Antes de abordar el tema de los complejos es bien importante aclarar que desde el punto de vista psicológico es casi imposible hablar de personas totalmente "normales" o "sanas", ya que todos los seres humanos tienen -en mayor o menor grado- algo de paranoicos, narcisistas, histéricos u obsesivos. Cada individuo es una mezcla única de cualidades que configuran ese "algo" singular y casi seguramente irrepetible que constituyen las diferencias personales. Ahora bien, cuando alguno de esos rasgos se exagera se hace intolerable para los demás o para el individuo; ya hay síntomas de que algo no funciona bien en los intrincados parajes de la mente humana.
Muchas veces las personas no detectan exactamente qué les sucede, pero saben que hay algo dentro de ellas que les impide relacionarse adecuadamente con los demás o alcanzar objetivos determinados en su vida profesional.
Actualmente, se ha popularizado en el lenguaje cotidiano la palabra complejo para designar a una persona problemática. Sin embargo, apuntó Argelia Melet -médica psiquiatra del Instituto Médico Campo Alegre- que la palabra complejo fue utilizada por primera vez por la escuela psicoanalítica de Zurich (por Bleuler y Jung) para significar situaciones internas del individuo que se estructuran a lo largo de sus relaciones infantiles y que se manifiestan en todos los niveles psicológicos: emociones, actitudes y conductas adaptadas.
Por la misma deformación de la definición de complejo, es frecuente escuchar "tal persona es una acomplejada o que tiene complejos de superioridad", aunque al hablar con la terminología psicoanalítica exacta, los complejos son tan específicos como Edipo, Castración, Electra, Inferioridad, Superioridad, Culpa y Paterno.
Las cosas por su nombre
En términos de la psiquiatría y psicología actual, en lugar de complejos se habla de Trastornos de Personalidad, los cuales engloban conceptos psicopatológicos mejor integrados. Según la experiencia profesional de Melet, lo que la gente llama popularmente complejo es en realidad algo más profundo que entraña los rasgos patológicos de la personalidad, de allí que la psicología y psiquiatría moderna hablen de trastornos de personalidad.
A las consultas de los especialistas acuden muchas personas que creen padecer un complejo, pero lo que realmente presentan es un trastorno de personalidad. En la sociedad contemporánea, cuatro son los trastornos que se presentan con más frecuencia: Obsesivo, Paranoide, Narcisista y Dependiente.
Según explicó Melet, cuando una persona presenta un trastorno obsesivo se comporta como un perfeccionista exagerado que se preocupa por los detalles al máximo y que a la vez tiene dificultad para tomar decisiones. Los individuos que rodean al paciente con trastorno obsesivo lo perciben como un ser poco afectuoso, frío, racional y moralista, que critica las expresiones emocionales. El trastorno obsesivo suele ser confundido con el complejo de culpa.
Otro trastorno de personalidad muy frecuente es la paranoia. El individuo paranoide siempre piensa que es juzgado, amenazado o perjudicado por los demás. Estas personas se caracterizan por estar tensas, incapaces de relajarse, no aceptan críticas y tienen poco o ningún sentido del humor. La paranoia es llamada popularmente complejo persecutorio.
El narcisista es aquella persona que exige que la admiren por sus logros, pide aplausos y atención. Usualmente se exhibe como alguien con muchos méritos -aunque en realidad nos los tenga-; a la vez es incapaz de comprender los sentimientos ajenos y padece graves crisis de envidia por los éxitos o logros ajenos. Con facilidad se puede identificar al narcisista con el llamado complejo de superioridad. En el otro extremo se encuentra el trastorno de dependencia, puesto que la persona que lo sufre es incapaz de tomar decisiones propias y es temerosa de expresar desacuerdos con las opiniones ajenas por miedo a ser rechazada. Fácilmente se siente aplastada ante la crítica más inocente y tiene gran dificultad para afrontar la soledad. Por estas características, al trastorno de dependencia se le confunde con el complejo de inferioridad.
Otra visión
Desde el punto de vista de Francisco Novoa, educador de profesión, con 18 años de trabajo e investigación en el área de desarrollo y excelencia personal, los complejos son una respuesta ante un estímulo externo, pero dicha respuesta viene condicionada por algún factor o "programa" que está en el inconsciente.
El inconsciente del individuo lo podemos comparar con un espiral que desde el momento de la gestación, y más aún después del nacimiento, comienza a absorber y formar criterios de vida, los cuales Novoa llama "programaciones". En la medida que el individuo adquiere educación y experiencias, forja sus criterios de vida, que pueden durar por siempre. Cuando se produce un estímulo externo, éste pasa por el espiral del inconsciente y de allí saca las respuestas en base a las experiencias pasadas.
Muchas programaciones dejan resultados negativos dentro del individuo y es por eso que tantas veces la persona no sabe por qué reacciona de determinada forma ante los acontecimientos cotidianos, indicó Novoa.
De los 0 a los 8 años de edad los padres forjan el 90 por ciento de los criterios de vida de sus hijos a través de la educación y el ejemplo, que son cruciales durante la vida adulta del individuo. Estos criterios que inculcan los padres tienen mucho que ver con lo que le dicen a su hijo, porque para los niños lo más importante es su relación con el mundo a través de sus padres, ya que asumen los criterios de éstos como verdades. Por ejemplo, si los padres le dicen al niño que es bruto y se lo repiten con frecuencia, llega el momento en que el niño coloca esta apreciación en su espiral inconsciente, la cual se convierte en una programación y se genera el complejo de inferioridad.
Una vez que el ser humano asume como verdad algo así, comienza a dar respuestas que corroboren dicha verdad, porque una de las cosas que más le genera conflicto es entrar en controversia con su verdad interna, y por ello la defiende consciente o inconscientemente. Muchas veces se produce la paradoja de que esa persona que se cree inferior comienza a obtener resultados positivos y satisfactorios con su desempeño en un determinado aspecto, pero como ésto es incongruente con la verdad interna que le recuerda que es bruto, adopta conductas que invaliden su actuación brillante.
Este tipo de situaciones, que tangible y conscientemente resultan desagradables porque reafirman una situación de inferioridad, internamente -a nivel del inconsciente- producen "tranquilidad", ya que no hay contradicción con la verdad interna.
Esa "tranquilidad" es el primer beneficio que obtiene el individuo cuando reafirma su verdad, situación que es absolutamente inconsciente, porque se desarrolla como un diálogo tan íntimo que el mismo individuo no lo escucha. Del otro lado están los beneficios más directos, tales como la comodidad, porque al constatarse su "incompetencia" o "inferioridad", se logra la excusa perfecta: yo no puedo, yo no soy capaz, no me exijan más. Mientras la persona no logre detectar ese juego interno, no puede superar la situación de inferioridad.
Desde la óptica de Francisco Novoa, existen dos extremos que se registran como complejos: superioridad o inferioridad ante las cosas, y de allí se desprende gran cantidad de complejos específicos que están relacionados con las actividades individuales de cada ser humano.
Por lo general, una persona con complejo de inferioridad subutiliza sus posibilidades, mientras que quien padece complejo de superioridad no conoce límites, lo que la lleva a estrellarse ante determinadas situaciones que van más allá de sus conocimientos y capacidades. Incluso, la frustración que genera el impacto debido a un complejo de superioridad puede desencadenar complejos de inferioridad.
Los síntomas
Tendencia a la pereza, a abandonar retos, olvidar las metas, chocar estrepitosamente ante situaciones por haber exagerado las potencialidades, en fin, resultados muy negativos de carácter repetitivo, son las características que Francisco Novoa detecta en una persona que sufre algún complejo. En este sentido, Argelia Melet señaló que los tres problemas más frecuentes que llevan a una persona hasta su consulta -por trastornos de personalidad/complejos- son la dificultad en el desempeño social y logro de metas, la ansiedad (especie de temor inespecífico y sin motivos) y la depresión (entendida como una suerte de derrota psicológica y biológica ante las dificultades). Otros síntomas de estos problemas son la pérdida de sueño y apetito, incapacidad para concentrarse, preocupación irracional por todo -especialmente por el futuro- y temor a actuar, ya sea porque no siente ánimos para hacerlo o porque psicológicamente duda ante el más mínimo problema.
Superar el conflicto
En el terreno de las soluciones a este tipo de problemas, bien sea complejo o trastorno de personalidad, los psicólogos y los psiquiatras están capacitados para ayudar al paciente, siempre y cuando se haga un buen equipo con el especialista.
Del lado de los tratamientos alternativos están las terapias de desarrollo personal, conocidas con el nombre de psiconeurolingüística, porque su función es la decodificar una actitud o comportamiento en el cerebro de la persona para reprogramar al paciente
Desde el punto de vista de Argelia Melet, ese tipo de terapias no contempla el problema de la estructura de la personalidad; es decir, se aboca a atender un asunto específico sin considerar integralmente la personalidad del individuo.
En opinión de la psiquiatra, los trastornos de personalidad y los complejos se pueden tratar para que la persona mejore apreciablemente su padecimiento y pueda desenvolverse acertadamente. En lo que respecta específicamente al tratamiento, Melet levanta un perfil o historia del paciente donde indaga en su vida infantil, relaciones con los padres, familiares y amigos; de esta manera establece una imagen global del individuo. Luego prepara un diagnóstico y posteriormente busca concientizar al paciente de que tiene un conjunto de problemas, para proceder a trabajar en un reaprendizaje que tienda a superar la situación conflictiva. En este punto, el psiquiatra le señala constantemente al paciente las soluciones que fueron delineadas a lo largo de las sesiones, porque la persona tiende a abandonar con cierta frecuencia el tratamiento, una vez que comienza la fase de aplicar las herramientas que convino con el especialista, en su vida cotidiana. Sobre la práctica y los resultados, el especialista y el paciente ajustan las acciones a seguir.
Ahora bien, el tratamiento que aplica un terapista de personalidad gira en torno al conocimiento que cada quien tiene sobre sus resultados ante las situaciones, ya que esta persona no conoce sus programaciones inconscientes.
Una vez esclarecidos ambos aspectos, el terapista busca establecer verdades internas que apoyen los resultados que se esperan, y si fuera el caso, sustituir las codificaciones negativas. Según la experiencia de Novoa, cuando se obtiene un resultado distinto a lo que se espera, lo que hay que hacer es observarlo, no olvidarlo y comenzar a utilizar técnicas de afirmaciones repetitivas que estén diseñadas en función de alcanzar ese resultado.
Las técnicas repetitivas lo que buscan es cambiar el estado de conciencia del individuo; o sea, limpiar el inconsciente de las programaciones limitantes.
Para lograr esta reprogramación el paciente debe definir -con ayuda del terapista- las afirmaciones, que son oraciones estructuradas en forma positiva en acción y en tiempo presentes. Estas afirmaciones se deben repetir, más allá de las contradicciones internas que genera escuchar una afirmación que se opone a la verdad interna. Al actuar ante la situación y obtener resultados positivos, las afirmaciones pasan a ser nuevas programaciones que sustituyen al criterio limitante.
Cabe destacar que las afirmaciones y repeticiones se establecen en torno a visualizaciones que el paciente debe delinear nítidamente como metas por alcanzar, para lograr el crecimiento personal y la superación de los problemas. Este trabajo es individual e interno, nadie lo puede hacer por otro. Desde luego, puede que una programación cambie sin este tipo de trabajo cuando sucede un hecho fortuito contundente que trastoque los criterios del individuo; sin embargo, no es lo común.
Obsesivo-Compulsivo
No son pocos quienes dudan
sistemáticamente si han cerrado bien la puerta, desconectado el
gas, apagado la luz... y vuelven una y otra vez a confirmar que,
efectivamente, sí lo habían hecho. Otras personas ritualizan su
vida
las baldosas de las cocinas o los peldaños de las
escaleras, no pisar las rayas del suelo, retener las matrículas
de los coches, ocupar siempre el mismo asiento en las reuniones o
comidas, portar un objeto inútil en el bolsillo... Pero esto no
son sino manifestaciones casi anecdóticas de unas costumbres que
pueden convertirse en un verdadero problema psicológico. Todos
tenemos hábitos que, a pesar de que merezcan el calificactivo de
manías, consideramos normales. Pero cuando estos pensamientos o
manías hacen sufrir nos encontramos con los trastornos obsesivo
compulsivos. Las obsesiones son pensamientos que se repiten de
forma insistente a pesar de la voluntad del individuo, y que
escapan a su control.Si los pensamientos obsesivos se convierten en gestos de conducta casi automática, devienen en compulsiones, acciones o manías que la persona se ve forzada a ejecutar para sentirse bien o, al menos, tranquila. Es consciente de lo absurdas e irracionales que son, pero se siente incapaz de eludirlas. Cuando las compulsiones se asocian entre sí, formando una cadena, se convierten en rituales patológicos.
Catálogo de rituales obsesivos
Casi siempre están relacionados con:
La limpieza. Quienes los padecen tiene pavor a quedar contaminados con lo que tocan o rozan y se lavan repetidamente las manos. Incluso llegan a evitar dar la mano o cualquier contacto físico en los saludos. Una motita de polvo en un mueble les parece algo horrible. | |
El orden No soportan que alguna cosa se halle, siquiera temporalmente, fuera de su sitio. Incluso si ocupan su lugar debe ser en simetría o en conformidad con los ángulos de la mesa. Tampoco soportan que los demás no cumplan con esos cánones del orden compulsivo y las personas que conviven en la casa, sean adultos o no, habrán de cumplir estrictamente con las normas de orden y limpieza impuestas por el afectado por esta manía. | |
Comportamientos indecisos. Por ejemplo, comprueban una y otra vez cómo está la casa antes de cerrar la puerta. Y aun así, vuelven a entrar después de haber cerrado. Ante cualquier decisión, por nimia que sea, lo pensarán durante meses. Y, una vez adoptada, dudarán si fue acertada. Y reflexionarán incasablemente sobre si han hecho bien, o consultarán con otras fuentes. |
Pensamiento filtrante. Se toman los detalles negativos y se magnifican, sin filtrar los aspectos positivos de la situación. | |
Pensamiento polarizado. El maniqueismo: las cosas son blancas o negras. La persona ha de ser perfecta; si no, es un fracasado. No hay término medio. | |
Sobregeneralización del pensamiento. Se extrae una conclusión general de un simple incidente. Si ocurre algo malo en una ocasión, se esperará que ocurra una y otra vez. | |
Interpretación del pensamiento. Creemos saber qué sienten los demás y por qué se comportan como lo hacen. Nos vemos capaces de adivinar lo que sienten los demás acerca de nosotros. | |
Visión catastrofista. Se vaticina, se espera y se teme irracionalmente, el desastre. El individuo se entera de un problema y empieza a decirse «¿y si ocurre que...?», «¿y si me sucede a mí?» | |
Personalización. Creemos que todo lo que la gente hace o dice es una forma de reacción hacia nosotros. Y nos comparamos con los demás, intentando determinar quién es más elegante, quién es más brillante, quién tiene aspecto más saludable¿ | |
Culpabilidad. Mantiene que los demás son responsables de su sufrimiento o adopta el punto de vista opuesto y se culpa a sí mismo de los problemas ajenos. |
Seamos conscientes de la influencia que tienen sobre nuestra conducta y emociones. Los pensamientos son esos monólogos que mantenemos con nosotros mismos interpretando la realidad que nos rodea y a nosotros mismos. Pero son sólo hipótesis a demostrar. | |
Identificar los pensamientos, determinar en qué medida son objetivas esas interpretaciones de la realidad, hasta qué punto son racionales. Y hasta qué punto son polizones que se han colado sin nuestro permiso y nos hacen sufrir sin razón. La alarma salta cuando nos producen emociones negativas como miedo, angustia o tristeza. Desenmascaremos entonces al polizón y examinémoslo sobre la racionalidad y la adecuación con la realidad. | |
Analizarlos, partiendo de que son sólo hipótesis a demostrar y que pensar algo no significa que sea cierto. |
Qué datos objetivos de la realidad apoyan e invalidan ese pensamiento. | |
Con qué argumentos se defendería ese pensamiento ante otra persona | |
Qué probabilidad existe de que suceda lo que se piensa. | |
Si lo tuviera otra persona, qué le diría yo para demostrarle que está en un error. | |
Es esa la única forma de interpretar la situación o existen otras . |
¿Me ayuda a conseguir mis objetivos? | |
¿Me hace bien o me hace daño? | |
¿Cómo influye en mi estado de ánimo? | |
¿Cómo influye en mi conducta? |
Incluso si lo que pienso es correcto ¿es realmente una catástrofe? | |
¿Qué consecuencias reales tendría para mí si ocurriera? | |
Si es así, ¿está justificado que me descomponga tanto? | |
Si lo malo ocurre, ¿será para siempre? ¿O algo temporal? |
La hipocondría es, en esencia, una actitud que el individuo adopta ante la enfermedad. La persona hipocondríaca está constantemente sometida a un análisis minucioso y preocupado de sus funciones fisiológicas básicas, pensando en ellas como una fuente de segura enfermedad biológica. La característica esencial de la hipocondría es la preocupación y el miedo a padecer, o la convicción de tener, una enfermedad grave, a partir de la interpretación personal de alguna sensación corporal u otro signo que aparezca en el cuerpo. Puede ocurrir, por ejemplo, con lunares, pequeñas heridas, toses, incluso latidos del corazón, movimientos involuntarios, o sensaciones físicas no muy claras. Aunque el médico le asegure que no tiene nada, el hipocondríaco solamente se queda tranquilo un rato, pero su preocupación vuelve de nuevo. |
familiares, es decir,
que muchos miembros de una familia tienden a estar afectados. Hay
familias que son especialmente sensibles y están muy inclinadas hacia
la interpretación de los signos de enfermedad en todos los ámbitos de
la vida. De esta forma, los miembros de la misma familia aprenden a
interpretar de negativamente cualquier signo corporal y lo asocian con
angustia, miedo o ansiedad.
No debemos
descartar que una persona hipocondríaca esté realmente enferma. En
muchas ocasiones lo que hace es centrar su atención en síntomas leves
o imaginarios (mareos, dolor de cabeza, etc.), y no en los
verdaderamente importantes. Asimismo, el hipocondríaco al centrar su
atención emocional en una determinada función biológica, puede
terminar por formar síntomas orgánicos reales (reacciones
psicosomáticas).
Sintomatología
Estamos ante un trastorno asociado muy a menudo
con la ansiedad, por lo que el principal síntoma de la
hipocondría es la preocupación exagerada que siente por su salud. El
hipocondríaco medita constantemente sobre sus síntomas, reales o
imaginarios, llegando a percatarse de signos funcionales que
normalmente se escapan a la conciencia (intensidad de los latidos
cardíacos, funciones digestivas, etc.). Puede describir su cuadro
clínico con una sutileza impresionante, aclarando repetidas veces el
alcance de cada uno de sus síntomas físicos. La atención del
hipocondríaco se centra no sólo en el estudio de sí mismo (se toma el
pulso, la temperatura, el número de respiraciones por minuto y la
tensión arterial varias veces al día), sino también en la cantidad y
composición de los alimentos. Sabe con qué aguas hace mejor la
digestión, qué grados de ventilación o de temperatura le convienen,
etc.
La característica esencial de la hipocondría es
la preocupación y el miedo
a padecer, o la convicción de tener, una
enfermedad grave, a partir de la interpretación personal de uno o más
signos o síntomas somáticos. La sintomatología más típicamente
hipocondríaca es la sugestiva, que experimenta acompañada de una
especial alteración negativa del estado de ánimo, sumamente
desagradable, y que le hace colocarse en una actitud fóbica frente a
sus molestias, de las que siempre cree que son el comienzo de
enfermedades graves. Finalmente, el hipocondríaco acaba renunciando a
casi todo para consagrarse a cuidar su enfermedad imaginaria.
En
la hipocondría las preocupaciones del enfermo hacen referencia a
funciones corporales (latido cardíaco, sudor o movimientos
peristálticos), a anormalidades físicas menores (pequeñas heridas, tos
ocasional) o a sensaciones físicas vagas y ambiguas (corazón cansado,
venas dolorosas...). El individuo atribuye estos síntomas o signos a
una enfermedad temida y se encuentra muy preocupado por su
padecimiento.
Pero en realidad no existe ninguna enfermedad médica asociada a los
síntomas, y si el paciente está enfermo verdaderamente, su enfermedad
no está relacionada con ellos.
Diagnóstico
La hipocondría hay que
distinguirla de ser aprensivo; en la hipocondría el malestar es
significativo y afecta la vida laboral, social u otras áreas
importantes de la vida del sujeto. Hay que considerar también que la
duración de la sintomatología sea significativa, al menos 6 meses,
antes de diagnosticar dicha enfermedad.
Se debe asegurar que
el paciente no tenga verdaderamente ninguna enfermedad física. Una vez
que se ha descartado, si el paciente sigue con angustia, preocupación
y dudas acerca de su estado de salud, es conveniente estudiar la
posibilidad de un trastorno psicológico.
Los
Criterios Diagnósticos de Investigación (CIE 10) para la hipocondría
especifican que debe existir la convicción de "estar padeciendo como
máximo dos enfermedades médicas importantes" y exigen que, por lo
menos, una de ellas sea correcta y específicamente nombrada por el
individuo que presenta el trastorno hipocondríaco.
En psiquiatría, la
actitud hipocondríaca aparece como un síntoma en algunas formas de
depresión endógena, especialmente en la melancolía involutiva (depresión
de los ancianos). También puede adquirir en ciertos casos los rasgos
de un desarrollo delirante, de contenido hipocondríaco, en la llamada
paranoia hipocondríaca. Multitud de neuróticos, tanto
histéricos, neurasténicos, como organoneuróticos y pacientes
psicosomáticos, destacan en su cuadro clínico general la actitud
hipocondríaca.
Tratamiento
En algunos casos, se utilizan
psicofármacos inicialmente para controlar los síntomas ansiosos tan
importantes que padecen estos pacientes.Conjuntamente, se puede utilizar una terapia psicológica cognitivo-conductual, en la que se promueve la pérdida de la angustia y el miedo a la enfermedad que el hipocondríaco siente.
En un principio se le pide que no acuda a más la consulta del médico ni a las urgencias hospitalarias y que no hable de salud ni de enfermedad. Para esto es muy conveniente la colaboración de la familia del paciente, ya que han de entender que tiene un problema real, aunque no el que el paciente refiere, sino otro igualmente preocupante. Una vez que se ha establecido este marco fuera de la consulta, comienza el tratamiento psicológico propiamente dicho.
Como ya hemos dicho, el tratamiento básico consiste en perder el miedo a la enfermedad y a la muerte. Muchas veces la propia angustia producida por el pensamiento de estar enfermo, como sensación desagradable e incontrolable, se convierte en el desencadenante dicho miedo. Para conseguir la desaparición de estos temores, se emplea la desensibilización en la imaginación a situaciones temidas y evitadas, para que finalmente el paciente pueda acercarse a ellas sin angustia y sin miedo.
El paciente puede entonces comenzar a reinterpretar sus sensaciones corporales y sentir también aquellas que son agradables o neutras y su cuerpo deja de ser una fuente de dolor o temor y se puede convertir en un generador de placer y confianza.
Finalmente, se trabaja para que el paciente pueda enfrentar con éxito otros problemas que aparecen en su vida cotidiana: toma de decisiones difíciles, cambio de trabajo, separaciones, etc. Se intenta evitar de forma que en el futuro se desencadenen situaciones de depresión o angustia continuada que le pueden hacer recaer en sus problemas hipocondríacos.
Esquizofrenia
Recuerdo aquellas clases de
Psicopatología de adultos con el profesor Obiols cuando se hablaba de
las Psicosis y entre éstas de la esquizofrenia. Me sentía totalmente
fascinada porque jamás había visto alguien con las características
comunes que se mencionaban, a no ser que aquellos sujetos que vi el
día que tuve que hacer una tarea escolar en un antiguo "Manicomio" de
la ciudad lo fueran, pero eso sucedió cuando yo apenas tenia los 12
años y ése sería mi primer contacto con la irrealidad. Aquella visita
realmente me impactó, cada cual ejercía acciones distintas pero todos
tenían la misma desconexión plasmada en sus ojos. Creo que soñé con
ellos durante una semana, pero entonces los llamaba "locos". Ahora sé
que la locura no existe. A esos manicomios de antes donde se
encerraban a aquéllos que no entendía la sociedad, los llaman ahora
Psiquiátricos y pretenden ser más flexibles en cuanto a la imposición
de normas.
La esquizofrenia puede ser de varios
tipos pero todas tienen en común la misma sensación de irrealidad, de
vivencia en mundo paralelo, de ser simple espectador ante la
representación teatral del mundo. Su aislamiento de la realidad es la
característica que la hace merecedora de tal diagnóstico. A partir de
ahí y dependiendo de otros síntomas se clasificará en un tipo u otro.
Según DSM-IV (clasificación
psiquiátrica de enfermedades mentales) los tipos pueden ser:
PARANOIDE
| |
DESORGANIZADO
| |
CATATÓNICO
| |
INDIFERENCIADO
| |
RESIDUAL
|
En la paranoide el
sujeto se preocupa por una o más ideas delirantes o alucinaciones
auditivas frecuentes. El lenguaje no está desorganizado, no presenta
un nivel afectivo inapropiado pero sí se imagina que le persiguen o
que le hablan a través de su propio cuerpo.
En el tipo desorganizado el lenguaje es incoherente así como la expresión de los afectos o su comportamiento.
En el tipo desorganizado el lenguaje es incoherente así como la expresión de los afectos o su comportamiento.
Para que hablemos de esquizofrenia
catatónica al menos el paciente debe presentar dos de
los síntomas siguientes (según DSM-IV):
-
Inmovilidad motora manifestada por catalepsia o estupor.
-
Actividad motora excesiva.
-
Negativismo extremo o mutismo.
-
Peculiaridades del movimiento voluntario manifestadas por la adopción de posturas extrañas, movimientos estereotipados, manierismos marcados.
-
Ecolalia o ecopraxia (en su forma de hablar).
El tipo indiferenciado
es porque no puede catalogarse en ninguna de las mencionadas aunque sí
cumple los criterios para hablar de Esquizofrenia.
En el tipo residual
no hay alucinaciones ni delirios. Su lenguaje no está desorganizado ni
presenta una extraña movilidad pero sí existen creencias raras o
experiencias perceptivas no habituales.
Ante una esquizofrenia podemos
hablar de las 4 "A"
en referencia a sus características más sobresalientes:
-
Autismo
-
Falta de Afectividad
-
Ambivalencia (no podemos preveer jamás como reaccionarán).
-
Asociación. (asociaciones ilógicas habitualmente).
Existe una escisión de la
personalidad en el esquizofrénico. La realidad se vive de forma
alterada. El esquizofrénico se deteriora progresivamente a cada nuevo
brote de su enfermedad.
Cuando estudiaba en la Facultad
creía que los esquizofrénicos eran aquellos que veían o oían cosas "raras"
pero luego en mi trabajo en el Hospital pude comprobar que existe el "aplanamiento
afectivo" que podría hacer pensar en una depresión, en un paciente
esquizoafectivo sin necesidad de que hubiera la alucinación que
caracteriza las psicosis.
Conocí a Carlos cuando yo pasaba
visitas a la sala de Psiquiatría de un conocido hospital catalán junto
con el psiquiatra encargado de mi master. En dicha sala se encontraban
internados 10 pacientes de diferente diagnóstico psiquiátrico. La
mayoría eran personas mayores salvo Carlos, otro paciente con TOC (Trastorno
obsesivo compulsivo) llamado Víctor que finalmente trasladamos de
centro por falta de recursos propios y Mónica, una adolescente que le
gustaba "comerse" todo lo que pillaba por delante (bolígrafos,
termómetros, etc…) así es que había pasado por quirófano varias veces
en sus múltiples tentativas de suicidio o autodestrucción.
Carlos me gustó desde el primer día
por su delicado aire infantil y a la vez inocente. Tenía mi misma edad
y parecía haber perdido toda ilusión que caracteriza nuestra etapa
juvenil. Sus fascinantes ojos azules siempre anclados en un horizonte
que carecía de objetivo donde fijarlos. Su cuerpo se sentía siempre
cansado y, a pesar de las exigencias de su médico de que evitara el
meterse en cama, siempre se encontraba acostado porque sufría de una
apatía extrema.
Supongo que la suerte o casualidad
provocaron que mi mentor delegara el caso de Carlos en mi persona
mientras él se mantenía ocupado en otros quehaceres. Pudiendo ejercer
libremente la labor terapéutica en un despacho provisto para la
ocasión, di rienda suelta a mi trabajo psicológico.
Mi objetivo era doble: conseguir que
sonriera y que paseara por las diferentes disposiciones del hospital.
Parecerán simples objetivos pero para Carlos era todo un logro conseguirlo y yo sabía que si lo lograba, eso supondría un avance en su enfermedad de manera que junto con la medicación imprescindible de todo esquizofrénico, pudiera empezar a contactar con el entorno y "sentir". Su enfermedad sería más llevadera tanto para él como para su familia si lográbamos ambos propósitos aunque para mantenerlo tuviéramos que estar "encima" continuamente.
Parecerán simples objetivos pero para Carlos era todo un logro conseguirlo y yo sabía que si lo lograba, eso supondría un avance en su enfermedad de manera que junto con la medicación imprescindible de todo esquizofrénico, pudiera empezar a contactar con el entorno y "sentir". Su enfermedad sería más llevadera tanto para él como para su familia si lográbamos ambos propósitos aunque para mantenerlo tuviéramos que estar "encima" continuamente.
Tenía unos padres que lo querían y
se preocupaban mucho por él, así es que si en su internamiento
avanzábamos algo, podrían ellos ocuparse de él en casa intentando que
llevara medianamente lo que podemos llamar "vida normal" para un
esquizofrénico. Tras dos o tres visitas sin ninguno de los resultados
deseados le pedí que me mirara con sus bonitos ojos y supongo al
sentirse turbado sonrió. Fue algo apenas perceptible pero lo
suficiente para sentirme satisfecha en mi propósito.
Luis, el doctor, apenas podía
creerlo cuando transcurridas unas semanas volvió a visitarlo junto a
mí. Habíamos conseguido relativamente poco para otros pero para
nosotros eran verdaderos logros. El primero, su sonrisa que volvía a
estar presente ante chistes, comentarios sarcásticos o simplemente
muestra de afecto. El segundo, mantenerse de pie, sin acostarse o
tumbarse, durante todo el día salvo la noche y la siesta de la tarde.
Y finalmente, sus salidas hasta la entrada del hospital o hasta la
planta 5ª.
Recuerdo que la primera vez salió
conmigo y estuvo todo el paseo quejándose de todo tipo de dolores
musculares, intentando volver varias veces. Los primeros días si lo
encontraba acostado se justificaba porque había salido al pasillo
durante cinco minutos y eso lo había agotado. A las enfermeras les
tenía dicho que no admitieran su cansancio y si hacía falta lo
levantaran a la fuerza. Una mañana fui yo quién le increpó una jarra
de agua para sacarlo de la cama. Realmente no fue fácil pero
conseguimos avances y conforme los fuimos alcanzando él se sentía
mejor y a la vez más consciente de la aterradora realidad que giraba
en torno a su enfermedad. Un mal que le haría de sombra toda su vida.
En su historia clínica ése fue su
segundo brote importante tras la separación de su mujer por deseo de
ella. Como respuesta él se derrumbó y tuvo que ser hospitalizado. Era
uno de los antiguos, se había acostumbrado a la rutina del hospital.
Yo lo liberé de alguna manera de esa "rutina" pero devolviéndole a la
realidad se aferraba con fuerza a recuperar a su mujer que ya no lo
amaba pero eso él no lo entendía. Si él estaba bien, no enfermo, ella
seguiría con él. La realidad era otra, me aclaró su madre, ella se
había vuelto a casar e inclusive no quería que Carlos pudiera visitar
los fines de semana alternos a su propio hijo, porque sí, Carlos tenía
un hijo de 5 años que apenas conocía o había sabido tratar. Cuando le
pregunté sobre sus expectativas a Carlos se puso a llorar con la
inocencia de un bebé. Me dijo que sólo quería tener a su lado a su
mujer y a su hijo y merecer su cariño no su comprensión. Me hablo del
niño y me contó que se avergonzaba de sí mismo ante él, de su
esquizofrenia con la que tendría que vivir para el resto de sus días.
La conciencia de la enfermedad
invalidante le habían enterrado en un caparazón con todos sus
recuerdos bien hundidos. No deseaba salir al mundo, a un mundo al que
no podía servir con su esquizofrenia siempre tras sus talones. Porque
uno nace, vive y muere, por así decirlo, siendo esquizofrénico o al
menos, diferente a los seres humanos ¿normales?
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