*Reflexiones del corazon*

lunes, 14 de noviembre de 2011

*Créelo la gente esta muerta!


 *Créelo la gente esta muerta!
Varias veces me he hecho esta pregunta, cuando he asistido a un funeral. Ciertamente el sacerdote se considera un funcionario de su religión, y así se lo reconocen los fieles. Es su obligación, pues, presidir los entierros acompañándolos con rezos según el ritual de difuntos. Con este libro en la mano, el sacerdote hace los mismos rezos en el funeral de uno que haya llevado una vida más o menos honrada, que en el funeral de aquel que toda su vida fue un sinvergüenza, e incluso en el de aquellos que no han pisado la iglesia en toda su vida.
Ahora sí, la pompa y la honra no es para todos igual, todavía hay clases para la Iglesia, aun entre los muertos. Esto sólo tiene explica­ción, si se considera a la religión como un producto de consumo obligatorio, que se sir­ve según la capacidad adquisitiva del cliente. Los rezos del sacerdote en los funerales (llamados responsos) tienen un carácter de intercesión por el muerto, invocando a santos y vírgenes en su ayuda, para librarlo de las penas del purgatorio. Lugar inventado por la Iglesia tradicional, para pagar penas que el muerto no pagó en esta vida. ¿Y por qué ese muerto no puede estar en el infierno, lugar del que nos habla Cristo en su Palabra, o en el cielo con los justos? Si ha sido sentenciado al inferno, nadie podrá ayudarle, y si está con
los justos, no necesita de nada.Esta doctrina del purgatorio es la negación del sacrifcio perfecto de Cristo, en el cual tiene parte todo aquel que acepta a Jesús como su único y perfecto Salvador. Además, el purgatorio es un flón de ingresos para las arcas de la Iglesia Católica. Las gentes sencillas con su ignorancia de las Sagradas Escrituras y el afecto natural que sienten por sus muertos, no dudan en dar sus dineros en favor de sus muertos, aunque sólo favorezcan con ello el bolsillo de los clérigos. Esta doctrina del purgatorio sitúa a los feles católicos en una incertidumbre y preocupa­ción constante por sus muertos, que hace de gusanillo para desenterrar sus dineros y llevarlos al altar a cambio de misas. Qué diferente es la actitud de los que por la fe en Cristo viven perdonados y justificados en Él. Saben que el cuerpo va a la muerte a causa de su corrupción, pero el espíritu vive a causa de la justicia de Cristo, y un día también Cris­to transformará este cuerpo mortal resucitán­dolo, “para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:21). Y este cuerpo mortal será vestido de inmortalidad e incorrupción (1 Cor.15:53). También dice Jesús: “El que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá” (Jn. 11:25). Qué serenidad muestra el que vive en Cristo ante la muerte, pues sabe que toda la obra redentora de Cristo le acompaña. El Concilio Vaticano II dice: “El rito de las exequias debe expresar más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana y responder mejor a las circunstancias y tradiciones de cada país, aun en lo referente al color litúrgico” (Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Cap. III, Nº. 81). Lo que no se entiende muy bien, es que se ha­ble del sentido pascual de la muerte cristiana, y al mismo tiempo ponerla bajo la mediación de santos y vírgenes, acompañada de las cir­cunstancias y tradiciones de cada país. 

El apóstol Pablo dice: “Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrifcada por nosotros” (1 Cor. 5:7). Tanto en la vida como en la muerte nuestra existencia tiene un sentido pascual en Cristo, porque Cristo es la resurrección y la vida. Él ha sido sacrifcado por nosotros, como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn.1:29). Y todos aquellos que creéis en el Señor Jesús, “en su Nombre ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justifcados, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor. 6:11). La Palabra de Dios nos afrma que por la fe en Cristo estamos lavados de nuestros pecados, santifcados por el Espíritu, y justifcados ante Dios. Porque el mismo Dios hizo cargar todos nuestros pecados sobre Su Hijo: “Al que no conoció pecado (a Su Hijo), por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en El” (2 Cor. 5:21). Ahora bien, cuando uno se encuentra en un funeral presidido por un sacerdote, allí no se da testimonio de esta esperanza de vida, ni se confesa la certeza de vida eterna en Cristo. Antes bien, se niega todo esto, porque se le enseñó a los feles católicos a confar en sus propias obras y con ellas presentarse ante Dios. Y, así, desprecian la obra que Jesús ha consumado para todos nosotros. Por eso tienen que buscar otras ayudas, como son los llamados “santos” y “vírgenes” de su devo­ción; y como colmo de sus desvaríos se creen con el poder de aplicar misas como sufragio por las culpas y penas de los muertos. Esta práctica está tan arraigada en el pueblo cató­lico, que he visto a personas maldecir a Dios por la muerte de un familiar y, sin embargo, pagar al sacerdote misas y más misas por ese muerto. A esas personas, yo mismo les he dicho: “Eso no le vale para nada al muerto y es un testimonio de incredulidad e idolatría en contra de vosotros. El único sacrifcio válido, lo realizó Cristo ofreciéndose a sí mismo en la cruz, habiendo obtenido eterna salvación, y de una vez y para siempre”. “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santifcados; pues donde hay remisión de pecados, no hay más ofrenda por el pecado” (Hebr. 10:10-18).

Pero a pesar de la claridad con que habla la Palabra de Dios, de “que no hay más ofrenda por el pecado”, sin embrago, los familiares y amigos de esos muertos pagan a los sacerdo­tes para que ofrezcan “misas” como ofrenda por el pecado. Esto es contradecir la Palabra de Dios.


En tal situación: ¿Quiénes son los muertos?: son todos los que anuncian el reino de la muerte sin esperanza ni consuelo. Pero Jesús te dice: “Deja a los muertos que entierren a sus muertos; y tú ven (sígueme), y anuncia el Reino de Dios” (Lc. 9:60).

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