Por Claire de Mézerville López
Hoy
en día se apuesta cada vez menos por una sexualidad sana. Se deja de
lado la posibilidad integral del encuentro entre un hombre y una mujer.
Por supuesto que el sexo no debe idealizarse: las relaciones físicas no
siempre responderán a las expectativas más altas de ambos. Tampoco debe
menospreciarse el deseo de realización mutua a través de una sexualidad
que manifiesta la necesidad de compartir, disfrutarse mutuamente y
conocerse.
Las relaciones sexuales tienen tres objetivos básicos:
Reproducción: es el objetivo fisiológico relacionado directamente con los sistemas reproductores masculino y femenino.
Placer físico: responde
a impulsos físicos y a instintos. También tiene efectos en la vida
emocional y en la seguridad personal del hombre y de la mujer.
Demostración incondicional de amor y afecto:
esta dimensión tiene una relación más directa con los principios y
valores de la persona. Atañe a la conciencia de compromiso, fidelidad,
consideración por la pareja y entrega.
El lugar del romance
Mantener
una relación de intimidad implica renovar o mantener el romanticismo.
Las parejas saludables no ven el sexo como una mera “utilización de la
persona”, sino como una muestra de reconocimiento y de intercambio para
con el otro (a), abriendo espacios para expresar deseos, gustos y
complicidad. Es por esto que es importante mantener la llama del romance
con el mismo esmero con el que se cultiva la de la sexualidad.
Es
fundamental establecer los canales de comunicación apropiados que les
permitan manifestar lo que desean, lo que les ilusiona, lo que les
entusiasma y halaga, o por otro lado, lo que les molesta. La sexualidad
más satisfactoria no se da en las personas que tengan cuerpos
esculturales, o que sigan manuales mecánicos de movimientos: se da en
las parejas que encuentran la forma de hablar de sexo entre ellos,
buscando una manera natural y comprensiva de expresar lo que sienten, lo
que quieren y lo que necesitan.
El
placer sexual, si bien es una parte enriquecedora del matrimonio, no
puede ser el único objetivo en la vida afectiva de ambos. Si bien es
cierto que la sensualidad está orientada al cuerpo, en la medida en la
que el cuerpo esté bajo el dominio de la razón y el compromiso, éste
enriquecerá la vida de pareja con una gran capacidad de goce. Por otro
lado, si la razón y las convicciones personales se limitan a obedecer a
los deseos de placer físico, tanto el matrimonio como la vida personal
del individuo se exponen a esclavizarse ante sus pasiones, por la
ambición desmedida de placer.
Si
buscamos una comprensión clara e integral de la intimidad, la vida de
pareja podrá abrirse a una vivencia más plena. Así, la pareja se
encamina hacia un desarrollo psicológico pleno, tanto individual como
conyugal.
El
impulso sexual es un elemento enriquecedor y constructivo de la vida de
pareja. Es una manifestación normal del afecto entre esposos, que
deviene de necesidades fisiológicas, emocionales y personales. Sin
embargo, para que la sexualidad pueda desarrollarse en forma integral,
es necesario que involucre la vida interior del hombre y de la mujer: la
estabilidad de la relación, la sensibilidad ante los procesos de la
pareja, la seguridad de la aceptación y deseo del otro y, por ende, el
fortalecimiento de la autoestima.
De
acuerdo con el pensamiento bíblico, el hombre y la mujer unidos en
matrimonio se convierten en “una sola carne”, y se pertenecen
mutuamente. Esta mutua pertenencia se manifiesta de forma especial en la
vida sexual. El desearse mutuamente, acariciarse y disfrutar de la
relación es una expresión de intimidad. No obstante, muchas parejas
necesitan aprender juntas a conocerse y a comprenderse para poder
disfrutar de su sexualidad.
Ahora
bien, tanto el exceso como la carencia de relaciones sexuales en el
matrimonio puede ser la manifestación de otros problemas conyugales que
no se están enfrentando. Es por esto que, en su dimensión afectiva, es
fundamental desarrollar la ternura como otro modo de intercambiar
cariño. Las parejas necesitan alimentar la ternura, definiéndola como:
“la
garantía del amor a la persona. El resultado de la ternura es sentirse
cerca de la persona amada, (…) comprendemos el estado interior de un
ser, nos ponemos en su lugar y es una manera de manifestarle estos
sentimientos al otro. Es tan personalista la ternura que no tiene
sentido, o es falso manifestarlo fuera del amor a la persona. Por
ejemplo, la ternura del seductor solamente tiene apariencia de amor.”
(De Irala, 2006: p. 4)
Muchas
manifestaciones de la ternura se caracterizan por la renuncia o
postergación de la gratificación física personal. La ternura ayuda a las
parejas a mantener el intercambio afectivo, por medio de detalles,
tiempo especial juntos y otros modos de gozar la mutua compañía, aún en
períodos en los que las relaciones sexuales no son totalmente
satisfactorias, o simplemente no pueden darse (por enfermedad,
cansancio, distancia temporal, post parto de la mujer, etc.)
En
ambas dimensiones, tanto en la sensualidad como en la ternura, las
personas necesitan administrar sus impulsos y necesidades con equilibrio
y autodominio –aún cuando la presión emocional sea fuerte-, tomando en
cuenta los valores humanos más centrales. Esto no es sencillo. Sin
embargo, la convicción profunda de que las relaciones sexuales ameritan
una entrega enmarcada en un contexto de convicciones, ternura y
compromiso, puede hacer más llevadera la decisión de postergar la
gratificación física personal.
Intimidad, sexualidad y espiritualidad.
Somos
personas integrales. No es posible escindir nuestro espíritu de nuestra
sexualidad, así como no es posible separar nuestra psicología de
nuestro cuerpo biológico. Sin embargo, muchas veces tendemos a pensar
que el sexo es deshonroso o que es una parte de la vida humana de la que
Dios mismo se avergüenza. Históricamente, han existido muchas escuelas
de pensamiento que han apostado por la no-sexualidad, considerando que “el ser humano que quiera ser espiritual necesita apartarse de lo sexual y lo carnal”.
Esta
es una concepción errónea. En muchos escritos antiguos, especialmente
en la Biblia, puede apreciarse el propósito de Dios para la sexualidad:
que el hombre y la mujer, en su identidad personal, tengan una vida
afectiva genuina y satisfactoria; que la pareja fluya en la sexualidad,
que se ame, que se honre, que se desee, que se necesite. Todo esto,
porque Dios desea el sentido de realización del ser humano, en el marco
del compromiso, el amor y la dignidad. La desnudez humana no es vista
como algo malo: el hombre y la mujer fueron creados en esa transparencia
del cuerpo como tal, de no avergonzarse de la creación de Dios
manifestada en el cuerpo, en el deseo y en el placer del encuentro.
La
relación de pareja integra tanto lo espiritual como lo psicológico y lo
fisiológico. Si buscamos una comprensión clara e integral de la
intimidad, la vida de pareja podrá abrirse a una vivencia más plena.
Así, la pareja se encamina hacia un desarrollo psicológico pleno, tanto
individual como conyugal. Es por eso que se considera que el contexto
apropiado para la experiencia sexual es el del amor y el compromiso de
por vida. En la época actual esto es desafiante y poco común. No
obstante, la belleza de la sexualidad en el matrimonio radica en que no
se trata únicamente del encuentro entre dos cuerpos, sino del encuentro
entre dos personas enteras que se conocen, se aman y se han dado una
promesa de estar juntos hasta que la muerte los separe.
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