Despierta amigo *¿De que te sirve ganar el mundo entero...?
Se
cuenta que el famoso escritor católico francés, Julien Green (1900-1998),
dimitió de uno de los escaños más ambicionados de la nación, la Academia
de Francia. Y así justificó su decisión en una carta escrita a su amigo
Tassani un año antes de morir: “He dejado la Academia porque me era ya
insoportable y no tenía nada que hacer allí, y me siento ahora mucho más
libre. ¿Acaso llegaremos al Paraíso bordados de medallas y de títulos?
Afortunadamente, no”.
En
el Evangelio de hoy, nuestro Señor nos dirige una pregunta sumamente
importante y trascendental; más aún, de la respuesta que demos a ese
interrogante depende el sentido y el futuro de nuestra misma existencia: “¿De
qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su alma?
¿O qué podrá dar para recobrarla?”
Se
cuenta que el gran general romano Julio César, cuando desembarcó con su ejército
en Cádiz, reparó en una estatua de Alejandro Magno y que, al verla, se
conmovió y se echó a llorar amargamente. Sus generales quedaron
consternados. Y César, mirando su asombro, les dijo: “Lloro porque, a mi
edad, Alejandro era ya señor de la mayor parte del mundo, y yo todavía no
he hecho nada”. Me gustaría, amigo lector, que también tú te hicieras
esta pregunta: ¿Qué he hecho por Dios hasta el día de hoy? ¿Qué es lo más
esencial en mi vida?
Te
voy a contar otra breve historia. Una pobre mujer, con su hijo pequeño en
brazos, pasaba delante de una caverna, cuando escuchó una voz misteriosa
que desde dentro le decía: “Entra y toma todo lo que quieras, pero no te
olvides de lo principal. Una vez que salgas, la puerta se cerrará para
siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo más
importante...” La mujer entró toda temblorosa en la caverna y encontró
allí mucho oro y diamantes. Entonces, fascinada por las joyas, puso al niño
en el suelo y empezó a recoger, ansiosamente, todo lo que cabía en su
delantal. De pronto, la voz misteriosa habló nuevamente: “Te quedan sólo
cinco minutos”. La mujer, afanada, continuaba recogiendo lo más que podía.
Al fin, cargada de oro y de piedras preciosas, corrió y llegó presurosa a
la entrada de la cueva cuando la puerta ya se estaba cerrando. En menos de
un segundo se cerró. Y en ese momento se acordó de que su hijo se había
quedado dentro... ¡La cueva estaba ya sellada para siempre! El gozo de la
riqueza desapareció enseguida y la angustia y la desesperación la hicieron
llorar amargamente.
Lo
mismo nos sucede a la mayoría de nosotros. Tenemos unos cuantos años para
vivir en este mundo, y casi siempre dejamos de lado lo principal. ¿Y qué
es lo principal en esta vida? Dios, tu vida de gracia, tus valores morales y
espirituales, la familia, los hijos y la total armonía con Dios y con tu prójimo.
Las riquezas y los placeres materiales nos suelen fascinar tanto; el trabajo
y otras obligaciones secundarias nos absorben tan en demasía que lo
principal siempre se queda a un lado... Y así agotamos nuestra vida,
descuidando lo esencial.
No
te olvides, pues, de la enseñanza que nuestro Señor nos da el día de hoy:
“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su
alma?”. La vida pasa demasiado de prisa y hay que llenarla de méritos
y de buenas obras para la vida eterna. Cuando la puerta de nuestra
existencia se cierra, de nada valen ya las lamentaciones.... No pasemos de
largo ante esta llamada de Dios. ¡Pon manos a la obra!
¿De
que te sirve ganar el mundo entero...?
Fuente:
catholic.net (con permiso del autor)
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