una enfermedad del alma, una lepra que
parece incurable. Pero, si Dios quiere, puede hacer cualquier milagro
... como el del leproso que se le acercó con fe, con confianza,
sin temor, con convicción.
¡Qué mejor oportunidad para obtener
la sanación de nuestra lepra espiritual que la Confesión!
Por más fea o más larga que sea la lepra de nuestra alma,
necesitamos arrepentirnos de nuestros pecados, confesar-los ante el Sacerdote,
recibir a Jesús en la Sagrada Comunión. Así de fácil
los requisitos. Así de grande la recompensa: quedamos sanos totalmente,
como el leproso, para comenzar una nueva vida de gracia en Dios. Vale
la pena.
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