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Hermanos
míos, no haya entre ustedes tantos maestros, pues ya saben que quienes
enseñamos seremos juzgados con más severidad. Todos cometemos muchos
errores; ahora bien, si alguien no comete ningún error en lo que dice,
es un hombre perfecto, capaz también de controlar todo su cuerpo. Cuando
ponemos freno en la boca a los caballos para que nos obedezcan,
controlamos todo su cuerpo. Y fíjense también en los barcos: aunque son
tan grandes y los vientos que los empujan son fuertes, los pilotos, con
un pequeño timón, los guían por donde quieren. Lo mismo pasa con la
lengua; es una parte muy pequeña del cuerpo, pero es capaz de grandes
cosas. ¡Qué bosque tan grande puede quemarse por causa de un pequeño
fuego! Y la lengua es un fuego. Es un mundo de maldad puesto en nuestro
cuerpo, que contamina a toda la persona. Está encendida por el infierno
mismo, y a su vez hace arder todo el curso de la vida. El hombre es
capaz de dominar toda clase de fieras, de aves, de serpientes y de
animales del mar, y los ha dominado; pero nadie ha podido dominar la
lengua. Es un mal que no se deja dominar y que está lleno de veneno
mortal. Con la lengua, lo mismo bendecimos a nuestro Señor y Padre, que
maldecimos a los hombres creados por Dios a su propia imagen. De la
misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos, esto no debe
ser así. De un mismo manantial no puede brotar a la vez agua dulce y
agua amarga. Así como una higuera no puede dar aceitunas ni una vid
puede dar higos, tampoco, hermanos míos, puede dar agua dulce un
manantial de agua
Medir Las palabras Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que
sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los
oyentes. Efesios 4:29
Solemos hablar de la disciplina personal, de la de los hijos, de la
eclesiástica…, pero hablamos muy poco de la disciplina de la lengua. Sin
embargo, ¡cuánta necesidad tiene el mundo de una disciplina de la
lengua! Santiago dijo que una lengua indisciplinada es «un mundo de maldad» (Sant. 3: 6). Nuestra
lengua debe ser disciplinada para que no pronuncie palabras falsas,
airadas, mentirosas, corrompidas, innecesarias, blasfemas y de juicio y
condenación hacia los demás.
En cambio, la lengua también debe ser disciplinada para que pronuncie
palabras que edifiquen a los demás y que den gracia a los oyentes, como
dice nuestro versículo de hoy. Otra vez cabe consignar aquí las
instrucciones que nuestro Señor dio en el Sermón del Monte, que, según
todos los cristianos aceptamos, es la ley fundamental del reino de Dios: «Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede» (Mat. 5: 37).
La solemne amonestación de Jesús está en armonía con la literatura sapiencial del Antiguo Testamento. Proverbios
13: 3 afirma: «El que guarda su boca guarda su alma; mas el que mucho
abre sus labios tendrá calamidad». Nuestro Señor dijo que todo lo que
digamos después de decir «Sí», o «No», ya tiene un mal origen. Y Salomón dice que quien abre mucho sus labios (para hablar, por supuesto) «tendrá calamidad». Por eso, el rey sabio aconsejó: «No dejes que tu boca te haga pecar» (Ecl. 5.6).
No es posible ponderar en exceso la gravedad de hablar demasiado. La
persona que habla demasiado se expone a muchos errores, de muchos de los
cuales solo se enterará cuando ya sea demasiado tarde. El que habla
mucho no se da cuenta de que va dejando una ola de heridas por el camino
que transita, y tarde o temprano lo alcanzará la «calamidad».
La persona que disciplina su lengua tiene grandes ventajas. Se
librará de muchos problemas ahora y en la eternidad. Uno de los peligros
es dañar a las criaturas de Dios. Las palabras descuidadas podrían
afectar y dañar a esas personas, que son el proyecto de Dios.
Decide hoy no hablar mal de otros, juzgarlos y condenarlos. Entonces
en la comunidad cristiana fluirá el gozo. Muchas cosas buenas ocurrirán
en tu relación matrimonial, en la iglesia y en tu lugar de trabajo si
disciplinas tu lengua. Si así lo haces, todas tus palabras serán
edificantes y llenarán de gracia y de gozo el corazón de todos los que
las escuchen
El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca..
Yo conozco lo que hay en su corazón por las palabras que salen de su boca.
La palabras de chismes, critica, groserías o negatividad se revelan mucho mas sobre nosotros que de la persona de lo cual o a lo cual estamos hablando. Se revela que es una persona que sufre de una inseguridad en si mismo y en Dios. Esta inseguridad, tiene su raíz hasta lo mas profundo del corazón de esta persona y se revela en su comunicación.
La persona que tiene una relación con Cristo tiene la seguridad que es amado con un amor incondicional, es aceptado por Dios.
El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca..
Yo conozco lo que hay en su corazón por las palabras que salen de su boca.
La palabras de chismes, critica, groserías o negatividad se revelan mucho mas sobre nosotros que de la persona de lo cual o a lo cual estamos hablando. Se revela que es una persona que sufre de una inseguridad en si mismo y en Dios. Esta inseguridad, tiene su raíz hasta lo mas profundo del corazón de esta persona y se revela en su comunicación.
La persona que tiene una relación con Cristo tiene la seguridad que es amado con un amor incondicional, es aceptado por Dios.
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