CONDUCTA ANTISOCIAL O VIVIR SIN REGLAS
Una conducta antisocial es aquella que atenta contra la integridad física emocional de las personas y/o de sus bienes.
La conducta antisocial es una problemática que surge por la combinación
de diversos factores entre los que destacan la conducta turbulenta en la
escuela, el consumo de drogas, el alcoholismo, la relación antisocial
con sus pares, las alteraciones emocionales, el maltrato, los problemas
familiares, entre otras situaciones que hacen a los individuos más
vulnerables.
Juan Fernando González G
Seductor y muy sociable, pero también violento, egoísta y enemigo de
las reglas. Así es quien padece el trastorno de conducta antisocial,
mismo que, de no ser atendido en la infancia, puede dar lugar a un ser
dañino para la sociedad.
Todos hemos incumplido alguna regla en algún momento de nuestra
vida, como mentir para no asistir a la escuela, tomar dinero del bolso
de mamá para comprar un juguete, ignorar la luz roja del semáforo o
decir que nos asaltaron cuando en realidad gastamos cierta cantidad de
dinero. Empero, éstas y otras faltas a las normas sociales pueden
considerarse hasta cierto punto inofensivas, cuando se presentan en
forma excepcional y no causan grave perjuicio a alguien más.
No obstante, hay individuos que siempre actúan del mismo modo e
ignoran de manera sistemática las leyes, al mismo tiempo que buscan, un
día sí y el otro también, aprovecharse de la buena fe de amigos y
familiares para obtener el máximo beneficio con el mínimo esfuerzo, sin
sentir remordimiento por cada una de sus acciones.
Hablamos de aquel personaje que es capaz de relatar mil y una
aventuras para salvarse de la bancarrota, cubrir la renta de su casa o
inscribir a sus hijos en la escuela, pero que nunca paga. Hablamos de
quien toma lo que no es suyo y lo destruye sin dar la cara por sus
actos, de quien a la mínima provocación pelea en la calle, restaurante o
bar, o de quien ignora las necesidades básicas de su familia y, en
lugar de comprar víveres, opta por adquirir los zapatos que “le
guiñaron el ojo” en el aparador. Hablamos, en síntesis, de un ser con
trastorno de conducta antisocial.
Con la lupa de la ciencia
Los expertos en salud mental han elegido dividir las patologías (enfermedades) psiquiátricas en dos grandes rubros. Por un lado, se encuentran los trastornos mayores, que son los más graves, frecuentes y representativos (depresión, esquizofrenia, trastorno bipolar) y requieren tratamiento fundamentalmente farmacológico.
Los expertos en salud mental han elegido dividir las patologías (enfermedades) psiquiátricas en dos grandes rubros. Por un lado, se encuentran los trastornos mayores, que son los más graves, frecuentes y representativos (depresión, esquizofrenia, trastorno bipolar) y requieren tratamiento fundamentalmente farmacológico.
En el otro extremo se ubican las alteraciones de la personalidad o
forma de ser del individuo, es decir, la manera en que piensa, siente y
se conduce en el día a día, lo que incluye, por supuesto, sus valores y
creencias. A este apartado corresponde la conducta antisocial.
Para entender a profundidad el tema, saludymedicinas.com.mx
conversó en exclusiva con la prestigiada psiquiatra Martha Ontiveros
Uribe, presidenta de la Asociación Psiquiátrica Mexicana (APM), quien
explica que lo que se conoce como personalidad tiene dos componentes:
el temperamento, que es la condición con la que nace el ser humano y es
susceptible a heredarse, y el carácter, elemento que se determina
socialmente.
Para no dejar lugar a dudas, la especialista, formada a nivel
licenciatura en la Escuela Mexicana de Medicina de la Universidad La
Salle, en la capital del país, refiere como ejemplo al recién nacido
que se mueve mucho dentro de la cuna, es inquieto, se nota irritado y se
desgañita si no le dan el biberón; en contraste, encontramos al niño
que, en el mismo ambiente que otros chicos, se comporta tímidamente, se
retrae ante los desconocidos y siente miedo si su madre se aleja.
En ambos casos, señala la experta, se trata de comportamiento que
los infantes no pudieron haber aprendido, y corresponde a los rasgos
temperamentales que heredaron de sus padres.
Así pues, a estas características se suma el aprendizaje que todo
niño logra asimilar en su entorno familiar, social y cultural, afirma
la especialista graduada como psiquiatra por la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM).
De este modo, abunda, “si el niño nace en hogar rígido, en el que se
busca la perfección y los valores son prioritarios, entonces aprende
esto. Si además de ello nació con temperamento tímido y tranquilo, hay
muchas probabilidades de que sea persona seria, formal y responsable”.
De modo contrario, si el infante es educado de manera violenta, con
malas palabras y gritos, aprenderá a comportarse de igual forma; claro
está que puede haber matices, indica la experta en salud mental, por lo
que un niño con temperamento tímido puede modificar su personalidad si
se desarrolla en atmósfera familiar desinhibida, en la que se alienta
la charla constante y el intercambio de opiniones críticas.
“Infancia es destino”
Algunos de los trastornos de la personalidad más frecuentes son el paranoide, caracterizado por la desconfianza y suspicacia que hacen que se interpreten maliciosamente las intenciones de los demás, o el esquizoide, en el que se presenta una distorsión de la percepción y comportamiento excéntrico.
Algunos de los trastornos de la personalidad más frecuentes son el paranoide, caracterizado por la desconfianza y suspicacia que hacen que se interpreten maliciosamente las intenciones de los demás, o el esquizoide, en el que se presenta una distorsión de la percepción y comportamiento excéntrico.
También existe el histriónico, muy común y caracterizado porque la
persona muestra excesiva emotividad y gran demanda de atención, así
como el trastorno narcisista, en el que está presente la grandiosidad y
enorme necesidad de ser admirado.
Todos los desequilibrios de este tipo se diagnostican a partir de
los 18 años, y se hace de esta manera porque se considera que antes de
esta edad la personalidad puede modificarse, de tal suerte que el
diagnóstico prematuro puede ser erróneo y afectar la vida futura del
individuo.
No obstante, la excepción a la regla es precisamente la del
trastorno antisocial, el cual puede ser identificado por la mirada
experta del psicólogo, psiquiatra o paidopsiquiatra (especializado en
niños) a partir de los ocho años de edad. Al respecto, si se deduce que
el infante padece este desequilibrio, lo correcto es definirlo como
trastorno disocial, a fin de diferenciarlo del nombre que recibe en la
etapa adulta.
Generalmente, acota la Dra. Ontiveros Uribe, estos niños son hijos
de personas que probablemente tuvieron el mismo trastorno, o bien,
viven en medio familiar en el que hay abuso de sustancias y se carece de
estructura que respete las normas sociales. Es de esperar que en
dichas circunstancias, reitera la entrevistada, las posibilidades de
convertirse en ser antisocial se multipliquen.
Es pertinente señalar que 30% de los niños con alteración disocial
evoluciona hacia algún trastorno antisocial en la vida adulta, aunque
hay que decir también que quien se encuentra en dicha situación empieza
a manifestar su comportamiento desde la adolescencia, etapa en la que
es común que mienta, tome lo que no es suyo sin autorización y se
comporte de manera agresiva. Es habitual, asimismo, que sea sumamente
impulsivo y sexualmente promiscuo (mantiene relaciones con varias
personas).
Igualmente, dice la psiquiatra, son personas “que se pelean por
cualquier cosa, amenazan, faltan a clases, se van ‘de pinta’ y pueden
ser crueles con las personas y animales, espectro que a final de cuentas
les facilita relacionarse con muchachos que delinquen o consumen
drogas, lo cual agrava el problema de base”.
¿Hay solución?
Como se ha vislumbrado, lo ideal es identificar en edad temprana al niño que responde al “retrato hablado” que dibujamos líneas arriba. Sin embargo, esto es muy complicado, pues es común que la familia del menor ignore las consecuencias que puede tener este comportamiento y, en muchas ocasiones, es copartícipe del problema.
Como se ha vislumbrado, lo ideal es identificar en edad temprana al niño que responde al “retrato hablado” que dibujamos líneas arriba. Sin embargo, esto es muy complicado, pues es común que la familia del menor ignore las consecuencias que puede tener este comportamiento y, en muchas ocasiones, es copartícipe del problema.
La Dra. Ontiveros Uribe relata que es indispensable que el chico
reciba atención especializada antes de que alcance los 12 años de edad.
El tal caso, el psiquiatra puede optar entonces por atender
directamente al niño para tratar de dotarlo de valores y hacer que
logre apegarse a ciertas reglas, pero otros expertos consideran que a
quienes se debe tratar es a los padres, a fin de enseñarles a reforzar
las conductas correctas y positivas de su vástago, a la vez de que
traten de eliminar las que no lo son.
“El tratamiento será exitoso en la medida que los padres le pongan
límites a sus hijos, lo cual implica gran esfuerzo porque hay que estar
sumamente atentos a lo que suceda en la escuela y en la relación con
sus amigos”, enfatiza la entrevistada.
Lamentablemente, sintetiza la experta en salud mental, quien llega a
la etapa adulta con este tipo de personalidad difícilmente puede
modificar su actitud y continúa perjudicando a la gente con la que se
relaciona. Por ello, al paso del tiempo lo habitual es que estos
individuos resientan el rechazo social y se queden solos, ya que quien
convive con ellos termina por cansarse de su comportamiento.
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