* SALVAR A TU FAMILIA DE LA RUINA*
David
Wilkerson
«Sed
sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león
rugiente , anda alrededor buscando a quien devorar» (1ª Pedro
5:8).
*LA BIBLIA nos dice claramente que en los últimos días, la iglesia
de Jesucristo enfrenta la ira de un diablo rabioso. «… ¡Ay
de los moradores de la tierra y del mar! Porque el diablo ha descendido
a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo» (Apocalipsis
12:12).
El
diablo apunta su ira hacia las familias:
¿Hacia
dónde dirige el diablo su ira? Él está apuntando
a familias tanto salvas como inconversas, por todo el mundo. Él
esta rugiendo como un león voraz y echándose sobre los hogares
para destruirlos. Está decidido a destruir matrimonios, distanciar
a los hijos, poniendo a familiares uno contra otro. Y su meta es sencilla:
quiere traer ruina y destrucción a cada hogar que pueda.
Jesús hizo referencia a esta obra demoníaca cuando describió a Satanás, diciendo: «Él ha sido homicida desde el principio…» (Juan 8:44). Efectivamente, vemos el plan destructivo del diablo contra la primera familia. Fue el diablo quien entró en Caín y lo convenció para que matase a su hermano, Abel.
Jesús hizo referencia a esta obra demoníaca cuando describió a Satanás, diciendo: «Él ha sido homicida desde el principio…» (Juan 8:44). Efectivamente, vemos el plan destructivo del diablo contra la primera familia. Fue el diablo quien entró en Caín y lo convenció para que matase a su hermano, Abel.
Y
este homicida aún esta obrando. Los últimos años
revelan esto de manera horrenda. Hace cuatro años, el diablo tomó
control de dos muchachos en Colorado y los llevó a una rugiente
destrucción. Cuando los dos muchachos entraron en la escuela superior
de Columbine en una matanza infernal, el mundo quedo atónito. Mataron
a una muchacha mientras ella estaba arrodillada orando, una muchacha que
ellos conocían y respetaban. ¿Quién sino Satanás
mismo pudo haberlos llevado a hacer esto?
Pienso
en la ruina que cayó sobre las familias de las víctimas
y de los homicidas. Ha habido suicidios, desórdenes mentales, divorcios,
hermanos traumatizados. La destrucción de ese incidente aún
retumba más allá de lo creíble. Y los padres y amigos
de todos los involucrados llorarán toda una vida.
Un
año después, Kathleen Hagen, una pionera en la rama de urología,
educada en Harvard, entró a la habitación de sus ancianos
padres mientras dormían en Chatham, Nueva Jersey, y los asfixió
con la almohada. Su padre tenía 92 y su madre 86 años. Luego
Hagen vivió en la casa por varios días, ignorando los cuerpos
muertos en el aposento. Cuando fue arrestada, su apariencia era confusa
y desaliñada. Pero no mostraba remordimientos por lo que había
hecho. Los psicólogos no sabían cómo explicar por
qué una mujer tan bien educada pudo asfixiar a sus padres y luego
seguir su vida como si todo fuera normal.
Piensa
en la devastación que nunca fue mencionada en esta horrible historia
criminal. El dolor de los miembros de la familia, la angustia de los nietos
–qué horrible ruina y destrucción. ¿Quién
sino Satanás pudo haber llevado a una mujer respetada a matar a
sus padres, por ninguna razón aparente?
Hace
varios años atrás, el ‘New York Times’ escribió
un reportaje inquietante: «Padres desanimados entregan a sus hijos».
El artículo contaba de padres frustrados apareciendo por docenas
en el sexto piso de la corte de Manhattan, para entregar a sus hijos a
la adopción voluntariamente. Simplemente, ellos no podían
controlarlos. Un padre no podía manejar a su hijo adolescente después
que la madre murió. Otro padre entregó a su hija adolescente
porque estaba viviendo salvajemente, totalmente fuera de control. Los
oficiales de la corte que escucharon estos casos estaban desconcertados.
Un juez le preguntó a una madre que había llevado a su hija:
«¿No la quieres? ¿No te gustaría llevártela
a casa?». La madre, cansada, movía la cabeza que no. La jovencita
irrumpió en sollozos incontrolables.
El
artículo señalaba que las familias se estaban separando
a gran velocidad. La Corte Familiar de Nueva York estaba abrumada con
los casos. Muchos de los niños puestos en hogares para posible
adopción pronto caían en peor condición. Algunos
de ellos terminaron huyendo y viviendo en las calles.
Especialmente
impresionante fue otra historia en las noticias, contando de una nueva
raza de drogadictos. El titular decía: «Niños usando
drogas en casa con sus padres». Evidentemente, el 30% de los adictos
hoy dicen que se enviciaron en casa con sus padres, quienes los introdujeron
a las drogas. ¿Cómo puede suceder tal cosa?
Estos
padres usaron drogas en su adolescencia. Entonces más tarde, cuando
sus hijos llegaron a la adolescencia, los padres pensaron: «Nosotros
usamos drogas, pero sobrevivimos. Y estamos bien hoy. Es mejor para nuestros
hijos que usen drogas en casa en vez de las calles. Y es mejor para ellos
que aprendan de nosotros a manejar las drogas que de sus amigos inexpertos».
Así que enseñaron a sus hijos cómo fumar marihuana,
sorber cocaína y usar agujas. De esta manera, razonaron ellos,
podían controlar el uso de drogas de sus hijos.
Pero
llegó el día de paga. Sus hijos se enviciaron y sus vidas
se descontrolaron. Muchos han abandonado el hogar y viven en las calles.
Están enojados con sus padres, desilusionados por su horrible consejo.
Y están desalentados por la sociedad, sin futuro. Ahora los padres
están descorazonados, llenos de culpabilidad, llorando lágrimas
que llegan demasiado tarde. Te pregunto: ¿Cómo puede cualquier
padre tomar una decisión tan necia? Ellos llevaron ruina sobre
su propia familia. ¿Quién sino Satanás pudo cegar
sus ojos?
Las tragedias que plagan las familias hoy están más allá de lo creíble. Y los ejemplos que mencioné son sólo aquellos que están sucediendo en Estados Unidos. Por todo el resto del mundo, un diablo rabioso está haciendo estragos. Y no se detendrá hasta que devore cada familia a su paso.
Las tragedias que plagan las familias hoy están más allá de lo creíble. Y los ejemplos que mencioné son sólo aquellos que están sucediendo en Estados Unidos. Por todo el resto del mundo, un diablo rabioso está haciendo estragos. Y no se detendrá hasta que devore cada familia a su paso.
Muchas
familias de creyentes han sido sacudidas por caos, tristeza y dolor. Y
la devastación demoníaca ha llegado de muchas maneras: a
través del divorcio, hijos rebeldes, adicciones de todas clases.
Pero el resultado siempre es el mismo: una familia que antes fue feliz
es separada y devorada.
Observé
esto de primera mano por más de cuarenta años, cómo
adictos y alcohólicos venían por ayuda a nuestros centros
y fincas para drogadictos y alcohólicos. Era un gozo ver a estos
hombres y mujeres devastados, maravillosamente salvados y librados de
su atadura. Jesús los cambiaba sobrenaturalmente y los hacía
nuevas criaturas.
Una
de las señales más seguras de una conversión genuina
era cuando un joven o una mujer comenzaban a mirar atrás y ver
lo que el diablo les había robado. Sollozaban mientras abrazaban
una foto de su cónyuge, de su criatura, o de sus padres. Como adictos,
no les había importado perder a su familia; su única preocupación
fue el alcohol o las drogas. Pero ahora lloraban grandes lágrimas
por lo que habían perdido. Señalaban la foto y decían:
«Pastor David, esa es mi esposa. Ella me amaba y yo a ella. Y este
es mi hijo. Pero ahora no sé dónde están. Mire lo
que perdí...».
Era
trágico, devastador. En tales momentos, te das cuenta del poder
destructivo de Satanás sobre estas familias. Efectivamente, la
tragedia más grande nunca fue por los cuerpos devastados de los
adictos, su apariencia demacrada o su expresión vacía. Más
bien, era lo que se les había robado: un cónyuge, un hijo,
un futuro. Peor aún era lo que fue robado de los hijos de los adictos:
una oportunidad de crecer en un hogar santo, conocer el amor de Jesús,
ser amado y cuidado por padres amorosos, ser enseñados, por ejemplo,
cómo vivir para el Señor.
Afortunadamente,
muchos de estos antiguos adictos fueron bendecidos por Dios con sus familias
restauradas. O en algunos casos, encontraron una nueva familia en sus
compañeros de ministerio. Pero aún gimo con ellos por la
destrucción que han visto.
La
única esperanza es Jesús
Ahora,
permíteme regresar al título de mi mensaje: «Cómo
salvar a tu familia de la ruina y la destrucción». Esto es
lo que el Espíritu Santo me ha revelado sobre este asunto:
Llega
el momento cuando ciertas situaciones de la vida están más
allá de cualquier esperanza humana. No hay consejo, ni doctor o
medicina, o cualquier otra cosa que pueda ayudar. La situación
se hace imposible. Y requiere un milagro; si no, terminará en devastación.
En
tales tiempos, la única esperanza es que alguien se allegue a Jesús.
Alguien tiene que poner su oído, su atención. No importa
quién sea, padre, madre o hijo. Esa persona tiene que tomar la
responsabilidad de echar mano de Jesús. Y él tiene que decidir:
«No me voy hasta que oiga del Señor. Él tiene que
decirme: ‘Está hecho; ahora sigue tu camino’».
En
el Evangelio de Juan, encontramos tal crisis familiar: «…Y
había en Capernaum un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo»
(Juan 4:46). Esta era una familia de distinción, quizás
hasta de la realeza. Un espíritu de muerte pendía sobre
el hogar, mientras los padres cuidaban a su hijo moribundo. Puede que
haya habido otros miembros de la familia en el hogar, quizás tías
y tíos, o abuelos, u otros hijos. Y nos dice que toda la casa creyó,
incluyendo a los sirvientes: «…Y creyó el (el padre)
con toda su casa» (4:53).
Alguien
en esa familia en conflicto sabía quién era Jesús
y había oído de su poder milagroso. Y de alguna manera,
llegó la voz al hogar, que Cristo estaba en Canaán, como
a 40 kms de distancia. Desesperado, el padre se encargó de acercarse
al Señor. Las Escrituras nos dicen: «Este, cuando oyó
que Jesús había llegado de Judea a Galilea, vino a él…»
(4:47).
A
través de los años, decenas de madres en nuestra iglesia
se nos han acercado llorando por su asolada familia. Quizás el
esposo había abandonado la familia, o un hijo estaba en la prisión,
o una hija se estaba prostituyendo para mantener su vicio a las drogas.
A menudo, la madre es la última esperanza que la familia tiene
para acercarse a Jesús. Así que ella toma la responsabilidad
para interceder y ella ha decidido orar hasta que el Señor traiga
liberación. Ella compromete a otros a orar con ella, diciendo:
«Está más allá de toda esperanza. Necesitamos
un milagro».
El
noble, en Juan 4, tuvo esa clase de determinación y logró
acercarse a Jesús. La Biblia dice que él «le rogó
que descendiese y sanase a su hijo, que estaba a punto de morir»
(4:47). ¡Qué imagen maravillosa de la intercesión!
Este hombre hizo todo a un lado para buscar al Señor para que le
diera una palabra.
Mas
Cristo le respondió: «Si no viereis señales y prodigios,
no creeréis» (4:48) ¿Qué quiso decir Jesús
con esto? Él le estaba diciendo al noble que una liberación
milagrosa no era su necesidad más apremiante. En lugar de eso,
el asunto número uno era la fe de ese hombre. Piénselo:
Cristo pudo haber entrado a la casa de esa familia, puesto sus manos sobre
el hijo moribundo y sanarlo. Sin embargo, todo lo que esta familia sabría
de Jesús es que él obra milagros.
Cristo
deseaba más para este hombre y su familia. Él quería
que ellos supieran que él era Dios encarnado. Así que le
dijo al noble, en esencia: «¿Crees que es a Dios a quien
ruegas por esta necesidad? ¿Crees que soy el Cristo, el Salvador
del mundo?». El noble contestó: «Señor, desciende
antes que mi hijo muera» (4:49). En ese momento, Jesús vio
fe en este hombre. Es como si Jesús dijera: «Él cree
que soy Dios encarnado». Porque luego leemos: «Jesús
le dijo: Ve, tu hijo vive...» (4:50).
Tristemente,
muchos creyentes siguen su camino antes de escuchar a Jesús. Pero
este hombre se alejó en fe. ¿Cuál fue la diferencia?
Él recibió una palabra del Señor. Él había
rogado a Dios y esperó en él en fe. Y él no se fue
hasta que recibió la promesa de vida. «Y el hombre creyó
la palabra que Jesús le dijo, y se fue» (4:50).
La
iglesia de Jesucristo debe estar ocupada ganando almas, y la mayoría
de los cristianos son fieles haciendo esto. Oramos por las naciones perdidas,
por avivamiento en nuestras ciudades y por nuestros vecinos inconversos.
Doy gracias a Dios que su pueblo está haciendo este vital trabajo.
Pero,
déjame preguntarte: ¿Quién esta orando fielmente
por tu padre, madre, hermana, hermano, primo/a, abuelos inconversos? La
oración por nuestros seres queridos debe ser de mayor importancia
en nuestras vidas. Después de todo, la responsabilidad por tal
oración descansa sobre aquellos que tienen el oído del Señor,
que están lo suficientemente cerca de él para hacer tales
pedidos. Ahora, si ese no eres tú, ¿entonces quién?
¿Quién orará fervientemente por la salvación
de tu familia, si tú no lo haces?
Quizás
piensas: «He testificado a mi familia por años. He vivido
mi testimonio ante ellos fielmente. Ellos conocen mis convicciones. Sólo
tengo que entregárselos a Jesús ahora». Es cierto
que necesitamos entregar a nuestros seres amados al ministerio de convicción
del Espíritu Santo, pero confiar en el Espíritu no significa
que abandonemos la oración urgente por nuestra familia. Si dejamos
de interceder por ellos estamos diciendo, en efecto: «No hay esperanza».
Confiar
en el Señor significa hacer lo opuesto. Si realmente creemos en
él para su salvación y liberación, rogaremos como
hizo el noble: «Por favor, Jesús, ven ahora. Actúa
rápidamente, antes que mi ser amado se pierda para siempre».
Sólo una oración agresiva y ferviente puede combatir los
dardos destructivos de Satanás para arruinar nuestra familia. Oraciones
a medias no derribarán las fortalezas. Tenemos que ser sacudidos
de nuestras propias preocupaciones y ponernos en serio con la oración.
Y tenemos que quedarnos cerca de Jesús hasta que llegue su palabra.
Cuando
los hijos se deslizan
Cuando
Cristo estaba en las costas de Tiro y Sidón, «…una mujer
cananea que había salido…clamaba diciéndole: ¡Señor,
Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada
por un demonio» (Mateo 15:22). Satanás se había mudado
al hogar de esta mujer y tomó posesión de su hija. La palabra
para ‘gravemente’ aquí viene de la raíz que significa
depravada. En resumen, la muchacha era vil, mala, manejada por Satanás.
Ahora
bien, ésta no era una mala madre. Aunque ella era gentil, ella
creía. Después de todo, se dirigió a Jesús
como «Señor, Hijo de David». En efecto, ella esta diciendo:
«Tú eres el Salvador, el Mesías de Dios». En
este momento, viene la pregunta: ¿Cómo puede Satanás
tener acceso a la hija de un creyente? ¿Cómo puede el tomar
posesión de niños que viven en un hogar santo?
Quizás
tú eres un padre cristiano. Has criado a tu hijo en la iglesia
y has hecho lo mejor para mostrarle el buen camino. Pero ahora, después
de años asistiendo a la escuela dominical y escuchando sermones
ungidos en la iglesia, se ha puesto frío e indiferente a las cosas
de Dios. Le importa un bledo servirle a Jesús. Y te preguntas:
«Señor, ¿cómo pudo suceder esto?».
A
través de los años, he visto que esto les ha pasado a muchos
hijos de ministros. Gran cantidad de estos jóvenes han entrado
a nuestros centros de drogas ‘Desafío Juvenil’ después
de estar fuera de control con las adicciones. Fueron criados en hogares
santos, pero de alguna manera tomaron el mal camino. Sus vidas comenzaron
a ser manejadas por poderes demoníacos, y llegaron a ser adictos
a drogas, alcohol, pornografía y prostitución.
Mientras
lees esto, puedes estar tomando un suspiro de alivio, pensando: «Gracias
a Dios, que no es mi hijo o mi hija. Tengo buenos muchachos. Tuve cuidado
de criarlos en el temor y conocimiento del Señor. Ellos conocen
el camino correcto. Puede que no estén ardiendo por Jesús,
pero por lo menos no están usando drogas».
Tales
padres tienen derecho a ser agradecidos. Sin embargo, nunca temen que
su hijo esté tibio hacia Jesús. Según el Señor
mismo, estar tibio es una condición tan terrible como estar oprimido
por demonios. Cuando Cristo advirtió: «Te vomitaré
de mi boca», él no se estaba dirigiendo a drogadictos. Él
estaba hablando a creyentes tibios en su iglesia (ver Apocalipsis 2-3).
Jesús sabe que un espíritu de tibieza puede adormecer a
cualquier creyente en tentaciones demoníacas infernales.
Tus
hijos pueden ser amables, educados, y bien comportados. Ellos pueden alejarse
de la mala compañía, respetar a los mayores y ser rectos
moralmente. Pero si no son sinceros en su amor por Jesús –si
están vagando espiritualmente– están en peligro. Ves,
cualquier niño que es criado en un hogar de creyentes ya es el
primer blanco de Satanás. El diablo persigue a aquellas familias
que son más fervientes en su amor por Jesús. Pero ahora
la tibieza del hijo ha facilitado el trabajo del enemigo. Él se
deleitará al ver cuán fácil es atrapar a tu hijo
o hija en una atadura de pecado.
Hasta
los cristianos más devotos –incluyendo a ministros– pueden
estar cegados por la trampa que Satanás ha tendido para sus hijos
espiritualmente pasivos. El enemigo está buscando constantemente
cómo apagar la menor chispa de vida espiritual que hay en ellos.
Te ruego, padre cristiano: no permitas que el diablo llegue a tu hijo.
Ponte sobre tu rostro diariamente y rodea a tu joven con intercesión.
Dios te ha dado el poder para sacudirlo de su estado de tibieza.
Un
testimonio personal
Cuando
mis hijos eran adolescentes, pensé que simplemente podía
amarlos y así hacerlos entrar al reino de Dios. Me dije: «Estaré
disponible para mis hijos. Seré un amigo para ellos. Sólo
necesito estar disponible para ellos, para que puedan comunicarme sus
necesidades».
Entonces
un día, mi hijo mayor, Gary, llegó llorando de la escuela.
Fue directamente a su habitación y se tiró sobre la cama.
Cuando le pregunté qué pasaba, contestó: «Papá,
no creo que haya un Dios. Es todo un mito».
Supe
entonces que todo el amor del mundo no podía resolver este tipo
de ataque satánico. Y simplemente comunicarme con mi hijo no iba
a solucionar el problema. No pude decirme a mí mismo: «Esto
es sólo una mala etapa; se le pasará. Él es un buen
muchacho; y él sabe que lo amo».
No,
tuve que afrontar lo que estaba sucediendo ante mí: Satanás
estaba tratando de robarle a mi hijo su fe genuina y ferviente. Yo vi
a Gary entregarle su vida a Jesús a los cinco años y yo
sabía que su fe era preciosa. Ahora el enemigo quería esa
fe. Y estaba tratando de usar duda e incredulidad para destruirla. Efectivamente,
Satanás estaba apuntando al mismo nervio central de nuestra familia:
nuestra confianza en Jesús.
Yo
sabía que sólo tenía una opción. Fui a mi
cuarto de oración; y cerré la puerta detrás de mí,
me puse sobre mi rostro, y me acomodé para la batalla. Determiné:
«Satanás, no vas a tener a mi hijo». Desde ese día
en adelante, clamaba al Señor a nombre de Gary. Yo rogaba: «Señor,
guarda a mi muchacho del maligno».
El
cambio que finalmente tomó lugar en Gary no sucedió de la
noche a la mañana, o dentro de una semana, ni aun meses. Él
siguió luchando con la confusión; pero llegó el momento
cuando la confianza de Gary en Jesús fue restaurada. Y si has leído
mis mensajes por algún tiempo, sabes que Gary ha servido en el
ministerio a tiempo completo desde su adolescencia. Él es un devoto
amante de Jesús. Y en este último año, tengo el privilegio
de predicar a su lado en reuniones de otros ministros.
Cada
uno de mis otros tres hijos tuvo sus propias pruebas de fe. Pero como
sucedió con Gary, el Señor ha sido fiel para darles la victoria
a Debbie, Bonnie y Greg también. Como su hermano, ellos también
llegaron a ser piadosos amantes de Jesús y siervos en el ministerio.
Aun así, mi intercesión por mi familia nunca se ha detenido.
Ahora mi esposa, Gwen y yo nos unimos en oración a nuestros hijos
adultos por nuestros diez nietos.
Una
mujer que persistió en pedir
La
mujer con la hija enferma persistió en buscar a Jesús. Finalmente,
los discípulos le rogaron al maestro: «Señor, despídela,
salgamos de ella. No deja de molestarnos». Fíjate cómo
responde Jesús a las plegarias de la mujer: «Pero Jesús
no le respondió palabra» (Mateo 15:23). Evidentemente, Cristo
ignoró toda la situación. ¿Por qué haría
esto? Sabemos que nuestro Señor nunca ha hecho oído sordo
al clamor de cualquier buscador sincero.
El
hecho es que Jesús sabía que la historia de esta mujer le
sería contada a cada generación futura. Y él quiso
revelar una verdad a todo aquel que la leyera. Así que él
probó la tenacidad de la fe de esta mujer. Cuando finalmente le
habló, él dijo: «No soy enviado sino a las ovejas
perdidas de la casa de Israel» (15:24). Cristo estaba diciendo,
en resumen: «Yo vine para salvación de los judíos.
¿Por qué debiera malgastar mi evangelio en un gentil?».
Ahora,
esta declaración hubiera alejado a muchos de nosotros. Pero la
mujer no se movía; la condición de su hija era un asunto
de vida o muerte para ella. Y ella no le iba a dar descanso a Jesús
hasta que le diera lo que ella necesitaba.
Te
pregunto: ¿Cuántas veces te das por vencido en la oración?
¿Cuántas veces te has cansado y razonaste: «He buscado
al Señor. He orado y pedido. ¿Y obtuve resultados?».
Bueno, ¿era un asunto de vida o muerte para ti? ¿Realmente
buscaste al Señor con todo tu corazón, alma, mente y fuerza,
sabiendo que no había otro recurso?
Considera
cómo respondió esta mujer. Ella no respondió con
una queja, o un dedo acusador, diciendo: «¿Por qué
me lo niegas, Jesús?» No, la Escritura dice lo contrario:
«Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo:
¡Señor, socórreme!» (15:25).
Lo que sigue es difícil de leer. Una vez más, Jesús rechaza a la mujer. Sólo que esta vez su respuesta es aun más severa. Él le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos» (15:26).
Lo que sigue es difícil de leer. Una vez más, Jesús rechaza a la mujer. Sólo que esta vez su respuesta es aun más severa. Él le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos» (15:26).
Es
importante para nosotros entender que los creyentes judíos de ese
tiempo consideraban a los gentiles menos que los perros a los ojos de
Dios. Por supuesto, Jesús no aceptaba esto; él no lanzaría
una difamación racial a ninguna criatura del Padre Creador. Pero
él sabía que esa mujer estaba enterada de la actitud de
los judíos hacia los gentiles. Y, una vez más, él
la estaba probando.
Ahora
la madre le contesta: «Sí, Señor; pero aun los perrillos
comen de la migajas que caen de las mesas de sus amos» (15:27).
¡Qué increíble respuesta! Esta mujer decidida no iba
a ceder en su persecución de Jesús; y el Señor la
elogia por eso. Jesús le dijo a la mujer: «Oh mujer, grande
es tu fe; hágase contigo como quieras. Y su hija fue sanada desde
aquella hora» (15:28).
Amados,
no debemos conformarnos con migajas. Nos han prometido toda la gracia
y misericordia que necesitamos para nuestras crisis. Y eso incluye cada
crisis que concierne a nuestras familias, salvas o no. Somos invitados
para entrar audazmente al trono de Cristo, con confianza. Y debemos presentarle
cada necesidad, sea un padre incrédulo o un hijo rebelde. Puede
ser que no veamos a cada ser amado ponerse bien con el Señor o
cambiar su vida; pero podemos erigir grandes murallas a su alrededor,
para detener su carrera al infierno. Podemos pedir convicción sobre
ellos y levantar muros de protección alrededor de ellos. También
podemos orar por personas en sus vidas que les testifiquen.
Pero,
hay una cosa que puedo asegurarte: estas cosas no sucederán si
simplemente los entregamos a su suerte. Puede que tratemos de convencernos:
«Sólo tengo que tomar el asunto en fe, ahora». Pero
eso es una falsa coartada. Todo lo que hace es librarnos de derramar nuestro
sudor espiritual y lucha en intercesión por las almas de nuestros
seres queridos.
Te
insto, haz ésta tu oración: «Señor, si uno
de los míos se pierde, no será porque no ore. No será
porque tome por sentado la obra del Espíritu en sus vidas. Y no
será porque no llore sobre ellos. Pase lo que pase, voy a luchar
en intercesión por ellos, hasta que uno de nosotros regrese a casa
a estar contigo».
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