Cristo había recibido como única misión el
salvarnos, realizar otra era pecado. Satanás sabía que Dios
le había encomendado una sola misión a Su Unigénito. Sabía que Cristo no se
podía apartar de esa misión,
que si hubiera alterado esa misión,
o si hubiera tomado sobre sus hombros alguna otra misión, hubiera fallado, hubiera pecado. Si
hubiera pecado no hubiera podido salvarnos.
Por eso varias veces
Satanás le puso traspiés al Señor para hacerlo mezclarse
en juicios, en política, etc., como cuando trató de llevarlo a ser juez, o a ser verdugo, o a proclamarse rey, o
a castigar a los que merecían castigo.
Por ser su misión solamente salvación, es que
Jesús rechazaba ciertas “soluciones”. ¿Piensan ustedes que fue con su
propia fuerza, poder y virtud que
Elías hizo que descendiera fuego del cielo y quemara a aquellas dos
compañías de soldados?
¿Creen ustedes que aquello
fue un “error” de Elías? (II R 1:10-12).
Es evidente que el que le
dio el poder a Elías para hacer aquel milagro fue Dios; y es evidente también que Dios
estuvo de acuerdo con lo que estaba haciendo Elías, pues si no, no lo
hubiera respaldado.
¿Creen ustedes que Cristo estaba en desacuerdo con Dios
respecto a lo que hizo Elías?
¡Claro que no! Cristo aprobaba lo mismo que Dios
había aprobado. Por lo tanto, no fue un pecado de Elías
hacer lo que hizo.
Tampoco era un pecado en
sí mismo el pretender los discípulos hacer lo que Elías
había hecho previamente: hacer
descender fuego para castigar los rebeldes.
Eso fue lo que intentaron hacer Jacobo y Juan. Lo que era pecado era hacerlo como parte de la misión de
Cristo. Por eso el Señor no
les permitió hacerlo.
“52 Y envió mensajeros delante de sí, los cuales fueron y entraron en una ciudad de los samaritanos, para prevenirle. 53 Mas no le recibieron, porque era su traza de ir a Jerusalem. 54 Y viendo esto sus discípulos Jacobo y
Juan, dijeron: Señor,
¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, y los consuma, como
hizo Elías? 55 Entonces volviéndose
él, los reprendió, diciendo:
Vosotros no sabéis de
qué espíritu sois; 56 porque el Hijo del hombre no
ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea.” (Lc
9:52-56)
La única diferencia estribaba en que en este caso la
misión de Cristo era muy diferente de la misión de Elías, era mucho más
específica y requería diferentes métodos. No era la misión de
Jesús, castigar, destruir, juzgar, etc., sino salvar; y no iba nadie a sacarlo de su misión durante los 33
años que permanecería aquí.
Por eso no quiso dar su voto
(ni negarlo) para que castigaran a la adúltera; por eso no quiso juzgar el caso del hermano que no quería
compartir la herencia; por eso tampoco
quiso castigar aquella ciudad de samaritanos. Nada de eso era su misión en su Primera Venida, él no venía a nada de
eso, y no quiso dejarse arrastrar a
ello por otros; sea que esos otros
actuaran de mala fe, como los
fariseos, que eran agentes de Satanás, o de buena fe, como los apóstoles.
No es que Cristo desaprobara lo que Elías había hecho,
puesto que aquello fue hecho con autoridad y poder de Dios. Tampoco estaba Cristo en
contra del castigo al adulterio, puesto que éste fue establecido por
su Padre Dios, y él no estaba
llevándole la contraria ni pretendiendo ser “más bondadoso”
que Dios. Es que, sencillamente, la
misión que Dios le encomendara para aquel momento era otra, según vemos en Jn 3:17,
y no quería él pecar
apartándose de la misión encomendada, y acometiendo otra.
“Porque no envió Dios a
su Hijo al mundo, para que condene al mundo, mas para que el mundo sea
salvo por él.”
(Jn 3:17)
No debe concluirse de casos
como este, que Dios pensaba una cosa, mientras que Cristo, más “humano” y “generoso” le llevaban la contraria, o le enmendaba la plana.
Al fin y al cabo Nuestro Señor Jesucristo está de acuerdo en
enviar a los seres rebeldes al infierno, al igual que lo piensa Dios. Por consiguiente, cuando el Señor Jesucristo se opuso a que Juan y Jacobo
hicieran descender fuego para castigar a aquellos rebeldes samaritanos, lo hizo porque no era esa su
misión en ese momento, y
aprobarlo hubiera sido pecar; no
porque considerara que no lo merecían.
Tampoco ha de entenderse que Dios pensaba una cosa en época de
Moisés y que cambió de opinión un par de milenios
más tarde, para arreglar las
cosas, hasta el punto de enviar a su
Ungido a contradecir lo que antes Él aprobara.
Jesucristo, y por ende también Dios, es el mismo ayer hoy y por los siglos, como dice Heb 13:8; no va Dios a pensar
una cosa en época de Moisés y otra en época de San Pablo.
Por no ser esa su misión, Cristo no se prestó a hacer
juicios. Es evidente que en Jn 3:17
halla uno la explicación del porqué Cristo no se dejaba arrastrar
a donde querían llevarlo los fariseos y otros. Ellos, incitados por Satanás, y sin saber
por qué lo hacían, querían incitar a Cristo a juzgar o a
condenar a alguien, para invalidar así su misión de salvación.
Dios no le dio a Cristo en
su Primera Venida, la misión
de juzgar o condenar. Él no
vino a condenar, sino a salvar. Si él hubiera condenado a
alguien, se habría apartado
de la misión de Dios, lo cual
hubiera constituido un pecado. Por
eso es que los fariseos y demás enemigos lo incitaban a que juzgara o
condenara a alguien. Ellos no se
daban cuenta de la guerra espiritual que estaba teniendo lugar, y en la que ellos participaban sin
estar conscientes de ello, pero como
que en realidad ellos no servían a Dios, el Diablo los utilizaba para tratar de llevar a Cristo a que
juzgara o condenara a alguien, y
así arruinar su misión salvadora con el pecado.
Por eso Cristo no
condenó a la adúltera de Jn 8:3-11. No es que Cristo abrogara las leyes
de Dios, pero tampoco quiso erigirse
en juez para aplicarlas, porque como
vimos en Jn 3:17, no era esa su
misión. Para juzgar los delitos ya Dios había puesto
reyes, gobernadores y jueces. No iba Jesús a usurpar sus
funciones. Por eso ni condenó
ni absolvió a la adúltera,
sino que, después que vio que
nadie la había condenado, le
dijo simplemente: vete y no peques
más.
Por eso tampoco se metió en el litigio que por la herencia,
tenía en Lc 12:13-14 uno de
sus oyentes, a quien su hermano lo
había estafado. No es que
Jesús pensara que no debía haber leyes contra la estafa. Ni tampoco abolió por eso las
leyes contra la estafa. No es que
Jesús hubiera abolido todas esas leyes; es que su misión era de salvación, no de condenación, ni de legislación; él venía como salvador, no como juez ni como legislador.
“Le dijo uno de la multitud:
Maestro, di a mi hermano que parta
conmigo la herencia. Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre
vosotros como juez o partidor?” (Lc
12:13-14)
No estaba Cristo, por no meterse en este problema entre
hermanos, aboliendo las leyes de la herencia, ni el castigo de los tramposos, ni el derecho de cada heredero a
reclamar su parte. Tampoco estaba el Señor aprobando el
adulterio, o aboliendo las leyes de Dios sobre el adulterio, por el hecho
de no meterse a condenar a la adúltera. Es que él sabía que detrás de todo eso
estaba la mano de Satanás tratando de apartarlo de la única
misión a él encomendada por Dios, para así echar a perder su obra redentora, y perderlo también a él.
Si Cristo se hubiera metido
a resolver litigios, no sólo
hubiera faltado a la misión a él encomendada, sino que además le hubiera venido encima miles de
litigantes que le hubieran hecho materialmente imposible su misión.
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